martes, 2 de octubre de 2012

Apertura a las segundas jornadas de psicoanálisis, salud y políticas públicas.


Desde nuestros comienzos, allá por el 2010, continuamos con la insistencia de un nombre, el de Oscar Masotta, y desde el año pasado, prolongamos la propuesta de juntarnos para pensar en torno al psicoanálisis, la salud y las políticas públicas. En este marco, en la Facultad de Psicología.

Nada novedoso, cierto. Ni aún el hecho de acercar el nombre de Oscar Masotta a esta invitación.

Ya en el programa de la EFBA (Escuela Freudiana de Buenos Aires), quedaba dicho que el tercer año sería para poner el acento en “Psicoanálisis e instituciones”, entendiendo por institución tanto a la sociedad en su conjunto cuanto al hospital y las instituciones psicoanalíticas.

La EFBA fue fundada por Masotta y algunos discípulos en el convulsionado año 74. Un marco político que contenía una interpelación masiva a las figuras de autoridad tradicionales de los años 60, aquellas que, en el caso del psicoanálisis, habían permanecido incólumes desde la fundación de la APA. Esa hegemonía permaneció, al menos, hasta la irrupción del Cordobazo, donde se anticipó la conflictividad que aventuraría luego en la ruptura de Plataforma y Documento.

En Rosario, un polo crítico surgió por la vía del C.E.P. (Centro de Estudios Psicoanalíticos). Y es en esos albores setentistas, donde Oscar Masotta pasa a ser uno de los referentes de una generación de jóvenes que quería formarse en psicoanálisis, referencia que no provenía de un aval académico, ni de la psicología o la medicina, sino de una posición deseante hacia la obra Freudiana a partir de la lectura de Jaques Lacan.

Así, mencionamos algunas marcas de nuestra historia: el nacimiento de la APA, las rupturas, el CEP, Masotta… A lo que podríamos agregar las carreras de Psicología.

Rosario, fue la primer sede de una carrera de psicología en Argentina, creada en el año 54 durante el Gobierno de Juan Domingo Perón, aunque años después, para conmemorar el aniversario por los 50 años, se  eligió la fecha de la re-apertura de la Libertadora en el 56, es decir, la fecha de la dictadura militar de Aramburu y Rojas, donde Victoria Ocampo dio la clase magistral re-inaugural.

Aquí tuvimos el golpe más duro con la intervención del año 74, llevada al extremo en el año 76.

Como hemos hecho saber, desde la Cátedra propusimos en Consejo Directivo colocar en el ingreso de nuestra casa de estudios una placa para hacer presente con nombre, apellido y lugar de militancia a cada uno de los compañeros desaparecidos que transitaron por esta institución que hoy nos cobija a nosotros.
Se trata de hacer memoria, por nuestras prácticas políticas y porque los vaivenes de nuestro oficio están inseparablemente ligados a la misma.

Por ejemplo, hoy en día discutimos sobre la ley nacional de salud mental. Para algunos las leyes son como “un cartel que dice que un camino está por construirse”, nos gusta esa frase, las leyes suelen ser puntos de llegada, pero también lo son de partida, se trata de una escritura que sirve para continuar avanzando, disputando y luchando. Pero cómo olvidar que una de las primeras acciones de la dictadura respecto a la salud mental fue tapar el arenero, donde las madres internas del Borda recibían a sus niños, con un estacionamiento de cemento para los usurpadores cómplices civiles.

Lo mismo lo podemos trasladar al trabajo en los hospitales, qué podríamos decir sin un Pichon Riviere en el Borda, sin Arminda Aberastury en el Hospicio de las Mercedes. Pero ello no siempre fue posible. Recordamos el retiro de los psicoanalistas como Silvia Bleichmar del Tobar García, tras las amenazas de la triple A, el repliegue de tantos compañeros hacia el exilio.

Nunca el Psicoanálisis se presentó totalmente ajeno a ciertas legalidades exteriores de su discurso. ¿Las neurosis de guerra? ¿Los sueños más allá del principio de placer? ¿El moisés en pleno nazismo?

Por eso la interrogación del campo político, el análisis de las políticas públicas, no puede ser ajena a la reflexión de los psicoanalistas.  

Quizá en la época de Masotta previa al exilio, el conflicto rondaba en un posible aplastamiento de la política sobre el psicoanálisis, pero tal vez el síntoma en estos tiempos sea haber descuidado la interrogación del campo político, y que aquello que denominamos ideología, se haya filtrado veladamente en el campo analítico, aggiornado con lenguaje Psi.

Nuestras instituciones tienen sus historias, nunca ajenas de conflictos, al igual que las del resto de los mortales.
Ferenczi fue quien tempranamente en la historia del psicoanálisis mostró la vaga esperanza de que pudiera ser distinto para las instituciones psicoanalíticas. Decía:

 “Conozco bien la patología de las asociaciones y sé perfectamente que a menudo en los grandes grupos políticos, sociales y científicos reinan la megalomanía pueril, la vanidad, el respeto a fórmulas vacías, la obediencia ciega y el interés personal, en lugar de un trabajo concienzudo consagrado al bien común”.

Aún así, esperaba que los miembros que hubieran recibido una formación psicoanalítica serían, pues, los más apropiados para fundar una asociación que reuniera las ventajas de la organización familiar con un máximo de libertad individual.

Los años que siguieron posterior a los enunciados de Sandor Ferenczi, mostraron que no hay ninguna particularidad en la conflictividad de los psicoanalistas, salvo quizá --acentuado según la época--, en la astucia de eludir el costado político del conflicto en cuestión. Es decir, eludir los términos políticos.

Para quienes conformamos la Cátedra Libre Oscar Masotta, la institución que reclama nuestra pertenencia es la Facultad de Psicología, fuertemente atravesada por los espectros de nuestra historia política nacional y por toda una historia ligada al psicoanálisis en nuestro país, y en nuestra ciudad.

De allí que, sin afirmarnos en la queja, procuramos generar espacios como estos, para poder pensar el Psicoanálisis por fuera de los esquemas universitarios de aplicación teoría-práctica, para cuestionar el lugar del saber, para evitar que crezca el enano psiquiatra positivista que tenemos dentro, consumiendo psicopatología y diagnósticos sin preocupaciones de método.

Ya lo decía Masotta: “Tratándose de Freud y del psicoanálisis, la empresa adquiere doble relevancia: se trata de aplicar a la historia de la doctrina los principios metodológicos que constituyen la base de la doctrina.”

Por eso añadimos los paneles sobre el método, por eso la propuesta de volver a pensar los conceptos centrales, como el de transferencia, sujeto, estructura. Pensar la supervisión. Recorrer las tensiones entre el psicoanálisis y la salud pública, la relación con la comunidad, con las demandas del hospital, con las conceptualizaciones de Estado.

El psicoanálisis dialogando con las ciencias de la época, con la política, pensando las condiciones de trabajo de los jóvenes, abrir a discutir qué serían  condiciones  de trabajo  que sostengan  la  especificidad  nuestra, la dimensión clínica, la que a veces nos es negada con ofertas de ser cuasi animadores sociales. Pensar lo educativo, ámbito impregnado por lo Psi desde los inicios de la APA. Discutir los malestares de época, pero también las transformaciones.
Gracias por la presencia, esperamos que podamos disfrutar de la exposición de los trabajos, pero fundamentalmente del intercambios entre los presentes

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