sábado, 31 de marzo de 2012

Apertura a las Jornadas Psicoanálisis, Salud y Políticas Públicas. Disertante: Liliana Baños.

Desearía usar este espacio de las Jornadas para plantear algunas cuestiones que nos “fuercen” a pensar la apertura no como acto formal que culmina con un cierre sino entendida como proceso. O sea: cada vez que lleguemos a una conclusión será sólo una puntuación que relanza a otra pregunta. Ponemos así en juego un proceso espiralado, enriquecedor y molesto, que supone poner sobre el tapete nuestra propia experiencia.
Sabemos que la llamada “experiencia” a veces nos permite dejar caer la idealización, la fascinación que nos captura y entonces podemos interrogar el Texto Sagrado, la palabra del Maestro, los Mandamientos de la Institución.

Pero a veces, esta misma experiencia nos instala en un cúmulo de prejuicios y supuestos, atesorados en el tiempo que nos dan seguridad, nos permiten expulsar momentáneamente la angustia; o sea nos da consistencia a costa de inmovilizarnos.
Hablamos de la angustia que cuando no funciona como motor termina inhibiendo.
Abrir preguntas, que no sean retóricas, nos obliga a transitar este camino de cornisa que es la angustia, porque supone conmover nuestras propias certezas.
Si decimos que el Psicoanálisis es el arte de suspender las certidumbres neuróticas seamos coherentes: no alude sólo a las del paciente sino también a las nuestras.

Esto se agrava cuando el contexto social irrumpe en nuestras prácticas con un REAL que no se limita al real de la clínica, nos golpea un real que excede el campo Psi.
La carencia social, la violencia, la marginalidad, el empobrecimiento simbólico nos presentifica  cotidianamente el nivel mas radical del desamparo.
No se trata ya de la indefensión originaria, con cuyas marcas trabajamos, o sea el infans, que siempre subyace en la angustia bajo las marcas de la castración; la intemperie subjetiva nos pone ante los ojos, si podemos verlo, las mas variadas formas del arrasamiento. Este es otro real.

Quienes hemos transitado la experiencia de atender en Instituciones sabemos que la demanda es inconmensurable, todo el tiempo hay que correr detrás de todo tipo de demandas. Otra invitación a la angustia.
Pero podríamos pensar que lo que se abre ante nosotros como una enorme boca que amenaza tragarnos no es el pedido ilimitado sino nuestra convicción –no siempre conciente- de tener que responder a esta demanda infinita.

Suspender la urgencia, abandonar el estado de alerta supone poder hacer una lectura de la pertinencia de estas demandas. O sea, qué de todo esto concierne a nuestra práctica.

 Mínimamente hacer un recorte de lo que pertenece al campo Psi;  diferenciar nuestro trabajo de la asistencia social o no cargar sobre nuestras espaldas límites que no nos corresponden porque son del campo político.
Traducido: no caer en una tarea militante que sólo lleva a una posición sacrificial.

No planteo responder sólo a una demanda analítica, sino poder darle a nuestra práctica un `perfil que responda a aquello para lo que hemos sido llamados (en principio como psicólogos). Esto no se juega en la formalidad de un cargo sino en una posición ética.

Si lo pensamos en relación al psicoanálisis, nuestro trabajo apunta a la emergencia de un sujeto y en tanto tal responsable.
Es el reverso de una posición de objeto, que en general coincide con la victimización.
La responsabilidad, contraria a la inimputabilidad, es el reconocimiento de la implicación subjetiva, poder incluirse en lo que le pasa. Si no tenemos esto como mira fomentamos las bocas abiertas a ser colmadas por el asistencialismo, aunque este sea necesario.

Nuestra intervención apunta a que el paciente pueda implementar recursos, aun en las más difíciles de las situaciones, sólo esto lleva a que alguien tenga una voz y pueda tomar la palabra. No desconocemos que son víctimas sociales, nos negamos a reduplicar la victimización.

Tampoco somos agentes de control social, nuestra función no es ordenarles la vida a los pobres ni a nadie.
Y ….¿qué son los pobres? ¿pobres de alma? de espíritu? de bienes?, los que carecen de recursos simbólicos? –términos que nunca se nos caen de la boca-. Preguntamos la pobreza… ¿supone estar fuera del discurso?... como dirían algunos psicoanalistas.
En todo caso… ¿de que discurso?

Dar por sentado -lo que fuere- es desconocer.
La tan famosa visibilización de los conflictos supone construir el problema y esto necesariamente implica una mirada, una perspectiva, que nunca es inocente.
Recordemos la famosa frase “Se empieza cediendo en las palabras y se termina cediendo en los hechos”
Referirnos a la pobreza o a la marginalidad implica analizar desde donde la estamos pensando y la forma de conceptualizarla será instrumento para trabajar en un determinado contexto social.

No estoy negando obviamente que la pobreza supone carencia, pero definirla bajo el parámetro único de lo que no hay, es lo mismo que pensar la psicosis como reverso de la neurosis. O sea el neurótico tiene todo aquello de lo que el psicótico carece. Entonces…. ¿el psicótico es pobre?
  
Valga la extrapolación solo como ejemplo. Me refiero a desconocer que la psicosis es una estructura compleja, con su propia lógica. Definirla por lo negativo no es más que un prejuicio que traduce como difícil lo que es diferencia constitutiva.
Entonces: pobreza… ¿desde lo político?,   desde lo social?, desde lo que no nos alcanza para trabajar analíticamente?
No es casual esta referencia. Hay una forma política de desentenderse de la pobreza: psicopatologizarla. A esto nos rehusamos desde la Ética Política y desde la Ética del Psicoanálisis.

Y esto nos confronta de lleno con las dificultades de los diagnósticos diferenciales.
Frente al aplastamiento simbólico de un paciente preguntamos: se trata de una psicosis? De una debilidad mental o de una forma de pobreza subjetiva que le impide disponer de la palabra?

La respuesta que encontramos determinará nuestra forma de acercamiento terapéutico y nos confrontará no sólo con sus límites sino con los de nuestra práctica.
El duelo por nuestros propios límites supone la castración en acto nos permitirá dejar de tornar “impotencia” –puesta a nuestra cuenta- lo que en realidad es “imposibilidad” en el sentido de los imposibles freudianos: educar, gobernar, psicoanalizar

Hubo contextos históricos donde existía una idea idealizada de la pobreza y la locura: los “pobres” eran buenos, tenían la verdad, eran el germen de la revolución” (no incluyo en esto el concepto marxista de lucha de clases) y los “locos” eran poetas, artistas, etc.

En esta post modernidad la pobreza se presenta como el reverso, los pobres -como el título de la película italiana- son “feos, sucios y malos” condición de todo riesgo y de toda imposibilidad.
Sería importante saber donde estamos parados, porque desconocer nuestros parámetros nos ubica en nuestra propia pobreza conceptual y ética.

Dejemos entonces de rendir culto al Saber, que solo se vuelve defensivo y aferrémonos aunque sea a “un trozo de verdad”, que aunque implique límites siempre será más posibilitante. Intentemos poder definir las distintas formas del Malestar, por que algunas son sólo sufrimiento.
Decimos que la marginalidad, producto de la segregación,  atenta contra la eficacia del Nombre del Padre es decir: rompe los lazos filiatorios, el anonimato impide la trasmisión.
Quedar privado del nombre propio es quedar exiliado de la herencia simbólica, si un sujeto no puede reconocerse como hijo, sostenido en las leyes de la deuda simbólica ¿cómo poder desear algo para sus propios hijos?
  
No se trata de no poder alimentarlos, se trata de no poder sostener un deseo de vida hacia ellos, de trasmitir las marcas de la cultura.
Cuando un sujeto se identifica con la segregación de la que es objeto, queda segregado de si mismo, se convierte en desecho, no en un objeto causa del deseo, sino en resto, puro resto desactivado.

La queja de la víctima trae una verdad, pero el lugar de la víctima como tal consiste en reduplicar especularmente el sitio que se le ha otorgado, ubicarse como desecho del Otro conduce a una trampa: el segregado se autosegraga.
Nada pueda sostenerse desde ese lugar, el odio y el rechazo segregatorio atentan contra la posibilidad de la existencia subjetiva.

En estas situaciones la pulsión de muerte nos golpea en lo social y desde lo social.
¿Cómo anudarla a la pulsión de vida cuando no hay otro que la sostenga desde su deseo?
 Queda claro porque alguien en esta posición no solo destruye sino se destruye.
¿Qué hacemos cuando no contamos ni con Otro ni con la Ley?

En esta lectura se entrecruzan el discurso político y el discurso del psicoanálisis aunque no implique psicologizar la política, ni politizar el psicoanálisis.
Creo que separar y diferenciar los campos es el mejor modo de poder pensar sus intersecciones. La apuesta del psicoanálisis es no hacer del origen, destino.
Por eso deja vacío el lugar de la causa final.
Entonces, si nos quedamos con al foto de la pobreza haremos de la pobreza destino. Enunciar: “allí no hay lo que debería haber” es un pobre ejercicio de constatación en el que encontramos lo que esperábamos encontrar.
¿Qué lugar dejamos para los recursos subjetivos con los cuales alguien puede construir una vida?

Ahora bien, la desilusión de no encontrarnos con el paciente ideal que nos hará analistas, no es un privilegio de las prácticas sociales.
En nuestra práctica privada -y sería bueno preguntarnos privada de qué- recibimos pacientes jóvenes, inteligentes con “tradición, familia y propiedad” que carecen de recursos para inventarse una vida. Guardando las distancias y salvando las diferencias planteamos el contexto social como algo que condiciona nuestra práctica, pero no la determina.

Esta es nuestra apuesta, singularizar posiciones subjetivas no armar una clínica de la pobreza. El Psicoanálisis no está ajeno a los asuntos de la Polis, estos atraviesan nuestra práctica, nos basta con recordar los escritos sociales de Freud.
Ir de lo particular a lo particular, respetar el obstáculo, es decir analizarlo, no atropellarlo es el mas puro estilo de la enseñanza freudiana.
  
Sostener una práctica donde
- los niños no se minoricen,
- el sufrimiento mental no se manicomialice,
- la pobreza no se judicialice,  es no hacer lugar a estos modos de producir segregación.

Para terminar un breve apartado que llamaré: El asombro,
En un breve artículo Gilou Garcia Reynoso cuenta la siguiente experiencia.

Se trata de una supervisión y la escena es la siguiente: Una plaza en una ciudad de Latinoamérica. En ella viven personas marginales de la ciudad: niños de la calle que si sobreviven se hacen adultos de la calle”. Marginales en extremo, prostitutas, rateros o a lo sumo lustrabotas o vendedores de pequeñeces. En un estado de caos, de violencia y riesgo permanente, enfermedades, tendencia al delito, drogadicción y expuestos al crimen, incluyendo el crimen legalizado, muchos mueren a manos de las fuerzas del orden” Un equipo médico psicológico con formación analítica, en articulación con una instancia administrativa de la ciudad planean mostrar un dispositivo para prestar algún tipo de asistencia. Recursos mínimos, único espacio la plaza, tiempo sin transcurso, no hay historia mas que de muerte, los vínculos perdidos, reducido a lo que ahí se hace. La muerte acecha en cualquier momento.
La única demanda es la de que la sociedad formula: poner orden, limpiar los espacios públicos.
El equipo sin embargo decide aproximarse sin definir claramente su acción ni sus objetivos. Dispuestos a pensar lo que observen esperan poder producir alguna mínima transformación.
Días y horas fijos, siempre las mismas personas del equipo, dicen que vienen a hablar con ellos y a que le cuenten algo de lo que les pasa.
Y, curiosamente el eje de los relatos no es la realidad acuciante, el eje son los sueños: pesadillas donde hay confusión, promiscuidad, muerte. Intervienen unos y otros comentando los sueños,  con cierta libertad asocian y refieren situaciones de la vida real, hechos, recuerdos, sentimientos.
El equipo relanza las palabras. En el medio del infierno, en el trabajo con estos restos humanos algo es posible: un pensamiento, juntarse, darse la palabra, trabajar con la producción de los sueños.
Suspendo el relato, verdaderamente asombra, conmueve.
No hay moraleja,,,,