lunes, 2 de abril de 2012

“Hacernos oír” Ps. Laura Capella. Panel “La ley y el sujeto. La importancia del nombre propio”.


“Hacernos oír”
Ps. Laura Capella, psicoanalista
Panel “La ley y el sujeto. La importancia del nombre propio”,
 Integrado por Ps. Luis Giunipero, Ps. Laura Capella y Ps. Walter Motto



En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
(…)
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca[1].



¿Qué habrán transmitido las voces de esas mujeres, antes que sus palabras, cuando acunaban a sus hijos en la prisión?
Muchas de ellas tras diversas vicisitudes sobrevivieron junto a sus hijos; otras fueron despojadas de su fruto y asesinadas, ¿qué recibieron esos hijos de la voz de sus apropiadores?
Sabemos que en un corto tiempo, Cabandié atesoró la sonoridad de su nombre, el que le dio su madre en el horror de la ESMA: Juan.
¿Qué otra cosa habrán transmitido con su voz las mujeres que pretendieron ser madres desde la apropiación de esos niños?
¿Qué del horror de las mujeres que esperaban a sus maridos militantes cuando demoraban en regresar?
¿Qué de-sar-ti- cu-la-ción?
Acá resuenan timbres dulces de voz penetrando convicciones, desgajando resistencias, preparando esqueletos, magros cuerpos para emprender gregario vuelo, abalorios sin cuerda enhebrados a susurros, anudándose a memorias de color perlado, trasladadas hacia umbrales y desenlaces.

Así lo va diciendo, enhebrando sin artículos, desarticuladamente, Susana Romano Sued para dar cuenta, desde la ficción, del relato de su paso por La Perla y La Ribera, cárceles de Córdoba[2]. Una creación.
Este texto  es el  recomienzo de un recorrido que muchos de los acá presentes, jóvenes colegas, colegas no tan jóvenes y estudiantes, han venido acompañando con su escucha y su lectura. Quiero agradecer especialmente hoy a los organizadores de  este panel, especialmente a la Cátedra Libre Oscar Masotta y al Movimiento Martín Fierro, porque al no  identificarme yo como nacional y popular, ni con ninguna letra o “ismo”, ponen en acto aquello por lo que vengo bregando desde hace mucho y es el respeto por el pensamiento crítico y la diferencia.

Y este recomienzo que comparto hoy con ustedes en sus primeros pasos  se vincula a la pulsión invocante. Pulsión tal vez no descubierta  por Freud dado que su teoría es la de un  inconsciente formado fundamentalmente por la represión de lo sexual, en tanto que Lacan, al formular que éste está estructurado como un lenguaje, pone en primer lugar el significante o la letra. Sigmund  Freud no pudo tener en cuenta el objeto voz debido a que éste no es un objeto sexual parcial destinado a fragmentar el cuerpo, sino que es un objeto subjetivante, que viene del Otro[3].

El dispositivo que pone en juego la pulsión invocante entraña tres elementos:
  1. Un emisor (la laringe)
  2. Un receptor (el conducto auditivo)
  3. Entre ambos, algo que por el momento llamaremos tercer oído, al decir de Didier-Weill.
Este dispositivo se opone radicalmente a la estructura narcisistica cerrada sobre sí misma de la pulsión parcial, que se ordena alrededor de un único esfínter, a la vez emisor y receptor,  metaforizado como el deseo de la boca que se besa a sí misma: logro narcisístico máximo que pretende la pulsión oral.
A las pulsiones parciales organizadoras de fantasmas sexuales, se opone una pulsión invocante, más primordial, en la medida en que pone en escena un proceso no sexual por el cual una voz –la de la madre- que se dirige a partir de una exterioridad absoluta a un sujeto supuesto, pasa en un momento dado de ser causa exterior para convertirse en causa íntima de un sujeto para que él pueda, a su vez, en un momento dado elevar su voz entre las voces del mundo.

Dado que el oído es el único receptor que no tiene esfínter para abrir o cerrar, como los otros objetos parciales,  el tercer oído sería lo que posibilite: a) que se escuche; b) que no se escuche lo que se dice –y estamos hablando de represión- o c) que sea directamente impasible a la musicalidad de la voz y estaríamos hablando de forclusión del sujeto.
¿Qué del horror se ha transmitido al infans cuando su papá o su mamá no llegaban?

Te sentirás acorralada[4]
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.

Creación del poeta que expresa ese momento en que se acuna al niño pequeño junto al temor más devastador.
¿Qué le habrán transmitido esas madres que acunaban a sus hijos haciendo cuentas que no se podían pagar luego de los ajustes del  neoliberalismo?


Duerme, duerme, negrito,[5]

que tu mama está en el campo,

negrito.

Trabajando, trabajando duramente,

(...) 

trabajando y no le pagan,

trabajando sí,

Didier-Weill relaciona la cuestión de la pulsión invocante con lo que plantea Lévi-Strauss en “El hombre desnudo” cuando dice: “El sonido y el sentido se reúnen, engendran un ser único comparable al lenguaje, porque en este caso se ensamblan dos mitades hechas, una de sobreabundancia de sonido, y la otra, de sobreabundancia de sentido”. En el ser único comparable al lenguaje el autor reconoce la dimensión de lo Inconsciente estructurado como un lenguaje de la que habla Lacan.

 La transmisión más primaria de lo simbólico al niño se haría por conducto de la música de la voz materna. La voz materna media entre lo que la precede: El significante del Nombre-del-padre que sostiene lo simbólico y lo que la sucede en lo inconsciente próximo a llegar del niño receptor del sonido.
La transmisión del significado, el pasaje de lo simbólico más originario puede transmitirse de manera humanizante por medio de lo que el sonido musical tiene de a-semántico.

Los conceptos con los que venimos trabajando pertenecen al Psicoanálisis, éste surge con un siglo en el que comenzaba a perfilarse el horror que se avecinaba, momento que el expresionismo reveló, como lo hacen ciertos artistas que tienen ese contacto directo con lo real, mucho antes de que realmente ocurriera y que  a nivel de la pintura aparece expresado palpablemente por “El grito” de Munch y que tuvo como himno un poema que los artistas y los jóvenes cantaban y tarareaban:

Weltende (Fin del mundo) [6]

Vuela el sombrero de la afilada testa del burgués

en los aires reverbera el griterío
Del tejado caen tejas que se rompen. según dicen,
En la costa la marea está subiendo.
La tormenta está aquí, la tierra es abrazada
por un mar desconocido, diques, y bajeles destruidos
la mayoría aquí es víctima de un resfriado
Las locomotoras se desvían de sus raíles.[7]

Estas líneas eran cantadas, musitadas, tarareadas, y expresan la premonición de un mundo que caería en lo más bajo luego de haber mostrado lo mejor que puede hacer el hombre. Es la época de Mahler, de Marx, de Schoenberg, de Kafka, de Freud en fin. La cultura florecía pero al mismo tiempo se deslizaba hacia  las dos grandes guerras y el nazismo, hechos que provocarán profunda decepción a Freud.

Esos momentos tan oscuros en los cuales estaban en pugna los Titanes, cuyo combate nuestras nodrizas quieren aplacar con el arrorró del cielo[8] , al decir de Freud, fueron analizados por ciertos pensadores como producto del racionalismo iluminista propugnando una vuelta a la naturaleza y a los sentimientos. Esto es tomado rápidamente por el nazismo oponiendo a la ilustración el peor y más mortífero y siniestro irracionalismo En este contexto la genialidad de Freud radica en que su descubrimiento no realiza una disyunción entre razón e irracionalidad, sino que trabaja con ambas, y es este discurso que se suma a la cultura el que reivindico en el análisis crítico de la época que nos toca vivir.

Sigmund Freud plantea que luego del asesinato del padre de la horda por los hermanos que se habían unido contra él, cada uno de los hermanos se erige en padre de familia quedando la libertad de cada uno limitada por los derechos de los demás[9]. Aparece entonces, dentro de una típica situación de masas, un estado de descontento que provoca que un individuo se separe de la masa y asuma el papel del héroe que suplantó al padre y se constituya en el primer ideal del Yo. Y acá viene lo maravilloso,  este hombre que se separa de la masa y se constituye en héroe mítico asumiendo sobre si la responsabilidad del asesinato del proto-padre, dice Freud que se constituye en el primer poeta épico.

¿Qué es un poema épico? Es un relato, en sus comienzos oral, acerca de los orígenes de un pueblo o de una familia y hace a lo que hoy llamamos identidad y en lo que acá no voy a detenerme.
Pero si voy a retornar a esa pulsión, a ese llamado, que según lo lee David Kreszes tendría tres tiempos: Oír, Oírse, Hacerse oír[10].

En el momento del Oír, no hay sujeto ni objeto, es el primer encuentro del viviente con la ley, es la marca de ese encuentro, no hay quien pueda oír esa voz tronante que el pueblo judío lo representa por el sonido del shofar. Hay viviente tomado por la ley, pero todavía no hay sujeto.
En Oírse, puro imperativo sin llamado, ya nos dice del movimiento pulsional, éste comienza en el pasaje del Oír al Oírse. No hay quien oiga, es Ello quien oye.

El tercer tiempo: Hacerse oír, es el tiempo del surgimiento del sujeto y del Otro, el tiempo del llamado, que en tanto fantasía emerge como interpretación del deseo del Otro. A diferencia del tercer tiempo de la pulsión sado-masoquista: Ser pegado- Hacerse pegar, en el cual se asume una posición de objeto como respuesta al deseo del Otro, en el Hacerse oír, el sujeto toma la palabra. La pulsión de vida y de muerte[11] que si se lee con detenimiento a Freud, deben ser consideradas juntas, pues lo vivificante no puede ser sin el corte, sin la escansión que propone la pulsión de muerte, se encuentran unidas en la pulsión invocante.
Allí aparece el poeta épico, en ese sujeto del inconsciente que es sin lugar a dudas un sujeto de excepción como decía Freud del que tenía la posibilidad de la sublimación. Por el contrario creemos, con otros, que cada uno, sin excepción puede crear su poema, su relato, su invento.

He seguido en gran parte de este texto a Alain Didier-Weill, quiero al respecto contarles algo que me llegó por la vía de un relato oral, sin duda épico. Alain Weill portaba, en la Francia ocupada por los nazis, un apellido judío que lo hacía pasible de engrosar esa masa destinada a morir cual pulgas o cucarachas, concepto que Agamben menciona como el de Homo Sacer. Su familia lo cambia por el prolijo, correcto y absolutamente francés de Didier. Finalizada la guerra, cuando él puede hacer oír su voz en el medio de las voces del mundo, ese invento, el que lo había salvado de la muerte, el nombre  que le dio el padre para salvarlo quedó incorporado a su nombre. Hoy es Didier-Weill.

Contra la voz anónima de la masa, o si se quiere, de los medios masivos de comunicación, se puede, y se debe, hacer oír nuestra voz, no anónima, con nombre y apellido por la que nos constituimos en parte de esta fraternidad discreta en la que sin embargo somos todos tan desiguales.

cantamos por qué el río está sonando
y cuando suena el río / suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino[12]
¡JUSTICIA!





[1] Antonio Machado, Nanas de la cebolla
[2] Susana Romano Sued, Procedimiento, Memoria de La Perla y La Ribera, El Emporio Ediciones
[3] Didier-Weil, Invocaciones, Ed. Nueva Visión
[4] Juan Goytisolo, Palabras para Julia
[5] Víctor Jara, Duerme negrito
[6] Jakob Van Hoddis (ingenioso anagrama de Hans Davidsohn)
[7] Frederic V. Grunfeld, Los profetas malditos, Editorial Planeta
[8] Sigmund Freud, El Malestar en la cultura, final del punto VI
[9] Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del Yo, Consideraciones suplementarias
[10] David Kreszes, La heterogeneidad de la ley. El bando y el llamado
[11] Sigmund Freud, Más allá del principio del placer
[12] Mario Benedetti, Por qué cantamos

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