¿Qué se precisa para homenajear a nuestros compañeros ausentes, aquellas vidas singulares, intransferibles: alumnos de la casa, psicólogos, militantes políticos, amigos, novios, hijos, padres?
¿Qué
es acaso un homenaje? ¿De qué se tratan las identidades políticas con las que
tanto hemos insistido? ¿Se trata de nuestra identidad? ¿Se trata de la de
ellos? O es que quizás hay una hiancia, un entre, un entre-nosotros. Íntimo. En
silencio.
Nuestros
compañeros pensaron en los que venían, y se imaginaron un mundo distinto. Y con
esa imagen, esa causa, se jugaron la vida.
Nosotros
nos criamos después de esa encrucijada, de esa vuelta que fue de derrota. Ante
el horror, ante el silencio.
¿Qué
bocas podían gritar tanto dolor?
Había
que caminar, circular alrededor de un simbolismo, de una plaza que encerraba
otras promesas para la Historia Argentina.
La
recepción primera fue cargada con todo ese horror. Un relato que comenzaba en
el '76, o en el '74, pero que dejaba por fuera toda la historia anterior. El
horror en una temporalidad exterior al tiempo, que hacía desaparecer palabras,
trozos de verdades que circulaban en un tejido social vapuleado, dañado por la
profundización de las mismas políticas neoliberales que implantaron con el
Golpe civiles y militares.
Erradicaciones
programadas, pero que no hicieron más que poner en marcha una memoria que no
olvida, ni perdona. ¿A quién? ¿Acaso alguien pidió perdón?
“El
límite de esta democracia es el terror”, dijo León Rozitchner a finales de los
'80.
En
esa época, Paco Urondo no fue incluido en el informe de la Conadep. Su
militancia contrastaba con la figura del desaparecido des-historizado, al que
se le borraba la identidad, tanto en lo personal como en lo concerniente a lo
político.
Si
bien estaba en juego proteger a los sobrevivientes de lo que no se sabía que
podía venir, lo que circuló como marca fue la teoría de los dos demonios,
diseminando el “por algo será” -propaganda oficial de la dictadura para promover
la delación en la ciudad.
Con
el antecedente de los Juicios a las juntas, llegaron las leyes de Obediencia
Debida y Punto Final. En los '90, los indultos. Compartir las calles con las
sombras. Alfredo Bravo y Miguel Etchecolatz en un programa de televisión. A la
par, los medios de comunicación cómplices de la dictadura manifestaban apoyar
las banderas de los DDHH.
Madres,
Abuelas, Hijos, nietos… los sobrevivientes, los ex presos, construyeron una
acumulación que tendió puentes generacionales e instó a la población a
participar contra el olvido y el silencio. Sin este testimonio, sin esta
militancia, la "verdad oficial” se habría impuesto.
Esta
acumulación permitió que a partir del año 2003
las leyes del olvido fueran depuestas bajo el gobierno de Néstor
Kirchner, quien desde su discurso inaugural en la presidencia, se reconoció
como miembro de la generación que hoy estamos homenajeando.
Esto
implicó un marco de legalidad vehiculizada a través de los juicios, lo que
generó condiciones para el retorno de una gestualidad simbólica: en el hecho de
bajar el cuadro de Videla, en la acción de recuperar los espacios que
testimoniaban lo sucedido, en el accionar de una política de la memoria en las
escuelas. Mientras que los familiares y los compañeros comenzaron a agregar
junto al nombre propio el ámbito de militancia en los recordatorios a las
víctimas del terrorismo de Estado.
Sería
impensado esto sin algo del desalojo del terror en nuestros cuerpos.
En
este período, los organismos de Derechos Humanos tuvieron y tienen un
protagonismo político por fuera del lugar de “museo viviente” que ciertos
discursos quisieron asignarles. Esto trajo costos.
El
retorno no fue sólo de las cosas positivas. La desaparición de Julio López, el
asesinato de Silvia Suppo, las constantes amenazas, las embestidas a las Madres
y a las Abuelas. El retorno de una memoria que reintroduce la teoría de los dos
demonios en el campo de lo mediático, recuperando aquello que diseminaron en la
sociedad argentina a partir de las publicaciones oficiales y anónimas de
aquellos nefastos años.
Combates
por la memoria. Tiempo donde convergen retornos distintos. Donde los lenguajes
coagulados ayudan a que se cierren los oídos, cuando más que nunca es necesario
que estos se abran. Porque el sentido de aquellos años está en el centro de la
disputa actual por el modelo de país.
Antes
del horror existió un modo de construcción en lo sindical, en lo territorial, y
en la universidad, una acumulación crítica, un modo de praxis política, que aún
permanece en reserva. Que aún nos interpela.
Homenajeamos
la vida de nuestros compañeros, porque los reconocemos… los reconocemos en una
proeza que no queremos que quede en la nada…
Creemos
que reivindicar el lugar de militantes políticos de los compañeros es recuperar
la voluntad transformadora de toda una generación y proyectarla en nuestro
futuro.
Para
cerrar queremos leerles el poema “Otra Cosa” de Francisco Urondo:
Queridos
hijitos, su papá poco sabe de ustedes
y
sufre por esto. Quiere ofrecer un destino
luminoso
y alegre, pero no es todo
y
ustedes saben:
las
sombras,
las
sombras,
las
sombras,
las
sombras,
me
molestan y no las puedo tolerar.
Hijitos
míos, no hay que ponerse tristes
por
cada triste despedida:
todas
lo son, es sabido,
porque
hay otra partida, otra cosa,
digamos,
donde
nada,
nada
está
resuelto.
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