Sobre las primeras páginas del
libro de Sergio Zabalza podemos leer:
“La equivocidad del lenguaje es la
fuente de la diferencia, el hábitat del sujeto, la materia prima con la que se
constituye un mundo humano y toda la saga de tragedia, drama, arte y amor que
lo distingue… se trata de incidir allí, donde apenas el lenguaje hace borde,
para que ese hueso singular e irreductible -origen del malestar subjetivo-
encuentre vías para tramitarse en el lazo social… Todo el devenir psíquico se
asienta sobre esta amalgama con la que un sujeto construye su fantasma: esa
elaboración significante que articula el objeto de la pulsión con la ficción
necesaria para sustentar una escena en el mundo. Hay un crisol que se cuece en
el hervor de los primeros cuidados y se termina de soldar en la adolescencia…”
págs 21 y 25
Este libro comienza no por el
epifenómeno sino por consideraciones respecto a aquellos que es universalmente
necesario a los humanos para existir: la sujeción al lenguaje, a la palabra de
Otro para poder, con tiempo, tener un lugar en la polis, o para decirlo más en
argentino, en la Comunidad.
Su lectura permite, o al menos a mi
me sucedió eso, retomar y poner en ebullición ideas con que convivimos. Este
texto escrito con rigurosidad, con perlitas de ironía, está compuesto por fuera de los prejuicios o
las moralizaciones vulgares. Mientras se lo lee, entre otras cosas, sucede que una pasa revista a través de unos
cuantos testimonios de afiliados al club
de Los pregoneros del mal –donde no faltan “analistas”- que agitan
escandalizados las luces de alarma ante la psicosis, las drogas… cómo no el matrimonio igualitario y, al decir
de Sergio, las neoparentalidades.
Convivimos con algo que desde la Cátedra Libre Oscar Masotta
denominamos la “Elisacarriorización” del pensamiento: el fin de la familia, del
buen paciente, esto es aquel que
vendría a confirmarnos que 2 más 2 suman cuatro en nuestra teoría estarían a la
vuelta de la esquina. Sabemos que algunos emplumados de analistas han anunciado
esto a viva voz… en fin…
Este libro es la posibilidad de
encontrarse con un analista a pensar desde un lugar construido por fuera de dos
polaridades.
Sergio escribe situado en una
investigación en un hospital público de Buenos Aires y esto no es menor, pues
sabemos nosotros que lo público es por excelencia el recinto donde “lo social”
se aloja. Con esta referencia a “lo social” o a “lo público” no me refiero a
“los pobres” espero que nos entendamos. Quiero decir, sabemos que es en los
espacios públicos por donde se trama lo social de nuestra época: escuelas,
calles, barrios, hospitales, instituciones, son nuestra sede, nuestro lugar
común, nuestro espacio en la exogamia. Pues bien, Sergio se ubica allí para
pensar, traduciendo en acto que el psicoanálisis es mucho más que un método
terapéutico que eliminaría síntomas o podría hacer alguna suerte de
psicoprofilaxis pero sin hacer por eso
del psicoanálisis una cosmovisión.
Resulta entonces recomendable,
recorrer a través de este libro el camino que Sergio construye como celebración
a la cita de “poner a prueba los pilares del psicoanálisis” a la luz de los
adelantos científicos de nuestra época.
Siguiendo a Freud que en El
malestar en la cultura, advierte con absoluta vigencia que es la vida misma la
que se vuelve gravosa, no como eventualidad - siendo hijos de homos,
heteros, padres así, madres asá- sino
como condición ineludible. En este libro contamos con la posibilidad de
compartir la construcción de una pregunta por cómo la clínica, nuestra clínica,
más simplemente nuestro trabajo se piensa en relación a aquello que rápidamente
podemos decir “su época”.
Anterior a la pregunta por lo
“neo” de nuestra época en la
parentalidad, hay en el libro una
pregunta respecto a qué es lo parental, ¿dónde radica aquello que hace de un
adulto un padre o una madre? ¿está en la anatomía? Aparte de considerar que
para ello la biología debe por algún medio “hacer su truco” ¿cómo se constituye un hijo?. En torno a esto
es muy destacable una posición que ni perezosa ni conformista lleva la pregunta
por la filiación a través de un recorrido por la obra de Lacan donde, partiendo
de la noción de Complejo de Edipo normativizante que ya cómodamente puede leerse en los primeros seminarios. Sergio
labra nociones que expanden, empujan la lectura para preservar la escucha.
Así es que contamos en el libro con una noción
de padre, poética por cierto, que dice “… padre es un lugar, un intervalo, una
pausa, una síncopa, un desvío, un quiebre, una escansión, una hiancia, un
corte, un no que propicia el deseo y encausa el erotismo… /// un saber hacer en
los borde donde porque algo no fue el amor es convocado… es un cualquiera que
se hace excepcional por facilitar las versiones con que conformar un semblante
apto para orientarse en la escena del mundo…” Pág. 38
A la Elisita , al enano
psiquiatrizante devorador de psicopatologías, a
nosotros, Sergio nos propone: “… ¿Acaso un padre heterosexual está
totalmente comprendido en la significación fálica?¿no es más bien que la
experiencia nos demuestra que, allí donde la significación fálica falla, el
sujeto-en este caso el niño hijo- encuentra un lugar para alojarse? Se dice que
se esperan nuevos síntomas. Me inclino a pensar que sí, aunque esta afirmación
poco tiene de novedosa, los síntomas que cada sujeto trae a su sesión son
siempre… nuevos, habida cuenta de que en la práctica analítica lo que cuenta es
el caso por caso, la singularidad es siempre nueva…” pág. 24
Más aún, avanza Sergio preguntando:
“…¿Cómo podríamos agrupar los efectos que un niño sufre por contar con dos
papás o dos mamás? Sin pretender hacer futurismo, se inclina por considerar que
(…) esta situación contará con la misma
dosis de imprevisibilidad que la de cualquier hogar heterosexual…” pág. 25
Lacan afirma que padre es quien hace
de su mujer causa de su deseo, dice Segio: “…en principio me pregunto en
cuántos hogares heterosexuales el padre hace de su mujer causa de deseo… en
fin...” Más en profundidad: “…¿ habrá Lacan destinado horas, días y años en la
conformación de las fórmulas de la sexuación para luego decir que la causa de
deseo de un hombre es sólo una mujer con cuerpo de mujer?...” Pág. 26
Estamos entonces inmersos en
un problema medular para el pensamiento
psicoanalítico de larga data. Por poner un
ejemplo, una de las cartas
que Fliess escribe a Freud cuando este
escribía Tres Ensayos. Me estoy refiriendo a la carta del día 23 de julio de 1904 en que Fliess escribe a Freud y
le comparte una inquietud a investigar:
“hombres femeninos atraen a mujeres masculinas” .
Freud en su respuesta le hace saber que también él se encuentra
investigando asuntos sexuales y le confiesa que está escribiendo un artículo
donde hay dos puntos donde no podrá omitir hacer mención a la bisexualidad: en
la explicación de la inversión sexual y
en la mención de la corriente homosexual en todos los neuróticos.
Traigo esto a colación no para
favorecer a un reduccionismo donde todo sería lo mismo, o diera lo mismo sino
con el fin de recordarnos que homo y heterosexual son un par conceptual que
como otros no son propios del psicoanálisis, por lo cual debemos ver qué
estatuto le damos, cómo lo conjugamos.
En este sentido, Sergio dice: “… cada
heterosexual es distinto a sí mismo en la alteridad radical que albera su más
íntimo rasgo: la extimidad…” haciendo
referencia al neologismo de Lacan que reúne lo exterior con lo íntimo,
señalando que el centro del sujeto está afuera, que el Otro es algo extraño en
mi, aunque está en mi núcleo.
“…Para un varón, por rara paradoja,
asumirse como heterosexual supone la tarea de hacerse cargo de su parte
femenina, de su diferencia…” Pág 56
Vemos entonces cómo desde los
avances científicos y desde el psicoanálisis
por cuenta de nuestra noción de sujeto tanto el par heterosexual,
homosexual como el mismísimo par hombre mujer se ven contrariados, increpados
en su plenitud y univocidad de sentido. ¿Cuál es la brújula entonces?
Nos dice Sergio, “…se trata del
deseo de quien convoca la llegada de un chico como metáfora del amor, esto es,
de una falta que se dona, de una carencia que se entrega sin pretender ser
suturada u obturada. Por eso, Jaques Lacan abandona aquella temprana
formulación según la cual la familia se conforma a partir del matrimonio, para
afirmar que el lazo se funda en un deseo que no sea anónimo. Al dar nombre se
propicia entonces este malentendido, esta diferencia en que se aloja el
sujeto…. Esto siempre y cuando en quien
nombra estén dados las condiciones para que un chico haga diferencia respecto del
Otro que lo determina sin llegar jamás a agotarlo…” Pág 98
A través de la historia de Vicente, un niño con ¿dos mamás y ningún
papá?, mejor dicho, hijo de una pareja de mujeres Sergio nos invita a
preguntarnos por cómo se introduce un intervalo,
cómo se conforma una diferencia una distancia con el cuerpo materno y su
dimensión de Cosa, nos dice: “… cuando un adulto brinda al ser indefenso la
atención necesaria brinda al mismo tiempo su falta, es decir alguien que no
sabe todo, que hace lugar al enigma sobre el origen porque posibilita el malentendido
con su pareja y con el niño. Todo el
esfuerzo para interpretar el llanto del niño, las dudas, vacilaciones,
angustias habilita el intervalo para que el lactante asuma su papel de
interpretador: ese ¿qué me quiere? …” Pág 99
“… ¿Es que las madres que se
presentan como sabedoras de todo lo que concierne a un hijo son
homosexuales?¿No sobran los casos de parejas heterosexuales en que la mujer
asume con un conocimiento cerrado, monolítico, consistente sobre los problemas
de su hijo? De nuevo ¿qué agrega o quita la condición anatómica de la pareja
encargada de la crianza de un niño para la conformación del ¿ Qué me quiere?
que es la pregunta indispensable para acceder a la dignidad de sujeto de
deseo…” Pág 109
Recordé al leer el capítulo:
Hombre, mujer, niño dos situaciones: una
mamá que bastante inquieta se dirige a una colega porque no sabía cómo hacerle
entender a su hijo, un muchachito de 16 años, que no podía querer acostarse con
ella en la cama.
Un padre, que dolido, recurre a mi
porque no sabe cómo hacer para que su hija quiera ir a dormir a casa de él, me
dice: “no se cómo, pero quiero hacer que se sienta mi hija, que quiera venir
conmigo.”
Tanto la madre como el padre de los
que les hablo son heterosexuales, así como muchos de los padres que Sergio trae
para pensar en este libro. Qué lugar darle a este dato en el marco de las
historias que recibimos entiendo es una pregunta que puede llevarnos por la
lectura.
Sergio propone un trabajo para el
sujeto que tenga un horizonte que apunte más allá de las contingencias que hacen a la vida del
sujeto –entre otras quiénes fueron/son, cómo son los padres- orientándonos por aquello que con Juan Gelman
ubica cuando dice “los agujeros de las palabras” que tienen alma. Pág. 91
Por último, no puedo dejar de
recordar aquello que Althusser señaló
hace tiempo ya sobre Freud cuando hizo
mención a la soledad radical, a la soledad teórica en la que construyó, porque
cuando quiso pensar, expresar el descubrimiento extraordinario que había
logrado, cada día, en la cita de su práctica, tuvo que buscar precedentes
teóricos de los padres en teoría y no encontró absolutamente nada. Tuvo que
sufrir y revisar la situación siguiente:
ser él mismo su propio padre, construir con sus manos de artesano el espacio
donde situar su descubrimiento, tejer con hilos prestados la gran malla de
nudos donde se asentarán las profundidades de la experiencia ciega, el
escurridizo pez del inconsciente que los hombres llaman mudo porque habla aún
cuando duermen.
Celebro el libro de Sergio, porque
hace honor a disponer de lo heredado, yendo más allá del padre con lecturas y
propuestas propias ricas en cuanto a lo
fecundo que engendran. Análisis personal, supervisión y estudio siguen siendo
hoy, luego de Freud y gracias a él los pilares que fundan nuestra práctica. En
pos de esto, el libro de Sergio es una cita para aprovechar ya que no estamos
solos para pensar las complejidades de nuestro trabajo.
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