Desearía usar este espacio
de las Jornadas para plantear algunas cuestiones que nos “fuercen” a pensar la
apertura no como acto formal que culmina con un cierre sino entendida como proceso.
O sea: cada vez que lleguemos a una conclusión será sólo una puntuación que
relanza a otra pregunta. Ponemos así en juego un proceso espiralado,
enriquecedor y molesto, que supone poner sobre el tapete nuestra propia
experiencia.
Sabemos que la llamada “experiencia” a veces nos permite dejar
caer la idealización, la fascinación que nos captura y entonces podemos
interrogar el Texto Sagrado, la palabra
del Maestro, los Mandamientos de la Institución.
Pero a veces, esta misma
experiencia nos instala en un cúmulo de prejuicios y supuestos, atesorados en
el tiempo que nos dan seguridad, nos permiten expulsar momentáneamente la
angustia; o sea nos da consistencia a costa de inmovilizarnos.
Hablamos de la angustia que
cuando no funciona como motor termina inhibiendo.
Abrir preguntas, que no sean
retóricas, nos obliga a transitar este camino de cornisa que es la angustia,
porque supone conmover nuestras propias certezas.
Si decimos que el
Psicoanálisis es el arte de suspender las certidumbres neuróticas seamos
coherentes: no alude sólo a las del paciente sino también a las nuestras.
Esto se agrava cuando el
contexto social irrumpe en nuestras prácticas con un REAL que no se limita al
real de la clínica, nos golpea un real que excede el campo Psi.
La carencia social, la
violencia, la marginalidad, el empobrecimiento simbólico nos presentifica cotidianamente el nivel mas radical del desamparo.
No se trata ya de la indefensión
originaria, con cuyas marcas trabajamos, o sea el infans, que siempre
subyace en la angustia bajo las marcas de la castración; la intemperie
subjetiva nos pone ante los ojos, si podemos verlo, las mas variadas formas
del arrasamiento. Este es otro real.
Quienes hemos transitado la
experiencia de atender en Instituciones sabemos que la demanda es
inconmensurable, todo el tiempo hay que correr detrás de todo tipo
de demandas. Otra invitación a la angustia.
Pero podríamos pensar que lo
que se abre ante nosotros como una enorme boca que amenaza tragarnos no
es el pedido ilimitado sino nuestra convicción –no siempre conciente- de tener
que responder a esta demanda infinita.
Suspender la urgencia,
abandonar el estado de alerta supone poder hacer una lectura de la pertinencia
de estas demandas. O sea, qué de todo esto concierne a nuestra práctica.
Mínimamente hacer un recorte
de lo que pertenece al campo Psi; diferenciar nuestro trabajo de la asistencia
social o no cargar sobre nuestras espaldas límites que no nos corresponden
porque son del campo político.
Traducido: no caer en una
tarea militante que sólo lleva a una posición sacrificial.
No planteo responder sólo a
una demanda analítica, sino poder darle a nuestra práctica un `perfil que
responda a aquello para lo que hemos sido llamados (en principio como
psicólogos). Esto no se juega en la formalidad de un cargo sino en una posición
ética.
Si lo pensamos en relación
al psicoanálisis, nuestro trabajo apunta a la emergencia de un sujeto y en
tanto tal responsable.
Es el reverso de una
posición de objeto, que en general coincide con la victimización.
La responsabilidad,
contraria a la inimputabilidad, es el reconocimiento de la implicación
subjetiva, poder incluirse en lo que le pasa. Si no tenemos esto como mira
fomentamos las bocas abiertas a ser colmadas por el asistencialismo, aunque
este sea necesario.
Nuestra intervención apunta
a que el paciente pueda implementar recursos, aun en las más difíciles de las
situaciones, sólo esto lleva a que alguien tenga una voz y pueda tomar la palabra. No
desconocemos que son víctimas sociales, nos negamos a reduplicar la
victimización.
Tampoco somos agentes de
control social, nuestra función no es ordenarles la vida a los pobres ni a
nadie.
Y ….¿qué son los pobres? ¿pobres
de alma? de espíritu? de bienes?, los que carecen de recursos simbólicos?
–términos que nunca se nos caen de la boca-. Preguntamos la pobreza… ¿supone
estar fuera del discurso?... como dirían algunos psicoanalistas.
En todo caso… ¿de que
discurso?
Dar por sentado -lo que
fuere- es desconocer.
La tan famosa visibilización
de los conflictos supone construir el problema y esto necesariamente implica
una mirada, una perspectiva, que nunca es inocente.
Recordemos la famosa frase “Se
empieza cediendo en las palabras y se termina cediendo en los hechos”
Referirnos a la pobreza o a
la marginalidad implica analizar desde donde la estamos pensando y la forma de
conceptualizarla será instrumento para trabajar en un determinado contexto
social.
No estoy negando obviamente
que la pobreza supone carencia, pero definirla bajo el parámetro único de lo que no hay,
es lo mismo que pensar la psicosis como reverso de la neurosis. O sea el neurótico tiene todo aquello de lo que el
psicótico carece. Entonces…. ¿el psicótico es pobre?
Valga la extrapolación solo
como ejemplo. Me refiero a desconocer que la psicosis es una estructura
compleja, con su propia lógica. Definirla por lo negativo no es más que un
prejuicio que traduce como difícil lo que es diferencia constitutiva.
Entonces: pobreza… ¿desde lo
político?, desde lo social?, desde lo
que no nos alcanza para trabajar analíticamente?
No es casual esta
referencia. Hay una forma política de desentenderse de la pobreza:
psicopatologizarla. A esto nos rehusamos desde la Ética Política y desde la
Ética del Psicoanálisis.
Y esto nos confronta de
lleno con las dificultades de los diagnósticos diferenciales.
Frente al aplastamiento
simbólico de un paciente preguntamos: se trata de una psicosis? De una
debilidad mental o de una forma de pobreza subjetiva que le impide disponer de
la palabra?
La respuesta que encontramos
determinará nuestra forma de acercamiento terapéutico y nos confrontará no sólo
con sus límites sino con los de nuestra práctica.
El duelo por nuestros
propios límites supone la castración en acto nos permitirá dejar de tornar
“impotencia” –puesta a nuestra cuenta- lo que en realidad es “imposibilidad” en
el sentido de los imposibles freudianos: educar, gobernar, psicoanalizar
Hubo contextos históricos
donde existía una idea idealizada de la pobreza y la locura: los “pobres” eran
buenos, tenían la verdad, eran el germen de la revolución” (no incluyo en esto
el concepto marxista de lucha de clases) y los “locos” eran poetas, artistas,
etc.
En esta post modernidad la
pobreza se presenta como el reverso, los pobres -como el título de la película
italiana- son “feos, sucios y malos” condición de todo riesgo y de toda
imposibilidad.
Sería importante saber donde
estamos parados, porque desconocer nuestros parámetros nos ubica en nuestra
propia pobreza conceptual y ética.
Dejemos entonces de rendir
culto al Saber, que solo se vuelve defensivo y aferrémonos aunque sea a “un
trozo de verdad”, que aunque implique límites siempre será más posibilitante. Intentemos
poder definir las distintas formas del Malestar, por que algunas son
sólo sufrimiento.
Decimos que la marginalidad,
producto de la segregación, atenta
contra la eficacia del Nombre del Padre es decir: rompe los lazos filiatorios,
el anonimato impide la trasmisión.
Quedar privado del nombre propio
es quedar exiliado de la herencia simbólica, si un sujeto no puede reconocerse
como hijo, sostenido en las leyes de la deuda simbólica ¿cómo poder desear algo
para sus propios hijos?
No se trata de no poder
alimentarlos, se trata de no poder sostener un deseo de vida hacia ellos, de
trasmitir las marcas de la cultura.
Cuando un sujeto se
identifica con la segregación de la que es objeto, queda segregado de si mismo,
se convierte en desecho, no en un objeto causa del deseo, sino en resto, puro
resto desactivado.
La queja de la víctima trae
una verdad, pero el lugar de la víctima como tal consiste en reduplicar
especularmente el sitio que se le ha otorgado, ubicarse como desecho del Otro
conduce a una trampa: el segregado se autosegraga.
Nada pueda sostenerse desde
ese lugar, el odio y el rechazo segregatorio atentan contra la posibilidad de
la existencia subjetiva.
En estas situaciones la pulsión
de muerte nos golpea en lo
social y desde lo social.
¿Cómo anudarla a la pulsión
de vida cuando no hay otro que la sostenga desde su deseo?
Queda claro porque alguien en esta posición no
solo destruye sino se destruye.
¿Qué hacemos cuando no
contamos ni con Otro ni con la Ley ?
En esta lectura se
entrecruzan el discurso político y el discurso del psicoanálisis aunque no
implique psicologizar la política, ni politizar el psicoanálisis.
Creo que separar y
diferenciar los campos es el mejor modo de poder pensar sus intersecciones. La
apuesta del psicoanálisis es no hacer
del origen, destino.
Por eso deja vacío el lugar
de la causa final.
Entonces, si nos quedamos
con al foto de la pobreza haremos de la pobreza destino. Enunciar: “allí no hay
lo que debería haber” es un pobre ejercicio de constatación en el que
encontramos lo que esperábamos encontrar.
¿Qué lugar dejamos para los
recursos subjetivos con los cuales alguien puede construir una vida?
Ahora bien, la desilusión de
no encontrarnos con el paciente ideal que nos hará analistas, no es un
privilegio de las prácticas sociales.
En nuestra práctica privada
-y sería bueno preguntarnos privada de
qué- recibimos pacientes jóvenes, inteligentes con “tradición, familia y
propiedad” que carecen de recursos para inventarse una vida. Guardando las
distancias y salvando las diferencias planteamos el contexto social como algo
que condiciona nuestra práctica, pero no la determina.
Esta es nuestra apuesta,
singularizar posiciones subjetivas no armar una clínica de la pobreza. El
Psicoanálisis no está ajeno a los asuntos de la Polis , estos atraviesan
nuestra práctica, nos basta con recordar los escritos sociales de Freud.
Ir de lo particular a lo
particular, respetar el obstáculo, es decir analizarlo, no atropellarlo es el
mas puro estilo de la enseñanza freudiana.
Sostener
una práctica donde
- los niños no se minoricen,
- el sufrimiento mental no
se manicomialice,
- la pobreza no se
judicialice, es no hacer lugar a estos
modos de producir segregación.
Para terminar un breve
apartado que llamaré: El asombro,
En un breve artículo Gilou
Garcia Reynoso cuenta la siguiente experiencia.
Se trata de una supervisión y la escena es la
siguiente: Una plaza en una ciudad de Latinoamérica. En ella viven personas
marginales de la ciudad: niños de la calle que si sobreviven se hacen adultos
de la calle”. Marginales en extremo, prostitutas, rateros o a lo sumo
lustrabotas o vendedores de pequeñeces. En un estado de caos, de violencia y
riesgo permanente, enfermedades, tendencia al delito, drogadicción y expuestos
al crimen, incluyendo el crimen legalizado, muchos mueren a manos de las
fuerzas del orden” Un equipo médico psicológico con formación analítica, en
articulación con una instancia administrativa de la ciudad planean mostrar un
dispositivo para prestar algún tipo de asistencia. Recursos mínimos, único
espacio la plaza, tiempo sin transcurso, no hay historia mas que de muerte, los
vínculos perdidos, reducido a lo que ahí se hace. La muerte acecha en cualquier
momento.
La única demanda es la de que la sociedad formula:
poner orden, limpiar los espacios públicos.
El equipo sin embargo decide aproximarse sin definir
claramente su acción ni sus objetivos. Dispuestos a pensar lo que observen
esperan poder producir alguna mínima transformación.
Días y horas fijos, siempre las mismas personas del
equipo, dicen que vienen a hablar con ellos y a que le cuenten algo de lo que
les pasa.
Y, curiosamente el eje de los relatos no es la
realidad acuciante, el eje son los sueños: pesadillas donde hay confusión,
promiscuidad, muerte. Intervienen unos y otros comentando los sueños, con cierta libertad asocian y refieren
situaciones de la vida real, hechos, recuerdos, sentimientos.
El equipo relanza las palabras. En el medio del
infierno, en el trabajo con estos restos humanos algo es posible: un
pensamiento, juntarse, darse la palabra, trabajar con la producción de los
sueños.
Suspendo el relato,
verdaderamente asombra, conmueve.
No hay moraleja,,,,