Oscar Masotta fue uno de los analistas que hizo resistencia a un modo de psicoanálisis que se había instalado en la Argentina, como reconocimiento a su posición ética, la Cátedra Libre lleva su nombre. Les agradezco la invitación a participar en la tarea de formarnos como psicólogos que intentamos fundamentar nuestras prácticas en el psicoanálisis, elección que nos obliga a situar el lugar de nuestro deseo en el ejercicio de las mismas.
Nuestras prácticas, cualquiera sea el ámbito donde se
desarrollen, Hospitales, Escuelas, Centros comunitarios, Consultorios, siempre es
Práctica de Discurso. Es decir, trabajamos con palabras y apostamos a su eficacia para responder a las distintas demandas asistenciales. Sabemos que las palabras enferman de polisemia, lo que nos
favorece, porque hace posible nuestro oficio.
La palabra caballo
que vamos a analizar en el relato clínico que nos acercó Lisandro Sagué, se la
puede escuchar desde una tradición heroica que la engalana, la idealiza, pero
también darle una significación peyorativa
que la violenta, sus significaciones van a depender de su relación con otras
palabras.
En el relato
clínico, escuchamos la intervención de un analista, sus palabras indican su malestar en la institución pública
y su lugar en la transferencia, al apoyarse en el dicho popular “a caballo regalado, no se le miran los
dientes”.
Este tipo de
intervenciones salvajes, hablan de su falta de deseo y de conocimientos para
dirigir la cura, utiliza una expresión, de las tantas, que la lengua guarda
como saber consolidado para combinar distintas respuestas discursivas, situando
la cuestión del pago estrictamente
referida al dinero, en este caso a su falta, pero la polisemia de la palabra
nos permite escuchar también su lugar en
la transferencia.
Si interviene identificado al lugar del “caballo regalado” para protegerse y limitar las demandas del
analizante, dicha intervención no habilita al trabajo en una cura, donde se
trata por lo contrario de asociar libremente, de decirlo todo, de hablar sin
retener, maneras de plantear lo imposible. Nosotros no le pedimos a los
pacientes “cuénteme su historia”, los alentamos a hablar sin retener. La
rememoración articulada a la transferencia va a producir una versión de la
historia.
¿Desde dónde
proviene nuestra confianza en el inconciente?
De nuestra formación como analistas, que incluye nuestro análisis
personal, o sea, la experiencia de nuestro propio inconciente, el estudio de
los textos y la práctica clínica.
Freud al transmitir
su clínica sitúa al Inconciente como el trabajador ejemplar en su
capacidad de producir, “el inconciente trabaja siempre, es el socio
ideal del capitalista”, cuando
dormimos produce sueños, es decir trabaja, cuando habla, produce fallidos (una
palabra por otra, olvido de palabras) y en la producción de chistes, hace correr rápidamente los centellantes mecanismos metáforicos-metonímicos de la
lengua, precipitando la significación.
Si tomamos esta
tradición clínica que nos enseña a
ubicar nuestros malestares subjetivos entre la inhibición, el síntoma y la
angustia y al analista formando parte
del concepto de inconciente, podemos ir al ámbito de la Salud Pública a ofertar
una “escucha” y probar nuestra eficacia.
La Salud Pública, es
un espacio interdiscursivo, lugar de distintas prácticas que se ordenan desde
un significante mayor, la política.
Tener agua potable,
una vivienda digna, además linda, porque no decirlo, se trata de nombrar
nuestros deseos, y un buen trabajo, se trata del derecho que tenemos todos de
estar incluidos como deseantes en la lógica del “ser y el tener”.
Repasemos la
Constitución Nacional, nuestra Carta Magna, letra fundante de nuestra
subjetividad, su lectura nos aclara y ordena la pregunta sobre el tema de estar
más o menos sanos. Vivienda, trabajo, salud, educación, son significantes
mayores que ordena la política porque determina su modo de distribución y son
significantes que nos representan como sujetos para otros significantes, si nos
faltan, nos enfermamos. No es lo mismo tener un significante que nos represente
en un trabajo, que padecer la
desocupación. Estar desocupado puede funcionar como el motivo desencadenante de
cuadros depresivos, pasajes al acto y las diferentes formas de expresión del
malestar subjetivo.
En la referencia que hacías, Lisandro, con respecto
a Silvia Bleichmar, está claro, no en cualquier condición podemos desarrollar
nuestra práctica, hay condiciones de represión política que la hacen imposible.
Entonces, si
sostenemos una práctica que siempre va a hacer de “análisis del discurso”,
ofertamos una “escucha” que hace posible que la condición deseante que nos
constituye, no quede ni reprimida, ni renegada, ni forcluida, y ocupe un lugar
principal en los discursos político-sociales generados por las distintas
prácticas.
Discursos políticos,
donde los distintos saberes circulan de manera coexistente y cooperante, desplegando sus límites y
contradicciones, intentando dar respuestas a las demandas cotidianas.
Nuestra práctica
clínica llevada a las instituciones no necesita de ningún dispositivo que tenga
un gran presupuesto, porque el invento de Freud es sumamente económico, un
escritorio, algunas sillas, un lugar confortable
y nos ponemos a hablar.
¿Y de qué hablamos?
De “malestares subjetivos” que
pueden ser independientes de la condición socio-económica del paciente. Conviene
no confundir el grado de confort alcanzado por el sujeto con su bienestar
subjetivo, un millonario nos puede consultar por una tristeza profunda que lo
habita y le hace pensar en suicidarse.
Freud al escuchar a
sus pacientes histéricas construye una teoría de la subjetividad, sus grafos
ilustran cómo estamos constituidos, en tanto parletres.
Sitúa al
Inconciente, estructurado como un lenguaje, ordenando nuestra fantasmática en
instancias como el Yo, sus ideales, su cara habilitante, su cara superyoica,
nuestro cuerpo pulsional y la energética de su goce.
Este modo de
constitución y funcionamiento de nuestra subjetividad, su dimensión
metapsicológica fundamenta nuestra práctica clínica.
Cuando un analista
va a una escuela y ante un niño que está siendo exigido por demandas
académicas, en el ingreso a la lecto-escritura, cursando 1º grado, se le puede
hacer escuchar a la maestra: “pongamos el énfasis en la vida social del niño, sus
cuatro carreteras principales, el juego, el sueño, la alimentación y la
escuela, escuchemos su discurso en cada una de estas escenas, su rendimiento
escolar vendrá por añadidura”. En la posición de responder a la demanda de
aprender las cuestiones académicas, el niño presenta inhibiciones y las intervenciones
centradas en el síntoma lo van a fijar al mismo, identificándolo a un cuadro
psicopatológico, por ejemplo el síndrome desatencional ADHD.
Trabajamos no solo
con el niño, también en la política de la institución. La maestra es emergente
de esa política que sitúa como ideal la cuestión de la eficiencia: “¿Cómo va a
pasar a segundo grado si no sabe leer, si no conoce las operaciones básicas?”.
Intentamos resituar la pregunta: “¿Y si no pasa a segundo grado, esa sanción,
lo habilita o lo limita a aprender? Al problema lo complejizamos, lo pasamos un
poco para más adelante, incluyendo la cuestión del tiempo, lo seguimos
trabajando, no lo negamos, lo tratamos en función de los tiempos lógicos
necesarios en su constitución fantasmática en su relación con el aprender.
Freud nos enseñó que
entre los cuatro y cinco años, el Complejo de Edipo se va al lugar del
fundamento, su aparato psíquico está constituido, el niño asume el nombre, la
palabra, y la cultura lo hace ingresar a la escuela como institución de
separación de su familia y de formación
letrada.Este armado fantasmático puede vacilar frente a las demandas y aparecer
en la vida del niño este orden de dificultades.
Si la organización
escolar acompaña los tiempos de constitución subjetiva su tarea será más
armónica en relación al deseo de los niños. Esta cuestión clínica expresada en
la dificultad de un niño para aprender, deriva en la pregunta referida a la
política educacional, “¿un niño de 1er
grado debe repetir?” ¿Es una sanción acorde a su tiempo subjetivo o un
ejercicio de poder?. Todavía los pedagogos no se han puesto de acuerdo.
Trabajar con los
niños en los distintos tiempos de su armado fantasmático desde los cuáles da
respuesta a las demandas generadas en sus nuevos lazos sociales, es la
especificidad de nuestra práctica, no sólo con los niños, acompañamos también a
los jóvenes en ese tiempo de la metamorfosis de la pubertad, (en el rehallazgo
de sus objetos) , donde tienen que sostener en lo real de la vida los vínculos amorosos y proyectos de estudio
y trabajo.
Así, en los
distintos tiempos de la vida, escuchamos la clínica freudiana, su trilogía,
inhibiciones, síntomas, pivoteando siempre en relación a la angustia.
“La angustia siempre es de castración, por eso no engaña.”
Nos hace
signo, nos orienta (como la fiebre para el médico) del padecer del paciente, de
su relación fantasmática con un Otro que se ha transformado en incastrable,
dejándolo identificado en un lugar de impotencia, no puedo, no sé, no es para
mi.
En nuestra
práctica, que no necesita ningún dispositivo costoso, la cuestión del pago no
requiere la intervención del dinero.
En un
tratamiento se paga poniendo lo mejor de cada uno, escuchando desde el Otro mi
propio mensaje y el “decir” del
inconciente determinará como están mis cuentas con respecto a mis deseos.
Nuestra
formación, que no es gratis, aunque la realicemos en instituciones públicas, hemos
trabajado por ella y desde allí nos habilitamos a escuchar una posición
deseante, que en todos los casos está en
espera, está en sufrimiento.
Hace alrededor
de veinte años, en la Casa del Sol, zona
sur, los miércoles a la mañana sosteníamos reuniones clínicas sobre los
tratamientos que llevábamos a cabo. Viene una mamá, con su hijito, muy angustiada
en relación a la actitud de su esposo,
padre que le pegaba a los niños, conducta que refiere, se reiteraba.
Trabajamos
con el equipo la respuesta a esta demanda, porque podía tratarse de niños en riesgo y nuestra obligación incluía
una posible denuncia. En la entrevista con Graciela se acordó ir a la casa con
la asistente social, a la hora que el marido volvía del trabajo, a veces alcoholizado.
Se hizo esta intervención, el marido aceptó venir, consolidándose el
dispositivo de entrevistas. Yo lo escuchaba al marido, los otros compañeros a
la mamá, a los dos juntos, lo que fuera necesario, pero centrando el trabajo
con los padres. Viene Juan y nos ponemos a charlar. Me cuenta que efectivamente
estaba muy mal por la falta de trabajo, era una de las épocas de hiperinflación y desocupación. Es albañil
con la jerarquía de medio oficial. Habla de su historia, va construyendo su
novela y cuenta que desde muy joven, a los 16 años quedó a cargo de la
paternidad de su familia, tiene 6 hermanos, y fue como consecuencia que su padre, que se alcoholizaba, abandonó a
su mama.
El tomó la
impronta paterna que consistía en mantener la disciplina familiar a los golpes. Y así mantenía como suplencia del
padre en relación a su mamá el orden familiar. Esto nos permitió escuchar en
transferencia, en la medida que se recuerda, escuchar el significante que se repite y
denuncia, la letra, que es pegar como el padre, estar pegado al padre. En
el relato, los significantes van bordeando, construyendo la letra paterna. Nosotros
compartimos la manera que Freud tiene de transmitir como los significantes
producen la letra y le obligan al nombre del historial: “El hombre de las
ratas”. Porque la letra rata es la
que ordena toda la organización fantasmática donde copulan los significantes y
comanda los lazos sociales cotidianos de su paciente. En nuestro caso, pegado
en la identificación al rasgo paterno, la crueldad, como uno de los nombres de
sus goces, unarizado al padre, repite su letra.
Después nos
detuvimos en el significante medio
oficial. No me digan que no es tentador, el inconciente nos lo sirve en
bandeja, él me explicaba, que en la construcción hay una graduación, existen
las jerarquías, está el peón, el oficial, etc.
Eso nos
llevó a que él se preguntara, se dan cuenta ustedes que se trata de un
neurótico, no era un perverso, su goce no estaba articulado a un fantasma
consistente, irreprimible, de castigar a los niños, sino una imposibilidad de no repetir, como buen
obsesivo, la letra paterna.
Llegamos al
tema de su vivienda y resulta que en parte de su casa tenía piso de tierra. Y
el primer argumento yoico fue: “no tengo plata doctor, estoy desocupado”. A lo
cual después el mismo contradecía “bueno, no es tan así, porque en la obra,
cuando voy a trabajar, habitualmente los escombros se los puedo llevar. Y un
buen albañil sabe hacer un contrapiso con escombros y un poco de mezcla”. Y ya
no es tierra, es un piso.
Entonces
empezamos a trabajar sobre esta imposibilidad de pasar de una posición a otra:
cambiar el piso con el cual él se identificaba. Porque el piso de él se
expresaba en el significante medio oficial.
No hay
ninguna duda, más allá de las condiciones sociales, se trata como sostenía
Freud de lo dominante de la “realidad psíquica”. Si soy oficial albañil tengo más chances de
trabajar, como él mismo explicaba, que siendo medio oficial. Ustedes saben que el oficial albañil hace los
trabajos más difíciles, por ejemplo, la instalación de aberturas, el revoque
fino, la terminación de los bordes, eso no lo hace gente que no tiene oficio.
El oficio es necesario en todas las prácticas, sino uno se comporta como un
caballo.
Entonces, estamos
con el tema de nuestra formación, una manera de situar la cuestión del pago
desde nuestro lado, como logramos formar parte del concepto de inconciente no
generando resistencias que impidan la posibilidad de escuchar los significantes que al insistir
en la repetición puedan ser interpretados y tengan en la dirección de la cura, un grado de
eficacia.
Que le sirva al
paciente y a nosotros, que trabajamos para producir no solo mejorías
sintomáticas. Trabajamos produciendo cambios en la posición subjetiva, en su
armado fantasmático, que se reflejan en actos
donde el deseo es el sostén de los lazos importantes de la vida.
En este
paciente, el trabajo de análisis, permitió disolver la fantasmática que
sostenía las identificaciones a rasgos del padre, operando una resignificación
de la paternidad, de la relación con su mujer, (de quién pensaba separarse al
igual que su padre), y la ubicación de
su deseo también en el trabajo, evitando una repetición melancólica que lo
llevaba al alcohol, al abandono, la soledad, nombres de su neurosis de destino. El
“medio oficial” que sostiene el
“saber del padre” incastrado.
Esos son los tres
ejes sobre los cuales trabajamos las veces que nos encontramos, que habrán sido
diez o quince veces, no más.
Freud afirma que toda neurosis,
es neurosis de destino.
Una neurosis que no
se cura, se hace crónica, se hace destino y se vuelve trágica. El sujeto no puede salir del lugar donde está.
Un goce parasitario que lo retiene en
una letra, medio oficial.
La formación del analista
y el tema del dinero, nos obliga a hablar un poco de la historia del psicoanálisis
en la Argentina.
El
psicoanálisis alrededor del año 1950 ingresa a partir de una institución, la
Sociedad Psicoanalítica Argentina. Se crea una estructura, como Freud explica
muy bien en “Psicología de las masas”, como la iglesia y el ejército. Una
estructura con un jefe, un padre, jerarquías y los goces de cada jerarquía. Y
el fin de esos análisis, que se llamaban didácticos, terminaban trabajosamente,
porque los pobres candidatos que cursaban sus didácticos terminaban extenuados
de pagar cuatro, cinco sesiones semanales, iban todos los días, los honorarios
eran muy importantes y pagaban el período de vacaciones al analista ¡Les
pagaban las vacaciones! Lo único que no le pagaban era el aguinaldo, pero
vacaciones pagaban. Es decir, no sabían cuando terminaba el calvario de
cuatrocientas y pico de sesiones. ¿Y cómo terminaban? Con una identificación
con el analista, terminaban en un lazo pobre.
Este modo de trabajar colocó el
tema del dinero como lugar de jerarquía, lugar de poder y esta tradición armó
un psicoanálisis que se llamó “del encuadre”, donde el dinero era como una de
las cuatro patas del dispositivo. Entonces, si no estaba el dinero, como decía
este caballo, no es posible la práctica. Definían el psicoanálisis por el
número de sesiones semanales, hay un
texto “Psicoanálisis de las Américas”, donde la definición del psicoanálisis,
es a partir de que sean cuatro o cinco sesiones semanales y ahí estaba en juego
el tema del pago como una de las formas de ejercicio de poder institucional.
Llegar a ser analista “didacta” era un lugar de garantía en lo profesional.
Desde estos lugares
se sostenía lo imposible de la práctica en los hospitales, los pacientes de
hospital parecería no tienen inconciente, o sea, no hablan.
El tema del
pago en psicoanálisis es más interesante
pensarlo por el lado del superyó,
allí entramos a interrogar el pago
del neurótico de sus deudas imaginarias.
Este es el hueso del asunto. No la boludez del dinero, porque el dinero, aún en
lo privado, tiene tantas versiones, tantas versiones...
Si viene un
jugador compulsivo, como a mí me ha tocado escuchar… ¿qué lugar tiene el dinero?
Es un objeto de goce, claro, pero que paga con tanta pérdida, o qué no puede
dejar de pagar?
La pregunta es por
el lugar del significante dinero en la fantasmática de cada sujeto, en su
economía libidinal. Hay una tradición fantasmática anal que el dinero encarna,
el dinero puede estar, como en el caso del avaro en la obra de Molière, en el
culo, y el sujeto no puede salir de la casa porque está encerrado en el objeto,
o sea en su propio culo, es la dimensión tragicómica de todo análisis que
atraviesa la fantasmática que nos constituye, así es la “cosa”. Al escuchar a un avaro, el analista tiene la posibilidad de
intervenir para ver si con las palabras que el inconciente produce en el
tratamiento, se modifica ese goce. Otros analizantes lo tienen para jugarlo y
para hacer existir ese superyó en el juego que les gobierna la vida. Al jugador
compulsivo que evocamos, a quién escuché en una serie de entrevistas, ¿saben
cuál fue la solución que encontró? No
fue el análisis, no pudimos. No podía parar de jugar y jugar, perdía y perdía
hasta haber perdido el nombre, era un
médico importante de un pueblo y ahora todos
hablan de él despectivamente “ese es un
timbero”. Había perdido su casa, obviamente la mujer y sus transferencias de
trabajo. El jugador juega para perder
satisfaciendo la gula del superyo, el goce
superyoico, no juega para ganar. Encontró
un padre que lo regulara, que lo sacara del circuito de la vida civil e ingresó
como médico en la marina, lo mandaron al sur, en un lugar muy acotado y ahí
consiguió cierta estabilidad. Acá estaba perdido, no podía pagar las consultas,
se jugaba el dinero en las apuestas del Jockey Club, antes de venir a las
entrevistas, vivía de actuación en actuación.
El dinero, en la
subjetividad, en la estructura fantasmática, en el programa de goce de cada uno
tiene un lugar, que al hablar, se devela en la lógica del ser y el tener. Otro
paciente y acerca del dinero, estaba obligado a cuidarlo para las próximas
generaciones. Envidiaba la vida sencilla de su chofer, él tenía su casa, su
hijo, no tenía tantas preocupaciones, como él con su familia numerosa. Y no lo
decía desde una impostura, lo decía en relación a estar efectivamente
tiranizado superyoicamente en su realidad psíquica por este significante. Coleccionaba zapatos que salían no sé cuánto y que traía desde
Roma. Esos zapatos habían llegado en su
colección al número 400 y le ocupaban todo el sábado a la tarde, porque aunque
no los usara requerían mantenimiento. Y
él tenía que pasar la pomadita, la cremita y estaba ahí toda la tarde tiranizado
por esos mandatos. Ser un hombre de dinero en la realidad cotidiana no lo
excluía de padecer los mandatos de un Otro obsesivizante.
La participación del analista en lo público la
hemos situado en relación con su deseo, se trata de sus deseos y no se trata
como se dijo acá en la mesa, de una oferta que vaya más allá de lo que uno
desea, porque ahí aparece la figura del sacrificio.
Los que hemos pasado por el escenario de lo
público, por la distribución de riqueza que padecemos, en los hospitales convergen la locura con las
formas más difíciles de existir, la pobreza, la falta de higiene, la falta de medios, esto es cierto. Pero no quiere decir que aun ahí no se pueda
trabajar, lo que pasa que el trabajo es difícil y nos puede impotentizar. De
ahí el valor del análisis del analista, conviene tener alguna idea de la fantasmática
propia, para no repetir, frente a cada demanda, la misma respuesta. Trabajar a
pura demanda es la antesala del sacrificio superyoico.
Estos espacios de
trabajar en las instituciones públicas se fueron construyendo muy tempranamente en
nuestra historia.
Tenemos
maestros a quienes les debemos
muchísimo, uno es Enrique Pichon-Rivière. Fue el primero que hizo síntoma en la
APA, no soportó sus jerarquías al modo
de la iglesia y el ejército, se fue de ese psicoanálisis a la
libertad de su psicología social, sin poder incorporar en su formación otras
lecturas del texto freudiano, habilitando generosamente a muchos otros, entre
los que se encuentra O. Masotta.
El mejor
homenaje para Enrique es no repetir como un lorito sus textos, que son muy
buenos y fueron orientadores de nuestra práctica en la década del 60. Comentaba que lo que escribía a la noche a la mañana ya
lo cuestionaba, trasmitiendo exageradamente su capacidad crítica.
Sus enseñanzas
sobre la clínica psiquiátrica y psicoanalítica, producto de su experiencia
hospitalaria, escuchar sus clases, participar de sus grupos operativos, su
insistencia en el concepto de tarea y en
la formación del psicólogo a partir de la internalización operativa del ECRO. (Esquema
Conceptual Referencial Operativo) nos resultaron imprescindibles.
Su entusiasmo, sin
descanso, por ir más allá del diván, es responsable de orientar las prácticas
institucionales.
En lo político,
cuando Onganía toma el poder en el golpe de estado de 1966, prohibiendo la
práctica asistencial a los psicólogos, quienes también teníamos prohibido el
acceso a la APA, en esos momentos de represión institucional, Pichón nos abre la puerta en su Escuela de Psicología Social. El recordarlo me
emociona, porque es un hombre que sostuvo el ejercicio de la función paterna de
un modo habilitante, deuda simbólica, que nos “obliga” a pagar el costo de
formarnos, para hacer bien lo que nos gusta.
Ps. Luis Giunipero