lunes, 24 de diciembre de 2012

El “pago” en psicoanálisis, su lógica”. Luis Giunipero.



Oscar Masotta fue uno de los analistas  que hizo resistencia a un modo de psicoanálisis que se había instalado en la Argentina, como reconocimiento a su posición ética, la Cátedra Libre lleva su nombre. Les agradezco la invitación a participar  en la tarea de formarnos como  psicólogos que intentamos fundamentar nuestras prácticas  en el psicoanálisis, elección que nos obliga a situar el lugar de nuestro deseo en el ejercicio de las mismas.

Nuestras  prácticas, cualquiera sea el ámbito donde se desarrollen, Hospitales, Escuelas, Centros comunitarios, Consultorios, siempre es Práctica de Discurso. Es decir, trabajamos con palabras y apostamos  a  su  eficacia  para responder a  las distintas demandas  asistenciales. Sabemos que las palabras enferman de polisemia, lo que nos favorece, porque hace posible nuestro oficio.

La palabra caballo que vamos a analizar en el relato clínico que nos acercó Lisandro Sagué, se la puede escuchar desde una tradición heroica que la engalana, la idealiza, pero también  darle una significación peyorativa que la violenta, sus significaciones van a depender de su relación con otras palabras.
En el relato clínico, escuchamos la intervención de un analista, sus palabras  indican su malestar en la institución pública y su lugar en la transferencia, al apoyarse en el dicho popular “a caballo regalado, no se le miran los dientes”.

Este tipo de intervenciones salvajes, hablan de su falta de deseo y de conocimientos para dirigir la cura, utiliza una expresión, de las tantas, que la lengua guarda como saber consolidado para combinar distintas respuestas discursivas, situando  la cuestión del pago estrictamente referida al dinero, en este caso a su falta, pero la polisemia de la palabra nos permite escuchar  también su lugar en la transferencia.

Si  interviene  identificado al lugar del “caballo regalado” para protegerse y limitar las demandas del analizante, dicha intervención no habilita al trabajo en una cura, donde se trata por lo contrario de asociar libremente, de decirlo todo, de hablar sin retener, maneras de plantear lo imposible. Nosotros no le pedimos a los pacientes “cuénteme su historia”, los alentamos a hablar sin retener. La rememoración articulada a la transferencia va a producir una versión de la historia.

¿Desde dónde proviene nuestra confianza en el inconciente?  De nuestra formación como analistas, que incluye nuestro análisis personal, o sea, la experiencia de nuestro propio inconciente, el estudio de los textos y la práctica clínica.

Freud al transmitir su clínica sitúa al Inconciente como el trabajador ejemplar en su capacidad  de producir, “el inconciente trabaja siempre, es el socio ideal del capitalista”,  cuando dormimos  produce sueños, es decir  trabaja, cuando habla, produce fallidos (una palabra por otra,  olvido de  palabras) y en la producción de  chistes, hace correr  rápidamente los centellantes  mecanismos metáforicos-metonímicos de la lengua, precipitando la significación.

Si tomamos esta tradición clínica que nos  enseña a ubicar nuestros malestares subjetivos entre la inhibición, el síntoma y la angustia y al analista  formando parte del concepto de inconciente, podemos ir al ámbito de la Salud Pública a ofertar una “escucha” y probar nuestra eficacia.
La Salud Pública, es un espacio interdiscursivo, lugar de distintas prácticas que se ordenan desde un significante mayor, la política.

Tener agua potable, una vivienda digna, además linda, porque no decirlo, se trata de nombrar nuestros deseos, y un buen trabajo, se trata del derecho que tenemos todos de estar incluidos como deseantes en la lógica del “ser y el tener”.

Repasemos la Constitución Nacional, nuestra Carta Magna, letra fundante de nuestra subjetividad, su lectura nos aclara y ordena la pregunta sobre el tema de estar más o menos sanos. Vivienda, trabajo, salud, educación, son significantes mayores que ordena la política porque determina su modo de distribución y son significantes que nos representan como sujetos para otros significantes, si nos faltan, nos enfermamos. No es lo mismo tener un significante que nos represente en un trabajo, que padecer  la desocupación. Estar desocupado puede funcionar como el motivo desencadenante de cuadros depresivos, pasajes al acto y las diferentes formas de expresión del malestar subjetivo.

En la  referencia que hacías, Lisandro, con respecto a Silvia Bleichmar, está claro, no en cualquier condición podemos desarrollar nuestra práctica, hay condiciones de represión política que la hacen imposible.
Entonces, si sostenemos una práctica que siempre va a hacer de “análisis del discurso”, ofertamos una “escucha” que hace posible que la condición deseante que nos constituye, no quede ni reprimida, ni renegada, ni forcluida, y ocupe un lugar principal en los discursos político-sociales generados por las distintas prácticas.

Discursos políticos, donde los distintos saberes circulan de manera coexistente y  cooperante, desplegando sus límites y contradicciones, intentando dar respuestas a las demandas cotidianas.
Nuestra práctica clínica llevada a las instituciones no necesita de ningún dispositivo que tenga un gran presupuesto, porque el invento de Freud es sumamente económico, un escritorio, algunas sillas,  un lugar confortable y nos ponemos a hablar.

¿Y de qué hablamos? De “malestares subjetivos” que pueden ser independientes de la condición socio-económica del paciente. Conviene no confundir el grado de confort alcanzado por el sujeto con su bienestar subjetivo, un millonario nos puede consultar por una tristeza profunda que lo habita y le hace pensar en suicidarse.

Freud al escuchar a sus pacientes histéricas construye una teoría de la subjetividad, sus grafos ilustran cómo estamos constituidos, en tanto parletres.

Sitúa al Inconciente, estructurado como un lenguaje, ordenando nuestra fantasmática en instancias como el Yo, sus ideales, su cara habilitante, su cara superyoica, nuestro cuerpo pulsional y la energética de su goce.
Este modo de constitución y funcionamiento de nuestra subjetividad, su dimensión metapsicológica fundamenta nuestra práctica clínica.

Cuando un analista va a una escuela y ante un niño que está siendo exigido por demandas académicas, en el ingreso a la lecto-escritura, cursando 1º grado, se le puede hacer escuchar a la maestra: “pongamos el énfasis en la vida social del niño, sus cuatro carreteras principales, el juego, el sueño, la alimentación y la escuela, escuchemos su discurso en cada una de estas escenas, su rendimiento escolar vendrá por añadidura”. En la posición de responder a la demanda de aprender las cuestiones académicas, el niño presenta inhibiciones y las intervenciones centradas en el síntoma lo van a fijar al mismo, identificándolo a un cuadro psicopatológico, por ejemplo el síndrome desatencional ADHD.

Trabajamos no solo con el niño, también en la política de la institución. La maestra es emergente de esa política que sitúa como ideal la cuestión de la eficiencia: “¿Cómo va a pasar a segundo grado si no sabe leer, si no conoce las operaciones básicas?”. Intentamos resituar la pregunta: “¿Y si no pasa a segundo grado, esa sanción, lo habilita o lo limita a aprender? Al problema lo complejizamos, lo pasamos un poco para más adelante, incluyendo la cuestión del tiempo, lo seguimos trabajando, no lo negamos, lo tratamos en función de los tiempos lógicos necesarios en su constitución fantasmática en su relación con el aprender.
Freud nos enseñó que entre los cuatro y cinco años, el Complejo de Edipo se va al lugar del fundamento, su aparato psíquico está constituido, el niño asume el nombre, la palabra, y la cultura lo hace ingresar a la escuela como institución de separación de su familia y  de formación letrada.Este armado fantasmático puede vacilar frente a las demandas y aparecer en la vida del niño este orden de dificultades.

Si la organización escolar acompaña los tiempos de constitución subjetiva su tarea será más armónica en relación al deseo de los niños. Esta cuestión clínica expresada en la dificultad de un niño para aprender, deriva en la pregunta referida a la política educacional, “¿un niño de 1er grado debe repetir?” ¿Es una sanción acorde a su tiempo subjetivo o un ejercicio de poder?. Todavía los pedagogos no se han puesto de acuerdo.

Trabajar con los niños en los distintos tiempos de su armado fantasmático desde los cuáles da respuesta a las demandas generadas en sus nuevos lazos sociales, es la especificidad de nuestra práctica, no sólo con los niños, acompañamos también a los jóvenes en ese tiempo de la metamorfosis de la pubertad, (en el rehallazgo de sus objetos) , donde tienen que sostener en lo real de la vida  los vínculos amorosos y proyectos de estudio y trabajo.

Así, en los distintos tiempos de la vida, escuchamos la clínica freudiana, su trilogía, inhibiciones, síntomas, pivoteando siempre en relación a la angustia.

“La angustia siempre es de castración, por eso no engaña.”


Nos hace signo, nos orienta (como la fiebre para el médico) del padecer del paciente, de su relación fantasmática con un Otro que se ha transformado en incastrable, dejándolo identificado en un lugar de impotencia, no puedo, no sé, no es para mi.

En nuestra práctica, que no necesita ningún dispositivo costoso, la cuestión del pago no requiere la intervención del dinero.

En un tratamiento se paga poniendo lo mejor de cada uno, escuchando desde el Otro mi propio mensaje y  el “decir” del inconciente determinará como están mis cuentas con respecto a mis deseos.

Nuestra formación, que no es gratis, aunque la realicemos en instituciones públicas, hemos trabajado por ella y desde allí nos habilitamos a escuchar una posición deseante, que en todos los  casos está en espera, está en sufrimiento.

Hace alrededor de veinte años, en la Casa del Sol,  zona sur, los miércoles a la mañana sosteníamos reuniones clínicas sobre los tratamientos que llevábamos a cabo. Viene una mamá, con su hijito, muy angustiada en  relación a la actitud de su esposo, padre que le pegaba a los niños, conducta que refiere, se reiteraba.

Trabajamos con el equipo la respuesta a esta demanda, porque podía tratarse de  niños en riesgo y nuestra obligación incluía una posible denuncia. En la entrevista con Graciela se acordó ir a la casa con la asistente social, a la hora que el marido volvía del trabajo, a veces alcoholizado. Se hizo esta intervención, el marido aceptó venir, consolidándose el dispositivo de entrevistas. Yo lo escuchaba al marido, los otros compañeros a la mamá, a los dos juntos, lo que fuera necesario, pero centrando el trabajo con los padres. Viene Juan y nos ponemos a charlar. Me cuenta que efectivamente estaba muy mal por la falta de trabajo, era una de las épocas  de hiperinflación y desocupación. Es albañil con la jerarquía de medio oficial. Habla de su historia, va construyendo su novela y cuenta que desde muy joven, a los 16 años quedó a cargo de la paternidad de su familia, tiene 6 hermanos, y fue como consecuencia  que su padre, que se alcoholizaba, abandonó a su mama.

El tomó la impronta paterna que consistía en  mantener la disciplina familiar a los  golpes. Y así mantenía como suplencia del padre en relación a su mamá el orden familiar. Esto nos permitió escuchar  en transferencia, en la medida que se recuerda,  escuchar el significante que se repite y denuncia, la letra, que es pegar como el padre, estar pegado al padre. En el relato, los significantes van bordeando, construyendo la letra paterna. Nosotros compartimos la manera que Freud tiene de transmitir como los significantes producen la letra y le obligan al nombre del historial: “El hombre de las ratas”. Porque la letra rata es la que ordena toda la organización fantasmática donde copulan los significantes y comanda los lazos sociales cotidianos de su paciente. En nuestro caso, pegado en la identificación al rasgo paterno, la crueldad, como uno de los nombres de sus goces, unarizado al padre, repite su letra.

Después nos detuvimos en el significante medio oficial. No me digan que no es tentador, el inconciente nos lo sirve en bandeja, él me explicaba, que en la construcción hay una graduación, existen las jerarquías, está el peón, el oficial, etc.

Eso nos llevó a que él se preguntara, se dan cuenta ustedes que se trata de un neurótico, no era un perverso, su goce no estaba articulado a un fantasma consistente, irreprimible, de castigar a los niños, sino  una imposibilidad de no repetir, como buen obsesivo, la letra paterna.

Llegamos al tema de su vivienda y resulta que en parte de su casa tenía piso de tierra. Y el primer argumento yoico fue: “no tengo plata doctor, estoy desocupado”. A lo cual después el mismo contradecía “bueno, no es tan así, porque en la obra, cuando voy a trabajar, habitualmente los escombros se los puedo llevar. Y un buen albañil sabe hacer un contrapiso con escombros y un poco de mezcla”. Y ya no es tierra, es un piso.

Entonces empezamos a trabajar sobre esta imposibilidad de pasar de una posición a otra: cambiar el piso con el cual él se identificaba. Porque el piso de él se expresaba en el significante  medio oficial.

No hay ninguna duda, más allá de las condiciones sociales, se trata como sostenía Freud de lo dominante de la “realidad psíquica”. Si  soy oficial albañil tengo más chances de trabajar, como él mismo explicaba, que siendo medio oficial.  Ustedes saben que el oficial albañil hace los trabajos más difíciles, por ejemplo, la instalación de aberturas, el revoque fino, la terminación de los bordes, eso no lo hace gente que no tiene oficio. El oficio es necesario en todas las prácticas, sino uno se comporta como un caballo.

Entonces, estamos con el tema de nuestra formación, una manera de situar la cuestión del pago desde nuestro lado, como logramos formar parte del concepto de inconciente no generando resistencias que impidan la posibilidad  de escuchar los significantes que al insistir en la repetición puedan ser interpretados y  tengan en la dirección de la cura, un grado de eficacia.

Que le sirva al paciente y a nosotros, que trabajamos para producir no solo mejorías sintomáticas. Trabajamos produciendo cambios en la posición subjetiva, en su armado fantasmático, que se reflejan en actos  donde el deseo es el sostén de los lazos importantes de la vida.

En este paciente, el trabajo de análisis, permitió disolver la fantasmática que sostenía las identificaciones a rasgos del padre, operando una resignificación de la paternidad, de la relación con su mujer, (de quién pensaba separarse al igual que su padre), y la ubicación  de su deseo también en el trabajo, evitando una repetición melancólica que lo llevaba al alcohol, al abandono, la soledad, nombres de su neurosis de destino. El  “medio oficial” que  sostiene el “saber del padre” incastrado.

Esos son los tres ejes sobre los cuales trabajamos las veces que nos encontramos, que habrán sido diez o quince veces, no más.
Freud afirma que toda neurosis, es neurosis de destino.
Una neurosis que no se cura, se hace crónica, se hace destino y se vuelve trágica.  El sujeto no puede salir del lugar donde está. Un goce parasitario que lo  retiene en una letra, medio oficial.
La formación del analista y el tema del dinero, nos obliga a hablar un poco de la historia del psicoanálisis en la Argentina.

El psicoanálisis alrededor del año 1950 ingresa a partir de una institución, la Sociedad Psicoanalítica Argentina. Se crea una estructura, como Freud explica muy bien en “Psicología de las masas”, como la iglesia y el ejército. Una estructura con un jefe, un padre, jerarquías y los goces de cada jerarquía. Y el fin de esos análisis, que se llamaban didácticos, terminaban trabajosamente, porque los pobres candidatos que cursaban sus didácticos terminaban extenuados de pagar cuatro, cinco sesiones semanales, iban todos los días, los honorarios eran muy importantes y pagaban el período de vacaciones al analista ¡Les pagaban las vacaciones! Lo único que no le pagaban era el aguinaldo, pero vacaciones pagaban. Es decir, no sabían cuando terminaba el calvario de cuatrocientas y pico de sesiones. ¿Y cómo terminaban? Con una identificación con el analista, terminaban en un lazo pobre.   Este modo de trabajar  colocó el tema del dinero como lugar de jerarquía, lugar de poder y esta tradición armó un psicoanálisis que se llamó “del encuadre”, donde el dinero era como una de las cuatro patas del dispositivo. Entonces, si no estaba el dinero, como decía este caballo, no es posible la práctica. Definían el psicoanálisis por el número de sesiones semanales,  hay un texto “Psicoanálisis de las Américas”, donde la definición del psicoanálisis, es a partir de que sean cuatro o cinco sesiones semanales y ahí estaba en juego el tema del pago como una de las formas de ejercicio de poder institucional. Llegar a ser analista “didacta” era un lugar de garantía en lo profesional.

Desde estos lugares se sostenía lo imposible de la práctica en los hospitales, los pacientes de hospital parecería no tienen inconciente, o sea, no hablan.

El tema del pago en psicoanálisis es más interesante  pensarlo por  el lado del superyó, allí entramos a interrogar el  pago del  neurótico de sus deudas imaginarias. Este es el hueso del asunto. No la boludez del dinero, porque el dinero, aún en lo privado, tiene tantas versiones, tantas versiones...

Si viene un jugador compulsivo, como a mí me ha tocado escuchar… ¿qué lugar tiene el dinero? Es un objeto de goce, claro, pero que paga con tanta pérdida, o qué no puede dejar de pagar?

La pregunta es por el lugar del significante dinero en la fantasmática de cada sujeto, en su economía libidinal. Hay una tradición fantasmática anal que el dinero encarna, el dinero puede estar, como en el caso del avaro en la obra de Molière, en el culo, y el sujeto no puede salir de la casa porque está encerrado en el objeto, o sea en su propio culo, es la dimensión tragicómica de todo análisis que atraviesa la fantasmática que nos constituye, así es la “cosa”.  Al escuchar a un  avaro, el analista tiene la posibilidad de intervenir para ver si con las palabras que el inconciente produce en el tratamiento, se modifica ese goce. Otros analizantes lo tienen para jugarlo y para hacer existir ese superyó en el juego que les gobierna la vida. Al jugador compulsivo que evocamos, a quién escuché en una serie de entrevistas, ¿saben cuál fue la solución que  encontró? No fue el análisis, no pudimos. No podía parar de jugar y jugar, perdía y perdía hasta haber perdido el nombre,  era un médico  importante de un pueblo y ahora todos hablan de él  despectivamente “ese es un timbero”. Había perdido su casa, obviamente la mujer y sus transferencias de trabajo.  El jugador juega para perder satisfaciendo  la gula del superyo, el goce superyoico, no juega para ganar.  Encontró un padre que lo regulara, que lo sacara del circuito de la vida civil e ingresó como médico en la marina, lo mandaron al sur, en un lugar muy acotado y ahí consiguió cierta estabilidad. Acá estaba perdido, no podía pagar las consultas, se jugaba el dinero en las apuestas del Jockey Club, antes de venir a las entrevistas, vivía de actuación en actuación.  

El dinero, en la subjetividad, en la estructura fantasmática, en el programa de goce de cada uno tiene un lugar, que al hablar, se devela en la lógica del ser y el tener. Otro paciente y acerca del dinero, estaba obligado a cuidarlo para las próximas generaciones. Envidiaba la vida sencilla de su chofer, él tenía su casa, su hijo, no tenía tantas preocupaciones, como él con su familia numerosa. Y no lo decía desde una impostura, lo decía en relación a estar efectivamente tiranizado superyoicamente en su realidad psíquica por este significante.  Coleccionaba zapatos  que salían no sé cuánto y que traía desde Roma. Esos zapatos  habían llegado en su colección al número 400 y le ocupaban todo el sábado a la tarde, porque aunque no  los usara requerían mantenimiento. Y él tenía que pasar la pomadita, la cremita y estaba ahí toda la tarde tiranizado por esos mandatos. Ser un hombre de dinero en la realidad cotidiana no lo excluía de padecer los mandatos de un Otro obsesivizante.

 La participación del analista en lo público la hemos situado en relación con su deseo, se trata de sus deseos y no se trata como se dijo acá en la mesa, de una oferta que vaya más allá de lo que uno desea, porque ahí aparece la figura del sacrificio.

  Los que hemos pasado por el escenario de lo público, por la distribución de riqueza que padecemos,  en los hospitales convergen la locura con las formas más difíciles de existir, la pobreza, la falta de higiene,  la falta de medios, esto es cierto. Pero  no quiere decir que aun ahí no se pueda trabajar, lo que pasa que el trabajo es difícil y nos puede impotentizar. De ahí el valor  del análisis del analista,  conviene tener alguna idea de la fantasmática propia, para no repetir, frente a cada demanda, la misma respuesta. Trabajar a pura demanda es la antesala del sacrificio superyoico.

Estos espacios de trabajar en las instituciones públicas  se fueron construyendo muy tempranamente en nuestra historia.
 Tenemos  maestros  a quienes les debemos muchísimo, uno es Enrique Pichon-Rivière. Fue el primero que hizo síntoma en la APA, no soportó  sus jerarquías al modo de la  iglesia y el  ejército, se fue de ese psicoanálisis a la libertad de su psicología social, sin poder incorporar en su formación otras lecturas del texto freudiano, habilitando generosamente a muchos otros, entre los que se encuentra O. Masotta.

El mejor homenaje para Enrique es no repetir como un lorito sus textos, que son muy buenos y fueron orientadores de nuestra práctica en la década del 60.  Comentaba  que lo que escribía a la noche a la mañana ya lo cuestionaba, trasmitiendo exageradamente  su capacidad  crítica.

Sus enseñanzas sobre la clínica psiquiátrica y psicoanalítica, producto de su experiencia hospitalaria, escuchar sus clases, participar de sus grupos operativos, su insistencia en el concepto  de tarea y en la formación del psicólogo a partir de la internalización operativa del ECRO. (Esquema Conceptual Referencial Operativo) nos resultaron imprescindibles.

Su entusiasmo, sin descanso, por ir más allá del diván, es responsable de orientar las prácticas institucionales.
En lo político, cuando Onganía toma el poder en el golpe de estado de 1966, prohibiendo la práctica asistencial a los psicólogos, quienes también teníamos prohibido el acceso a la APA, en esos momentos de represión institucional, Pichón nos  abre la puerta en su  Escuela de Psicología Social. El recordarlo me emociona, porque es un hombre que sostuvo el ejercicio de la función paterna de un modo habilitante, deuda simbólica, que nos “obliga” a pagar el costo de formarnos, para hacer bien lo que nos gusta.




                                                                       Ps. Luis Giunipero

1 comentario:

  1. Qué capo Luis. Da gusto leer sus reflexiones. Un tipo que puede pensar, y no repetir como un loro frases y fórmulas hechas...

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