A casi 30 años de la finalización de la última dictadura cívico-militar que aterrorizó a nuestro país, responsable de la desaparición y asesinato de nuestros 30.000 compañeros, hoy seguimos sufriendo las nefastas consecuencias del trauma que, de una u otra manera, nos afectó a todos, no sólo por las dimensiones de la sanguinaria represión sino también por la destrucción en términos económicos, políticos y sociales.
Es decir, el genocidio "reorganizador" y los crímenes sistemáticos llevados a cabo posibilitaron, a través del uso del terror, la implementación de las medidas económicas neoliberales a favor del capital foráneo y en detrimento de la producción nacional, que implicó el vaciamiento del Estado de bienestar que supo ser el garante de las conquistas sociales para el conjunto del pueblo argentino.
Como resultado de la destrucción de los lazos sociales, se impusieron modelos identitarios que promovieron el individualismo, en detrimento a la construcción colectiva de sentido.
Hoy se están llevando a cabo en la Argentina los juicios a los perpetradores del genocidio, con condenas efectivas y cárcel común a los máximos responsables de la jerarquía militar, dejando en el pasado los años de impunidad promovidos desde el poder político a través de los indultos y la sanción de las leyes de obediencia debida y punto final, derogadas por la democracia en el año 2003.
Es necesario explicitar que la anulación de dichas leyes no hubiese sido posible si los organismos de Derechos Humanos no hubiesen mantenido viva en la memoria colectiva el reclamo por justicia y verdad, desde el primer día, aún en plena represión. Sin la presencia incansable de las Madres en las rondas de los jueves, reclamando por la aparición con vida de sus hijos, sin la valentía de las Abuelas que todavía hoy buscan a sus nietos, sin el coraje de los Familiares que denunciaron las desapariciones de sus seres queridos y sin el trabajo de las generaciones de H.I.J.O.S. de desaparecidos tendiendo puentes generacionales e integrando a toda la población a participar contra el olvido y el silencio, la "verdad" oficial se hubiera impuesto.
Desde la Cátedra Libre Oscar Masotta nos sumamos a esa lucha, no como un acompañamiento pasivo, sino posicionados activamente respecto a cómo pensamos y entendemos la memoria, cómo resulta hoy día posible y necesario recordar.
Los centros clandestinos de detención fueron los espacios físicos cuyo fin último fue la destrucción total de la identidad de los detenidos a través del borramiento del nombre propio con la asignación de un número, el aislamiento y la tortura...
“La memoria de halla indisolublemente ligada a la identidad de manera que las dos se sostienen mutuamente; negarla equivale a tomar el partido de la muerte” (Elie Wiesel). Lo traumático a lo que aquí nos referimos desde ya que tiene que ver con la magnitud del acontecimiento, pero también es necesario señalar que lo no dicho, lo silenciado con aquello que impide la elaboración, perpetúa el borramiento.
La destrucción de la subjetividad que se da a partir de la enajenación del sí mismo y por ende de todo aquello que inscribe al sujeto en la cultura y en los lazos de filiación sociales y políticos nos indica la importancia que tiene la recuperación de las identidades políticas de los compañeros desaparecidos.
Es por esto que creemos que reivindicar el lugar de militantes políticos de los compañeros es recuperar la voluntad transformadora de toda una generación diezmada y proyectarla en nuestro futuro.
Como escribe la agrupación H.I.J.O.S. Rosario en su aval a nuestro proyecto de la Placa Conmemorativa: “Una memoria orientada únicamente a condenar el Terrorismo de estado, sin referencia alguna al contexto que provocó que éste se instaurara, y a las luchas políticas que vino a acallar en aras de la instalación de un modelo de exclusión social y entrega nacional, se convierte paradójicamente en una memoria deshistorizante, incapaz de extraer enseñanzas, debates y ejemplos de compromiso social y político capaces de alumbrar prácticas emancipadoras en este, nuestro presente.”
Nuestros treinta mil compañeros se comprometieron con planteos ideológicos y/o con organizaciones políticas. Es hora de que las instituciones públicas de la democracia recuperada podamos recordarlos no exclusivamente como víctimas, sino también como militantes. Necesitamos darnos el debate de qué retomar, qué resignificar, como horizonte de nuestras luchas presentes.
Siendo que la historia de nuestra facultad de Psicología, no permaneció aislada de los acontecimientos y que personas que formaban parte de ella fueron detenidas-desaparecidas-asesinadas, consideramos que tenemos una deuda como institución tanto hacia aquellas personas, estudiantes, profesionales, docentes, como también hacia nosotros mismos, en cuanto a la necesidad de generar espacios que permitan que las marcas tengan un lugar y que las ausencias estén presentes de algún modo. En este sentido, creemos importante que desde nuestra casa de estudios podamos pensar los efectos del terror, del silencio y la trascendental importancia de una formación que tome a su cargo la tarea de producir conocimiento y acciones en relación a los Derechos Humanos.
No queremos una placa como monumentalización de nuestro pasado reciente. Necesitamos de ella como recuerdo de aquellos que hoy no están y también como apuesta a la construcción colectiva de un pasado por el cual dejarnos interpelar.
Por todo lo antes dicho pedimos se avale nuestro proyecto Placa Conmemorativa, aprobado por unanimidad en Consejo Directivo de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario, el 11 de septiembre de 2011.
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