lunes, 15 de julio de 2013

¿QUE HACEMOS CUANDO ANALIZAMOS... LAS PSICOSIS Ricardo E. Rodríguez Ponte

¿QUE HACEMOS CUANDO ANALIZAMOS... LAS PSICOSIS
Ricardo E. Rodríguez Ponte
(*) Intervención en el seminario ¿Qué hacemos cuando analizamos?,dictado con Silvia Amigo, Alba Flesler, Víctor Iunger, Eva Lerner y Analía Meghdessian. En la Escuela Freudiana de Buenos Aires, el 20 de Noviembre de 1997.
Por razones que ya no viene al caso comentar, hace un tiempo yo había decidido no participar de este seminario. Pero un problema con el que yo no había contado, cuando tomé esta decisión, que, créanme, había sido suficientemente meditada, era que, cuando yo tomé esta decisión, ya había aparecido mi nombre en el Correo de la Escuela como uno más en el grupo de los convocantes. Se agregó a éste un segundo problema, provocado por cierto malentendido: por razones que sin duda deben atribuírseme, pero a las que contribuyó no poco cierto contexto, mis compañeros no tomaron lo que yo creía era la comunicación de mi decisión como tal, sino como... ya no importa, tampoco, cómo. Sólo diré que sólo hace unos pocos días ese malentendido se aclaró, creándose entonces la enojosa circunstancia de que, de buenas a primeras, este seminario iba a quedar sin su última reunión — lo que es meramente una manera de decir y cuya paradoja no podría asustar a nadie: la última reunión, que hubiera existido de todos modos, habría sido la de hace quince días.
Analía Meghdessian, a quien, cuando me telefoneó para enterarse del intríngulis, le expuse esas razones que ya no vienen al caso, fue quien resolvió el problema del modo más expeditivo y eficaz posible: "Dejate de joder", me dijo, "da la charla, y el año que viene hablamos de eso". Y como Analía es una de mis amigas más queridas, más la sorpresa que me provocó ese modo de intervención, que no reconocía como el más habitual en ella, más, por último, que en general tengo el sí flojo con las mujeres, héme aquí con ustedes hoy, y ya saben a quién responsabilizar por ello.
Ustedes podrían preguntarse, legítimamente, a qué vienen esta anécdota y estas confidencias, este pasaje de lo privado a lo público, al comienzo de una charla que fue convocada con el título de Transferencia y Psicosis, y yo podría contestarles, en una réplica tan lacaniana como sea posible imaginar, que en la pregunta misma está formulada su respuesta... salvo que es preciso volver sobre ella para localizarla.
En su lugar, prefiero avanzar un poco más en el siempre resbaloso terreno de las confidencias, y decirles que, aunque ya tenía el sí al que me había resignado entre pecho y espalda, no se lo dí inmediatamente a mi amiga, sino que preferí hacerla partícipe de otras dudas, que no había comentado hasta entonces, relativas a mi participación en este seminario, dudas que me viene bien evocar con ustedes en esta introducción, dudas referidas, para decirlo de una vez, a la conveniencia de tratar aquí problemas que no he dudado tratar en otros lugares.(1)
Quienes escucharon al menos uno de los dos trabajos que presenté en las recientes Jornadas de Carteles organizadas por esta Escuela,(2) entiendo, serán más sensibles a lo legítimo de las mismas, las que formularé de este modo: encuentro que mi discurso suele ir más bien de través de lo que, quizá no sin abuso de mi parte, y con una metáfora acuática, suelo denominar como el cauce mayor de las aguas discursivas de esta Escuela. Es así que cada vez que planteo en ella alguna cosa suelo verme ante la alternativa de quedarme gritando desde la orilla o, interviniendo en un campo del que no puedo ignorar su decisiva dit-mensión transferencial, dedicar un buen y a veces extenuante esfuerzo por levantar la hipoteca de lo que —me lo digo para mí mismo, y ahora les doy parte de ello, ya que estamos en el terreno de las confidencias— califico lisa y llanamente como malas y prejuiciosas lecturas que desdeñan de antemano, en nombre de un freudismo mal entendido cuando son conservadoras, en nombre de avances doctrinarios que saltean pasos necesarios en la meditación de la doctrina cuando se quieren progresistas, que desdeñan de antemano, decía, lo novedoso, lo inédito, lo radicalmente no psiquiátrico y no psicológico que aportó el discurso de Lacan en el campo freudiano.
Huelga decir, por lo dicho anteriormente, y porque mi compromiso en esos sitios no sólo es menor, sino de otra índole, que el que me afecta al hablar en la que de todos modos es mi Escuela, que cuando hablo en otros lugares puedo entrar en tema sin tantas consideraciones.
Aunque el título con que fue ofrecida mi participación en este seminario era el de Transferencia y Psicosis, conviene que advierta desde ahora que, por ajustarse más al título general de este seminario, ¿Qué hacemos cuando analizamos?, lo que tenía en vista no era el hablarles de la psicosis, sino de la transferencia. De todos modos, entiendo, conviene que trace alguna puntualización relativa a cómo planteo la psicosis, en tanto forma parte, de pleno derecho, de una clínica a la que no le conviene otro atributo que el de ser una clínica psicoanalítica.



Estructura y Psicosis

Bueno, el obstáculo mayor que yo encuentro para introducir de lleno mi articulación entre transferencia y psicosis, es que en el seno del lacanismo la psicosis suele ser entendida como un déficit, como que en esta estructura algo falta, algún paso que no se cumplió — no es que me parezca que esta caracterización sea absolutamente errónea, pero lo es, cuando se queda en eso, por incompleta. Por otra parte, creo que algunos párrafos de Lacan —eso es lo que nos queda hoy de Lacan: sus escritos o las siempre conjeturales transcripciones de su palabra— son en alguna medida responsables de esta situación. No la atribuyo a mera mala lectura o delirio de algunos lacanianos. El problema es que concebir la psicosis desde la perspectiva del déficit deja al psicoanalista fuera del campo de la psicosis, o lo reduce a incluirse exclusivamente desde una posición "psicoterapéutica" que tanto Freud como Lacan —podríamos agregar a esta lista a Melanie Klein— no han hecho más que criticar, posición que en su momento Eric Laurent, pero precisamente para promoverla, denominó "procedimientos de remiendo".(3) Considerada la psicosis como resultado de cierto paso necesario a la constitución del sujeto que no se ha cumplido —y sólo desde esta perspectiva—, la propuesta psicoterapéutica será la de emparchar, remendar, suplir este defecto, de acuerdo a la idea que se haya hecho el terapeuta de la índole de dicho defecto. Desafortunadamente, es un hecho constatable que, reducida a su condición deficitaria, la psicosis queda inevitablemente formulada en términos de algo que no alcanzó a constituirse como neurosis, ideología terapéutica que hace equivaler la estructura del sujeto a la estructura de ésta última.
Bien, la perspectiva con que yo abordo la psicosis es exactamente inversa. Entiendo, por razones tanto "metapsicológicas", digamos, como de método, que la psicosis, como por otra parte la neurosis y la perversión, son, cada una a su modo, respuestas a una falla estructural. No es que la psicosis sea un déficit en relación a lo que fue alcanzado por la neurosis, sino que la psicosis —como la neurosis misma, y también la perversión— es un modo singular de responder a una falla central, radical, propia de la estructura del sujeto, se plantee esta falla como se quiera plantearla.(4) Se la puede plantear como no hay Otro del Otro, se la puede plantear, a partir de los últimos seminarios de Lacan, como no hay relación sexual.
A mi modo de ver, esto que les digo no debiera constituir un planteamiento demasiado novedoso. Si sonara novedoso, debiera atribuirse esa sensación a lo que he denominado como mucha mala lectura previa, o mucho prejuicio previo, pero creo que mi objeción a concebir la psicosis en términos exclusivamente de déficit está perfectamente en el hilo de Lacan. Por ello, para levantar de algún modo este peso, esta hipoteca a la que me refería al comienzo de esta charla, traje conmigo dos citas de Lacan, como para volver verosímil mi punto de partida, y sustituir, económicamente, con citas, lo que podría ser un desarrollo sobre la psicosis que hoy no tenemos tiempo para efectuar —como les dije, mi perspectiva, hoy, será más bien la de la transferencia, y no la de la psicosis—. Son dos citas que extraje del Seminario 9, sobre La identificación, es decir, no es un seminario de los últimos, y que elegí deliberadamente, para que no se crea que esto sería ninguna novedad. No, este seminario es el noveno de una serie de veintisiete, y tuvo curso en el año 1962. Yo lo había leído una punta de veces, y este año lo volví a leer gracias al estímulo que me proporcionó el inteligente trabajo de un grupo de estudios que coordino, que me exigió bastante, y volví a encontrarme con estos dos párrafos que les voy a citar, en la medida en que proporcionan un posicionamiento de base en relación a cualquier planteamiento segundo de la psicosis.
Veamos la primera cita. En la clase del 2 de Mayo de 1962 de este Seminario sobre La identificación, Lacan responde a una intervención que había tenido anteriormente en el mismo Piera Aulagnier, una intervención verdaderamente muy interesante, pero Lacan, entre otras consideraciones que ahora no vienen al caso, dice que Piera Aulagnier, un poco en el esfuerzo de hacerse entender por el público, había aflojado en algunas cosas: había deslizado, justamente, en la pendiente de concebir la psicosis en términos de déficit. Y entonces Lacan, entre otras cosas, responde a eso lo siguiente:
...lo que me parece eminente, es justamente aquello por lo cual eso nos abre esta estructura psicótica como siendo algo donde debemos sentirnos en nuestra casa. Si no somos capaces de percatarnos de que hay un cierto grado, no arcaico, a poner en alguna parte del lado del nacimiento, sino estructural, a nivel del cual los deseos son, hablando propiamente, locos; si para nosotros el sujeto no incluye en su definición, en su articulación primera, la posibilidad de la estructura psicótica, jamás seremos sino alienistas.(5)
Bueno, la posición del alienista es la posición de quien sostiene: "en la psicosis no hay nada para escuchar, porque nada en sus palabras tiene sentido, sólo son semblantes de palabra, porque el psicótico vive encerrado en su mundo, y no hay con él diálogo posible".
No sé si queda claro, entonces, a qué me refiero cuando digo que no se puede concebir la psicosis en términos de déficit. Me refiero a proposiciones que ustedes habrán escuchado o leído en más de una oportunidad, consistentes en definir la psicosis en términos privativos, meramente privativos.(6) Por ejemplo: en la psicosis no hay transferencia, no hay deseo, no hay fantasma, no hay inconsciente, no hay sujeto... y no hay un montón de cosas, que se supone que sí hay en la neurosis. O si no, otra manera un poco más sofisticada, pero a mi modo de ver igualmente errónea, cuando se propone que algunos términos propios de la teoría psicoanalítica, como el objeto a, el gran Otro, el S(% ), el sujeto barrado, la fórmula del fantasma, etc., deberían ser pasibles de una definición ad hoc cuando los empleamos en relación a la psicosis.(7) Siempre está implícito el mismo supuesto —que por otra parte esos autores denegarían en caso de explicitárselo— de que la estructura es la estructura de la neurosis, y que la psicosis, en consecuencia, se definiría por cierta carencia en relación a dicha estructura. Los autores, seguramente, no quieren decir esto. Pero yo los invito a ustedes, y también a esos autores, si esta charla se desgraba y se publica como está previsto, a que lean, más allá de las intenciones, las consecuencias inevitables que se deducen de esos planteos.
En relación a este punto, me pareció muy interesante aportarles esta otra cita del Seminario sobre La identificación —es un poquito más larga que la anterior, discúlpenme, pero les prometo que será la última—, en la medida en que aporta una perspectiva que Lacan instala en relación, justamente, a los conceptos mayores de su teoría. Pertenece a la clase del 13 de Junio de 1962, y dice así:
(...) Esta relación del espejo, para ser comprendida como tal, debe ser situada sobre la base de esta relación al Otro que es fundamento del sujeto, en tanto que nuestro sujeto es el sujeto del discurso, el sujeto del lenguaje.
Es al situar lo que es $ corte de a [es decir, la fórmula del fantasma], por relación a la deficiencia fundamental del Otro como lugar de la palabra, por relación a lo que es la única respuesta definitiva a nivel de la enunciación, el significante de % , del testigo universal en tanto que hace falta y que en un momento dado ya no tiene sino una función de falso testigo...
es al situar la función de a en ese punto de desfallecimiento, mostrando el soporte que encuentra el sujeto en ese a que es lo que apuntamos en el análisis como objeto que no tiene nada de común con el objeto del idealismo clásico, que no tiene nada de común con el objeto del sujeto hegeliano,
es al articular de la manera más precisa ese a en el punto de carencia del Otro, que es también el punto donde el sujeto recibe de ese Otro, como lugar de la palabra, su marca mayor, la del trazo unario, la que distingue a nuestro sujeto del sujeto de la transparencia conociente del pensamiento clásico, como sujeto enteramente atado al significante en tanto que ese significante es el punto giratorio de su rechazo, el de él, el sujeto, fuera de toda la realización significante,
es al mostrar, a partir de la fórmula $  a como estructura del fantasma, la relación de este objeto a con la carencia del Otro,
...que vemos cómo en un momento todo retrocede, todo se borra en la función significante ante el ascenso, la irrupción de este objeto.
Antes de continuar con esta cita, quiero subrayarles algo de lo que hasta aquí no pudieron no percatarse, el carácter radical de los términos que Lacan puso en juego hasta acá: objeto a, fantasma, carencia del Otro, S(% ), sujeto del discurso, trazo unario, deseo... La cita continúa así:
Es hacia ahí que podemos avanzar, aunque sea la zona más velada, la más difícil de articular de nuestra experiencia. Pues justamente tenemos su control en cuanto que, por unas vías que son las de nuestra experiencia, vías que recorremos lo más habitualmente, las del neurótico, tenemos una estructura que de ningún modo se trata de poner así sobre el lomo de chivos emisarios. A este nivel, el neurótico, como el perverso, como el psicótico mismo, no son sino caras de la estructura normal.
Se me dice a menudo, tras estas conferencias: cuando usted habla del neurótico y de su objeto, que es la demanda del Otro, a menos que su demanda no sea el objeto del Otro, ¡háblenos del deseo normal! Pero justamente, hablo de eso todo el tiempo.
El neurótico, es el normal en tanto que para él el Otro con una A mayúscula tiene toda la importancia. El perverso, es el normal en tanto que para él el falo —el  mayúscula, que nosotros vamos a identificar a ese punto que da a la pieza central del plano proyectivo toda su consistencia—, el falo tiene toda la importancia.
Para el psicótico el cuerpo propio, que hay que distinguir en su lugar, en esta estructuración del deseo, el cuerpo propio tiene toda la importancia.
Y no son aquí sino caras donde algo se manifiesta de este elemento de paradoja que es el que voy a tratar de articular ante ustedes a nivel del deseo.(8)
Bueno, fin de la cita, donde se transparenta bien mi objetivo: conmocionar un poco esta idea según la cual la psicosis consistiría en un paso menos, o varios pasos menos, respecto de la neurosis. Como está muy claramente formulado por Lacan,
la estructura es una
la estructura comporta una falla, aquí nombrada como carencia del Otro,
la psicosis no radica en una falla relativa a una estructura no fallada, ni está fuera de estructura
la psicosis es una cara de una estructura, aquí calificada de normal, que es una.
Al respecto, me pareció también interesante un fragmento que leí en un libro que cayó en mis manos la semana pasada —hace poco que salió publicado y el libro no me parece gran cosa, francamente—, su autor es Gérard Pommier, quien por otra parte no es santo de mi devoción, y se titula La transferencia en la psicosis. Pero de todas maneras, pese a que su concepción de la psicosis no me parece para nada interesante, sin embargo, la posición de Pommier es una posición indudablemente psicoanalítica, es decir, no plantea que en la psicosis haya que reparar, ni emparchar, ni remendar nada, y entonces, en relación a eso, plantea, en relación a lo que podría ser lo que él denomina "el saber inconsciente del analista", en tanto que a veces sustituye una teoría, plantea lo siguiente, que me parece, sí, interesante. — Esto yo lo vengo sosteniendo en la Escuela desde hace años, pero a lo mejor viniendo de Pommier se escucha un poco mejor. Él dice así:
Esto particularmente en lo que concierne a la psicosis, porque en distintas teorizaciones se pretende que el psicótico no es un sujeto, o bien que no habla verdaderamente, o bien que la forclusión significa la total ausencia de padre.
Todos estos puntos teóricos responden a cierto saber inconsciente de los analistas que así lo teorizan. Saber inconsciente que consiste para ellos en identificarse al padre que, según ellos, le ha faltado al psicótico.(9)
¿Se entiende? La idea está bastante transparentemente expuesta. Bueno, se acabaron, ahora sí, las citas, y paso entonces a mi cuestión, relativa a ¿Qué hacemos cuando analizamos... las psicosis?
Lo interesante de este seminario, que hoy concluye, por lo menos lo interesante de su título general: ¿Qué hacemos cuando analizamos?, es que... Por ejemplo, este título, ¿en lugar de qué otros títulos está? Bueno, está en lugar de un título como "¿Qué es el análisis?", o, más superyoicamente: "¿Qué debe ser el análisis?", etc... No, ¿Qué hacemos cuando analizamos?, cuando lo planteamos como un proyecto que originariamente era el proyecto de un cartel, constituido por quienes finalmente ofrecimos este seminario, era el de: bueno, hablemos de lo que realmente hacemos, todos los días, en nuestros consultorios, o en el hospital. La idea no era la de hacer doctrina. Seguramente, hay doctrina, porque no es que seamos unos iletrados, pero optamos por este otro sesgo: esa doctrina, que seguramente tenemos cada uno, aunque no necesariamente sea una doctrina compartida, esa doctrina sobre la cual podemos perorar e incluso predicar, bien, ¿cómo opera verdaderamente en nuestra práctica diaria? ¿cómo concebimos, de hecho, las cosas, de manera tal que eso explique, dé cuenta, de por qué intervenimos en nuestra práctica de tal manera y no de otra? Entiendo que ésa fue la perspectiva más interesante de este proyecto, lo que a mí más me convocó, además de la amistad de años que me une a estos compañeros. Es que esta perspectiva remite a lo que les decía anteriormente: en la menor de nuestras intervenciones, siempre opera, al menos implícita, una concepción de la estructura, una concepción de lo que es el análisis — concepción que es saludable explicitarla, porque esa concepción implícita va a operar siempre, más allá, y a veces a contrapelo, de lo que creemos sostener explícitamente. Por otra parte, al explicitárnosla, no sólo nos damos una chance real de revisarla, sino que también nos damos la ocasión de que otros nos la cuestionen. Por eso se las ofrezco, también, casi desnuda, sin los matices que, aunque necesarios en una exposición más detenidamente doctrinal, podrían no obstante disimularla, velarla.
Les repito, entonces, pues Analía, que acaba de llegar, no estaba cuando lo dije por primera vez, y su opinión me interesa. ¿Cómo concibo la psicosis? La concibo como no siendo un déficit. La concibo —como a las otras estructuras subjetivas que solemos denominar "psicopatológicas"— como una respuesta a una falla radical de la estructura, una respuesta entre otras posibles, que obedece... Ustedes saben que en psicoanálisis hay una hiancia radical entre razón y causa. Así que por hoy, para ir al grano, digamos: que obedece... no se sabe a qué, tal vez a una "insondable decisión del ser", como dice Lacan en su escrito «Acerca de la causalidad psíquica», o a un acto que nunca es deducible de lo anterior, porque no hay presente del acto... Digamos que no sabemos. Pero el punto de partida, para mí, es ése: sea como sea que se presente el sujeto, para mí el sujeto viene con una respuesta ya hecha a una carencia radical de la estructura. Y si queda todavía un paso por cumplir, ese paso no es el de ninguna "constitución"; ese paso a cumplir será, en caso de que sea posible, el del acto analítico.
Bien, estoy un poco apurado, porque empezamos tarde esta reunión, después tenemos la Asamblea de la Escuela, y entre una y otra Analía me pidió unos cinco minutos para cerrar el seminario, al menos por este año. Pero no importa, lo que no alcance a decir hoy, seguramente lo habré dicho en otros lugares, y yo suelo dejar en Biblioteca las transcripciones, cuando las hay. Así que mi interés, más bien, es el de motivarlos hacia esta perspectiva que es la mía. De todas maneras, si ven que me apuro mucho, o hay cosas que no se entienden, me paran, que no tengo problema. Mi idea es plantear algunas pocas consideraciones, llamémoslas doctrinales, la manera en que yo me esclarezco mi acción, y a continuación relatar un fragmento clínico.



Transferencia y Clínica

Dentro de esta perspectiva a la que me referí anteriormente, una perspectiva correlativa a ésta es la de plantear que la clínica psicoanalítica es la clínica posible en un marco que es el marco de la transferencia. Esto lo formulé también en ese par de trabajos que presenté en las recientes Jornadas de Carteles de la Escuela. No se trata de primero hacer lo que se suele llamar un "diagnóstico de estructura", y después ver cómo se enlaza eso transferencialmente, sino que me parece que la perspectiva de Lacan, y la de Freud también, es exactamente al revés. Es a partir de la transferencia, en todo caso, que se establece el diagnóstico, en la medida en que el analista, como Velázquez en Las Meninas, forma parte del cuadro. Por lo tanto, la dimensión transferencial no puede ser abstraída del "diagnóstico de estructura". Por eso, también —era lo que quería indicar mi título original—, no voy a hablar de la transferencia en la psicosis, sino, al revés, de la psicosis en la transferencia, colocando en primer lugar a la transferencia. Y esto en la medida en que la consideración de la transferencia, con todo lo que ello implica, erige un muro entre lo que yo creo que es la clínica psicoanalítica y otra que yo creo que no lo es — esta distinción no pretende ser peyorizante, sino simplemente precisar lo que a mi entender es la clínica psicoanalítica y lo que no lo es; puede ser una clínica psiquiátrica, una clínica de alienistas, digamos, que merece todos mis respetos por todo lo que ha aportado al saber adquirido, simplemente no estoy interesado en practicarla. No estoy diciendo que lo que no es psicoanalítico no sirve para nada. Digo que el psicoanálisis no es para todos, y que a veces restringir la extensión va a favor de la intensión del psicoanálisis.
Pero entonces, si planteamos que la consideración de la transferencia es lo que erige un muro entre una clínica psicoanalítica y otra que no lo es, la pregunta que surge inmediatamente, sobre todo en lo referente a la espinosa cuestión de la psicosis, es la siguiente: ¿están psicoanalista y psicótico del mismo lado del muro, o este muro los separa irremediablemente? Dicho de otro modo, a saber, el modo en que habitualmente se formula esta pregunta: ¿hay transferencia en la psicosis?, y más sutilmente: ¿el psicótico es susceptible de entrar en el lazo transferencial?



Tres respuestas a la cuestión de la transferencia en la psicosis

Bueno, en términos generales, bastante generales, podríamos distinguir tres maneras de responder a esta pregunta — podría decir cuatro, también, si añadiera a esta lista a una parte de los lacanianos, pero por el momento quedémonos con estas tres:
El primer modo de responder a esta pregunta es el de FREUD. Freud, en varios lugares de su obra, a esta pregunta contesta taxativamente que no, que no, y expone sus razones: dada la conocida —o al menos doctrinalmente establecida— regresión del psicótico al autoerotismo, no quedaría disponible en él ese trozo de libido flotante, de la que se apodera el psicoanalista en la cura, y que constituye propiamente, en la doctrina freudiana, la transferencia. Entonces, para Freud no hay transferencia en la psicosis.(10) No obstante, es interesante señalar que él no deja de formular que es la transferencia de Schreber sobre el Profesor Flechsig lo que desencadena la psicosis del primero.(11) Pero lo cierto es que al menos en sus manifestaciones más explícitas, más concientes de sí mismas, digamos, y esto desde 1906, en una intervención que se puede localizar en las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena (12) —que recogen las famosas reuniones de los miércoles, que luego hicieron tradición—, desde entonces, Freud mantiene idéntica postura: no hay transferencia en la psicosis. Entre otros lugares, lo reitera en una de las Conferencias de introducción al psicoanálisis, en 1917, lo que por otra parte constituye una referencia interesante, porque ahí se puede leer muy claramente cómo Freud todavía no había podido despegar bien la transferencia de la sugestión: una prueba de que no hay transferencia en la psicosis, Freud la ve en el hecho de que, según él, no es posible influir por sugestión a los psicóticos — esto a él le sirve para demostrar que lo que propone la teoría psicoanalítica es extraído de la experiencia y no una preconcepción que el psicoanalista sobreimprimiría a ésta: en el psicótico encontramos los datos de la teoría, y puesto que no es sugestionable, nos sirve de contraprueba (13) — pero ven que este argumento, más allá del empleo que Freud quiere darle, revela que él mismo no tiene todavía las cosas muy claras en cuanto a la noción de transferencia, al menos no lo suficientemente claras como para distinguirla tajantemente de la sugestión.(14)
El segundo modo de responder, clásico, a esta pregunta, es el de Melanie KLEIN, y los kleinianos en general. Para Melanie Klein y los kleinianos en general no hay ninguna duda a la hora de afirmar que hay transferencia en la psicosis, más aún: hay transferencia desde el comienzo — pero no debiera olvidarse que para Melanie Klein, y los kleinianos en general, la transferencia está concebida en términos de proyección.(15) Este es el problema: ellos identifican la transferencia a la proyección, y entonces, obviamente, las proyecciones, para los kleinianos, están de movida: basta abrir la boca para ya estar proyectando, introyectando, reproyectando o reintroyectando algo. Y el segundo punto complicado de esta concepción kleiniana es que, como decía Masotta de una manera muy gráfica y muy graciosa, recordando el valor que tienen en la teoría kleiniana las famosas fases esquizoparanoide y depresiva, "la normalidad, para Melanie Klein no es más que una psicosis que ha evolucionado favorablemente".(16)
De todas maneras, más allá de todos estos reparos que se le pueden formular a la concepción kleiniana, lo cierto es que este punto de partida en relación a la transferencia le proporciona a los autores kleinianos el marco necesario para desplegar una gran creatividad y actividad en la clínica de la psicosis, gracias al cual se autorizan a intervenir plenamente y de las más diversas maneras — a diferencia de lo que podemos constatar a veces entre los lacanianos, y que por cierto no es la posición de Lacan, pero que para los cuales, una frase a mi modo de ver muy desafortunada de Lacan —no por el sentido que Lacan le daba, y restituida a su contexto, sino por la manera en que fue en general leída—, me refiero a esa frase que se encuentra casi al final del Seminario 3, sobre Las psicosis, y que decía: "Sucede que tomamos pre-psicóticos en análisis, y sabemos cuál es el resultado: el resultado son psicóticos" (17) — bueno, lo que he comprobado una y otra vez en ocasión de supervisar la tarea de tal o cual equipo hospitalario, es que tal concepción lleva inevitablemente a que el analista retroceda —quiero decir, en tanto que analista— ante la psicosis, pues inhibido en su acto desde que quiere calcular anticipadamente sus efectos —lo que es manifiestamente imposible—, elige no hacer nada por temor de desencadenar quién sabe qué cosa ante el mero esbozo de una duda referida a la eventual psicosis de su consultante. En fin, que esta frase de Lacan terminó teniendo la dudosa fortuna de servir de coartada para que el analista retroceda una vez más ante la psicosis.
Al revés, los kleinianos se largan con todo. En la primera sesión, aunque el paciente esté loquísimo, como en un caso que cuenta Rosenfeld, (18) el paciente está en un brote sublime y él se manda de movida con "interpretaciones profundas", como dicen, en un "aquí y ahora y conmigo" donde los "pechos buenos" y los "malos" vuelan de un lado para otro, y... ¡Pero inventan! Ahora parece que ya no se hace, como en el tiempo en que yo me inicié en la práctica con psicóticos, pero no puedo menos que testimoniar que no es tiempo perdido leer a algunos autores kleinianos como Bion, Meltzer, o ese libro sobre los Estados psicóticos, de Herbert Rosenfeld. Una lectura lacaniana de la clínica allí en juego, me parece, tiene mucho para aprender. Lamentablemente, por el modo en que entró el lacanismo en la Argentina —a diferencia de lo que fue su entrada en Francia, por ejemplo—, en fin, en la "competencia por el mercado", para decirlo de algún modo, los primeros lacanianos tuvieron que disputar con el psicoanálisis establecido en la A.P.A., que era mayoritariamente kleiniano, y eso llevó a que entre nosotros Melanie Klein haya adquirido cierto valor medio peyorativo, como índice de un psicoanálisis regresivo y "adaptador" en el peor sentido de la palabra —cosa que no ocurría en Francia, donde los "enemigos" eran otros—, pero entiendo que hoy, cuando la coyuntura del psicoanálisis es muy otra, ese modo de juzgar al kleinismo podría revisarse.
Pasemos ahora al tercer modo de responder a esa pregunta por la transferencia en la psicosis, la respuesta de LACAN. Lacan responde a la pregunta por si el psicótico es susceptible de entrar en el lazo transferencial desplazando el fundamento de la transferencia, que ya no será leído en términos de sustitución de persona, sino del sujeto supuesto saber. Por otra parte, digamos que esta misma noción, la del sujeto supuesto saber — aquí sería interesante revisar el segundo momento en que aparece la noción, que es en el curso del Seminario 11, sobre Los fundamentos del psicoanálisis — porque una primera aparición de la noción de sujeto supuesto saber Lacan la extrae, en la primera clase del Seminario sobre La identificación, que es el Seminario 9, para en seguida decir "bueno, éste es el sujeto del que tenemos que aprender a prescindir, debemos borrarlo de nuestro campo, porque este sujeto supuesto saber no es nuestro sujeto, dividido por el significante" — pero luego, en el Seminario 11, retoma la noción de sujeto supuesto saber, y la retoma precisamente en relación a la psicosis, en relación a lo que aparece en primer lugar como discordancia — es en oportunidad de considerar ese sueño que relata Spitz, ese sueño en el que su paciente lo sueña dotado de una cabellera tan abundante como rubia, que contrasta con el cráneo pulido del analista, y en relación al cual, creo, el norteamericano Thomas Szasz propone que "el analista debe designar para el paciente los efectos de discordancia". Ahora bien, este término, discordancia, es un término mayor en la doctrina lacaniana de la psicosis. Por otro lado, ya que evoqué este episodio en el que Lacan retoma la propuesta de Szasz, recordemos también el otro sesgo por el que en esa ocasión aparece la consideración de la transferencia: el de un engaño posible, por el cual —lo digo rápidamente, al pasar— si el analista es susceptible de engañarse, por más saber que se le suponga nunca podría tener el estatuto de un Otro-supuesto-saber, sino —sólo un sujeto podría engañarse— precisamente, el de un sujeto supuesto saber.(19)
Tal vez me he apurado demasiado, pero es que prefiero no detenerme en este punto, al que ustedes pueden acceder fácilmente en el Seminario 11, y en un artículo de Jean Allouch, publicado en la revista Littoral, con el título «Ustedes están al corriente, hay una transferencia psicótica». Simplemente diré que, si "es preciso que el otro no se engañe", como señala Lacan en la fenomenología de la transferencia, eso implica que, en su fundamento, está el hecho de que el otro se puede engañar, que el otro es de derecho engañable. Y es en esta medida que el término de sujeto supuesto saber, aquí, viene a trabar lo que podría ser una deducción de esas dos fórmulas que, cada una por su lado, definen al inconsciente como "discurso del Otro", y a la transferencia como la "puesta en acto de la realidad del inconsciente" — el sujeto supuesto saber, tomado por el sesgo del engaño posible, traba una fórmula como la de "Otro supuesto saber", es decir, alguien que no podría engañarse. Bueno, no se trata de un "Otro supuesto saber" porque se trata de un sujeto, es decir, alguien que está de derecho entregado a la posibilidad del engaño. Añadamos algo más en relación a esto: precisamente porque se trata de un sujeto, y no de un Otro, es posible también localizar ahí, suponer ahí, algo del orden de una voluntad, de un querer formulado bajo la forma de un ¿qué quiere? — que en el caso de la psicosis paranoica, en particular, tomará el sesgo de un mal-querer, de una cierta malevolencia fundamental.
Bueno, vale la pena de todos modos recordar que esta cuestión del querer ya estaba, sin embargo, anticipada en la extracción que Lacan había hecho de esta noción de sujeto supuesto saber a partir de su lectura de Descartes en el Seminario 9, particularmente de la lectura de la segunda de sus Meditaciones metafísicas y de la Cuarta Parte de su Discurso del Método. No sé si recuerdan el planteo de Descartes. Luego de todos esos pasos referidos al "yo pienso", a las pruebas de la existencia de Dios, y a la deducción cartesiana de que Dios no podría ser engañador, luego de todo ese recorrido Descartes dice más o menos así —perdonen la forma banal en que lo expongo, pero no es esencialmente incorrecta, y debo apresurarme—: "dos más dos es cuatro — ¿por qué? — porque Dios lo quiso así, y si lo hubiera querido de otro modo, sería de otro modo — ¿por qué lo quiso así? — no tengo la menor idea, la voluntad infinita de Dios es insondable, no alcanzable por la finita razón del hombre". Con esto último, Descartes objeta a aquellos autores que habían formulado que "aunque Dios quisiera que un triángulo tuviera más de tres lados, no lo podría", o razonamientos semejantes. Descartes sostiene: no, todo lo contrario, la verdad —es decir, por qué las cosas son como son— es cuestión de Dios, del arbitrio de la voluntad divina, y a nosotros nos compete el saber —para el cual ese Dios no engañador nos ha dado los instrumentos necesarios, y suficientes si los empleamos bien— del cual vamos a hacer ciencia. Como ven, la disyunción entre saber y verdad viene de ahí, de Descartes, quien dice más o menos esto: si Dios hubiera querido que dos más dos sea cinco, así habría sido, si Dios hubiera querido que el triángulo tuviera cuatro lados, así habría sido, pero resulta que, aunque no podamos saber jamás por qué lo quiso así, Él quiso que dos más dos sea cuatro, y que el triángulo tuviera tres lados, y eso sí es algo que podemos saber, porque Dios también quiso darnos un intrumento, la razón, que bien usado no nos engañará.
¿Se entiende, esto? El por qué el triángulo tiene tres lados, esto resulta de que Dios lo quiso así. La verdad del triángulo está en ese querer supuesto a Dios. De esto no hay ciencia. La ciencia resulta de que, con los intrumentos que Dios me ha dado —mi sensibilidad, mi razón, la posibilidad de un método correcto, etc.—, yo puedo llegar a saber, sin engañarme, siempre que siga las reglas del método correcto —el de partir de las ideas claras y distintas, avanzando de lo simple a lo complejo, etc.—, puedo llegar a saber que el triángulo tiene tres lados, y no cuatro, y que dos más dos es cuatro, y no cinco.
O sea que ya también, en esta emergencia de la noción por el lado de Descartes, también estaba la cuestión de la voluntad, del querer del otro, concebido entonces como un sujeto.
Este punto me parece importante por cuanto leo y escucho, en algunos analistas lacanianos que no siempre son desconocidos, que la noción de un Otro-supuesto-saber no ha sido convenientemente exorcizada de la concepción de la transferencia, no sólo de la concepción de la transferencia en la psicosis, sino incluso de la concepción de la transferencia en la neurosis — lo que es otro de los precios que se pagan por concebir la psicosis en términos privativos: se termina hipotecando la concepción de la neurosis. Me refiero, por ejemplo, a cuando estos autores conciben la maniobra que apunta a la caída del sujeto supuesto saber (20) en términos de "barrar al Otro". No hay ningún Otro por barrar en el sujeto supuesto saber, precisamente porque se trata de un sujeto, y no de un Otro.(21)
En cuanto a la psicosis, que podría ofrecer algún lugar para la duda, especialmente entre quienes no tienen experiencia en el trato con los psicóticos, digamos que en ésta, en la psicosis, el saber —un saber identificatorio, por ejemplo, un aserto desubjetivante— puede aparecer como radicalmente proveniente de un Otro... aunque esto no implica necesariamente que sea el Otro el que sabe. Esto, que el Otro no sabe, o que no puede ser lisa y llanamente identificado al saber del que es portador o transmisor, así como la localización en él de algo como del orden de una voluntad, de un querer más o menos oscuro, que he indicado como cierta malevolencia fundamental, posiciona a este Otro, precisamente, como un sujeto. Por ejemplo, para restringirme a uno por todos conocido, el Dios del Presidente Schreber no sabe distinguir entre un cuerpo vivo y un cuerpo muerto.



El matema de la transferencia

Bien, demos un paso más. Posicionada la transferencia en términos de sujeto supuesto saber, Lacan proporciona su matema en lo que conocemos como «Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela». Este matema, se comprenderá fácilmente por lo que dije al comienzo, a mi modo de ver, es el matema de la transferencia... no el matema de la neurosis de transferencia, siendo la transferencia —como todos esos otros términos que he evocado valiéndome de la cita de Lacan que les he leído: sujeto, inconsciente, deseo, fantasma, etc.— de un estatuto anterior y más fundamental que el de cualquier nosografía. Como les dije, éste es mi modo de posicionarme, y además creo que es una buena lectura de Lacan, pero como no nos proponemos aquí hacer doctrina, insisto en que es mi modo, y cada uno verá cuál es el suyo. Por otra parte, y para parafrasear una vez más a Allouch en relación a este punto: ¿cómo acoger no obstante la observación de Freud según la cual no habría transferencia en la psicosis... sino, entonces, y precisamente, como lo que señalaría así una especificidad de la transferencia en la psicosis? En otros términos, el matema de la transferencia es uno —pues su fundamento en el sujeto supuesto saber otorga unidad a la noción—, pero podría ser leído diferentemente en las neurosis y en las psicosis.
Para avanzar en relación a este punto, consideremos suscintamente, y de un modo lo más cercano posible a la clínica, los términos de este matema. Comenzaré por recordarles su fórmula, tal como podemos encontrarla en la versión escrita de la «Proposición...»(22) —la versión oral, publicada no en la revista Scilicet, sino en la revista Analytica, difiere sensiblemente—:



S Sq


s (S1, S2,... Sn)

Ahora, los términos. Arriba de la barra horizontal, y con una flecha que se dirige del primero al segundo, tenemos:
1) S, a veces también escrito como St, es lo que Lacan denomina como el significante de la transferencia.
2) Sq, es lo que Lacan denomina significante cualquiera —en francés, "cualquiera" se dice quelconque, de ahí la q como superíndice (23) de este significante—, y dice así que el anterior, el significante de la transferencia, no es "cualquiera", que es singular.
Y debajo de la barra horizontal, tenemos:
3) s minúscula, que en esta fórmula escribe al sujeto, lo que en seguida nos mueve a preguntarnos: ¿por qué el sujeto no se escribe aquí con su escritura habitual, la de la S mayúscula bajo la barra: $ ?
4) (S1, S2,... Sn) escribe una serie significante que, al escribirse entre paréntesis, indica que se trata de un conjunto, que podemos designar como el conjunto del saber inconsciente.
Bien, antes de retomarla desde un punto de vista más clínico, digamos que esta fórmula está calcada —con diferencias que en seguida voy a señalar— de la fórmula del significante, a secas, y que escribe que un significante, digamos S1, representa al sujeto, $ , para otro significante, digamos S2:



S1 S2


$

De la misma manera, en nuestro matema de la transferencia, tenemos algo que se puede leer así: el significante de la transferencia representa un sujeto para el significante cualquiera. Nos quedan dos diferencias sobre las que tendremos que volver: este sujeto escrito con la s minúscula y no con la S mayúscula barrada, y el conjunto del saber inconsciente adjunto a él. Añadamos una tercera: St, el significante de la transferencia, y Sq, el significante cualquiera, por estar arriba de la barra, en principio no formarían parte del conjunto del saber inconsciente, dentro del cual, sí, podemos distinguir un S1, un S2, etcétera. Por otra parte, como les he dicho anteriormente, si el S1, en principio, puede ser cualquiera, el St, por oponerse en nuestra fórmula al significante cualquiera, no puede ser considerado como cualquiera, y tendríamos que aventurar entonces en qué consiste su singularidad, pero por ahora subrayemos esto: el significante de la transferencia no es cualquiera.
Consideremos brevemente esta cuestión de que el sujeto en la fórmula de la transferencia se escribe con la s minúscula, y no con la S mayúscula tachada. ¿Por qué puede ser esto? Que yo recuerde, es la segunda vez que, en Lacan, el sujeto se escribe con la s minúscula. La primera vez fue en el escrito «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud», (24) que es de 1957, es decir, de un tiempo anterior al de la propuesta de la definición canónica del sujeto como lo que un significante representa para otro significante, definición que aparece por primera vez en la clase del 6 de Diciembre de 1961, del Seminario sobre La identificación. ¿Qué podríamos decir al respecto? Que en «La instancia de la letra...», y por relación a la diferencia significante que en ese escrito se ilustra con el gráfico de las dos puertas idénticas bajo los carteles de "Caballeros" y "Damas", el sujeto se sitúa a nivel del significado — lo que nos lleva a que en la «Proposición...» este sujeto, y el saber que le está adjunto, conforman lo que ahí Lacan denomina como la significación latente. ¿Qué podemos concluir de esto? Que el sujeto de «La instancia de la letra...», así como el sujeto de la «Proposición...», no es el sujeto dividido del par significante. Vamos a tratar de justificar esto clínicamente, quiero decir, proponiendo un correlato clínico para cada uno de los términos de la fórmula.
Repasemos rápidamente los términos, y me preguntan en caso de que quede alguna duda: el significante de la transferencia, el significante cualquiera, el sujeto, y la serie de lo que llamamos el saber inconsciente. Es decir, adjunto al sujeto, puesto bajo la barra, sub-puesto, sub-puesto al, o por el, significante de la transferencia, adjunto a este sujeto un poco enigmático, tenemos el saber inconsciente, que también está sub-puesto, como ya ahí... cuando en verdad sabemos que, merced al engaño propio de la transferencia, ese saber supuesto como ya ahí el sujeto lo va a producir en el curso de la cura.
Ya que estamos en esto, aprovecho la coyuntura para hacer una observación que me parece importante. He observado, particularmente en los textos que tan abundantemente nos proporciona la Fundación del Campo Freudiano, y tanto en las traducciones como en los producidos por los autores vernáculos, que se suele traducir la expresión lacaniana sujet supposé savoir como "sujeto supuesto al saber". Ahora bien, ustedes se darán cuenta en seguida, basta mirar sin prejuicios la fórmula del sujeto supuesto saber para entender inmediatamente que en ella el sujeto no está supuesto al saber, sino al significante de la transferencia en su llamado al significante por venir que es el significante cualquiera, y que en dicha fórmula el saber es tan supuesto como el sujeto, y supuesto por —es decir, puesto debajo de— el mismo significante.
Dicho esto, retomemos cada uno de los términos:
1) Bueno, una manera más o menos rápida, que no deja de tener alguna complicación, pero que, digamos, es tal vez la más clínica de concebir en qué consiste este significante de la transferencia, es entenderlo como siendo el síntoma. ¿En qué sentido, el síntoma? El síntoma en el sentido de que éste, en tanto enunciado, dicho —es decir, el síntoma no es un observable: una señorita que viene con una astasia-abasia, para los ojos de un psiquiatra podrá ser portadora de un síntoma, eventualmente de un síntoma histérico; para nosotros, no, al menos hasta que esta señorita diga "no puedo avanzar un paso en mis propósitos" o algo por el estilo— el síntoma, en tanto enunciado, dicho, es portador —así lo formula Lacan en el Seminario sobre los Problemas cruciales para el psicoanálisis (25)— es portador de la indicación de que "ahí es cuestión de saber". No es cualquier observable, lo que hace síntoma, ni siquiera es cualquier cosa que no anda. Sino que el síntoma, en el sentido analítico del término, lo que lo distingue de cómo es tomado en lo que Lacan llama el campo psiquiátrico, que le da un estatuto ontológico, el síntoma, en el sentido analítico del término, en tanto define el campo de lo analizable y traza así la frontera con lo que no es la clínica psicoanalítica, es síntoma en tanto es portador de una indicación de que ahí es cuestión de saber.
Bueno, obviamente, se entiende que si esto es así, si el síntoma en tanto tal se define por ser portador de una indicación de saber, el síntoma se termina de constituir en el encuentro transferencial, es decir, en tanto, y cuando, el analista, por su acogida de esta indicación de saber de la que es portador el síntoma, como dice Lacan, "completa el síntoma". El síntoma no termina de constituirse, como síntoma en el sentido psicoanalítico del término, hasta que no encuentra su analista.
2) Les he dicho que esta calificación del otro significante de la fórmula como significante cualquiera es interesante, en primer lugar, por lo que nos dice del primer significante, es decir, que el significante de la transferencia no es "cualquiera", lo que luego de lo que les he propuesto recién del significante de la transferencia como punto del abrochamiento transferencial del síntoma, creo, puede entenderse un poco mejor. Añadamos un despejamiento más. Ven que este otro significante, el significante cualquiera, a donde llega, o apunta, la flecha que parte del significante de la transferencia, está más allá de la barra horizontal que separa —y une—, para indicar una relación de representación, entre el significante de la transferencia y el sujeto sub-puesto con el saber adjunto igualmente sub-puesto. Este estar más allá de la barra horizontal de la representación del sujeto sub-puesto y el saber adjunto por el significante de la transferencia, indica lo siguiente: que este significante cualquiera es un significante por venir. Y aquí podemos entender un poco más por qué este sujeto supuesto de la fórmula no es, o no es todavía, el sujeto dividido que se escribe con la S tachada, $ . La fórmula del sujeto se mantiene: es lo que un significante representa para otro significante. Pero mientras que este "otro significante", en este caso el "significante cualquiera", no advenga...
Por supuesto que, cuando adviene, se efectúa esto, el destello del capitonado entre S1 y S2, que efectúa al sujeto como dividido: pasamos de s a $ , y desaparece la fórmula como tal, lo que es una manera de decir que no hay matema del acto analítico ni del fin del análisis. Es así que podemos decir que s en el matema escribe al sujeto en espera del significante —cualquiera— por venir.
En este sentido, entonces, podemos modificar un poco la definición que dimos anteriormente, y decir, como habíamos empezado a decirlo, que mientras ese "otro significante", en este caso el "significante cualquiera", no advenga, es decir, en ese tiempo de espera que es la transferencia —espera de un saber por venir que encontrará su alcance y su límite en el significante por venir—, mientras ese "otro significante" no advenga —sea porque todavía no advino o porque la estructura no dé para ese advenimiento—, podemos decir que St, el significante de la transferencia, no cesa de no representar al sujeto para otro significante, lo que es coherente con otro rasgo definitorio de este significante en tanto significante del síntoma: no sólo es portador de la indicación del saber, sino que, en ese tiempo de espera, permanece como significante no subjetivado.
¿Se entiende? En parte fracasa el régimen de la representación, mientras no se produce el relámpago que abrocha los dos significantes y efectúa la división del sujeto. Pero al mismo tiempo, la de este matema es una estructura de insistencia, y por eso me parece pertinente la fórmula: no cesa de no representar al sujeto para otro significante. Porque esto especifica mejor, a mi modo de ver, la transferencia como un tiempo de espera, un tiempo con su tensión propia — y también me parece que permite aceptar, con algunos recaudos, algo que a veces se dice de la psicosis, en el sentido de que consistiría en una proliferación de S1, sin S2: Permitiría aceptarlo en este sentido, en el sentido de que en ella se haya instalado este tiempo de espera de un significante por venir. Bien...
Insisto en mi manera de leer el matema de la transferencia, dado que lo he visto leído de diferentes maneras: que Lacan denomine "cualquiera" al Sq, a ese otro significante en relación al cual el sujeto colgado del significante de la transferencia subjetiva el suspenso de su efectuación como sujeto barrado, en principio, y antes de cualquier otra consideración, está ahí para indicar que el significante de la transferencia, St, no es "cualquiera", que es particular al sujeto, que no pertenece a la cadena de los significantes que constituyen el saber inconsciente como significación latente... y que no ha de carecer de relación con la eutujía del encuentro por el que el analista "completa" el síntoma. El Sq es el polo de una tensión que surge del enigma planteado por el St... Es así que podemos llamar transferencia al tiempo, y más precisamente, al tiempo de espera de ese significante que efectuará el matema que resolverá el enigma del síntoma. Ahora bien, como sabemos, en ese tiempo de espera, en tanto se trata de una espera activa, donde no está ausente la función de la prisa (hâte) que es también función del a, como dice Lacan en Encore, el sujeto produce el saber que estaba indicado como en juego, en cuestión, aunque no a su disposición, por el significante sintomático.



El modo de enunciación paranoico

Bien, dicho esto, y ya entrando un poco más en materia, consideremos ahora lo que Lacan denomina el modo de enunciación paranoico. Del modo de enunciación paranoico, tenemos una versión freudiana, digamos, que es... — Pongo el acento en el modo de enunciación paranoico porque para Lacan, y para Freud también, la paranoia es lo analizable de la psicosis, es el núcleo analizable de la psicosis, y por eso me parece importante subrayarlo...
El modo de enunciación paranoico, desde Freud, podríamos formularlo en estos términos: "no soy yo quien... sino él" — ésta es la fórmula base de todas las transformaciones que aparecen en el Caso Schreber: "No soy yo quien lo ama, sino ella", y tenemos el delirio celotípico, "No soy yo quien lo ama, sino ella que me ama", y tenemos el delirio erotomaníaco, "No soy yo quien lo ama, sino que lo odio, porque él me odia", y tenemos el delirio de persecución. Por otra parte, es interesante constatar que este modo de enunciación paranoico lo podemos encontrar abundantemente en obra en Lacan, particularmente en el tiempo de su retorno a Freud: "No soy yo quien lo dice, sino Freud" — lo que no habría que tomarlo en el sentido de una suerte de "psicología" de Lacan, sino como índice del diferente punto de partida de Lacan. Al revés que Freud, que llegó al psicoanálisis de la mano de la histeria, Lacan llegó al psicoanálisis de la mano precisamente de la paranoia, de la paranoia de Aimée. Por este punto de partida, Lacan se mostró particularmente sensible a este modo de enunciación... al margen de lo que pudo haber en eso de característica personal, sobre lo que no abro juicio ni me interesa.
Pero bueno, el hecho es que Lacan propone una fórmula de este modo de enunciación paranoico, que no contradice a la de Freud, pero que me parece que es más abarcadora, en la medida en que es una fórmula que recoge bien la ternaridad de lugares propia de la enunciación paranoica: "hablo de algo o alguien que me habló".
En fin, como no lo dije antes, cuando debía, lo digo ahora: esta fórmula es general, y bajo ella entra tanto la alucinación verbal, como el relato del sueño, como, les decía, el retorno a Freud de Lacan. El calificativo de "paranoica", que recibe esta fórmula, se debe no a que ella especifique a la paranoia, sino a que en la paranoia se evidencia mejor el carácter siempre ternario del testimonio...

PARTICIPANTE: ¿Es el conocimiento paranoico?

No, esto no es el conocimiento paranoico. En todo caso, tendría que pensar cuál es su articulación con lo que Lacan denomina conocimiento paranoico, que por otra parte tampoco especifica a la paranoia sino, lisa y llanamente, al conocimiento. El conocimiento, precisado como paranoico, tiene que ver con la dialéctica de lo imaginario: conozco al objeto, el objeto se recorta en el mundo en tanto tal, en tanto es, primero que nada, objeto del interés del otro.
Sigamos. Les estaba diciendo que el carácter ternario de este modo de enunciación que Lacan califica de paranoico, no porque especifique a la paranoia, sino porque en ella se evidencian, porque en ella podemos distinguir tres lugares que, con vistas a ciertos avatares que luego consideraremos, podríamos decir que son tres lugares virtuales... ¿Cuáles son estos lugares? Vale la pena distinguirlos, porque la apuesta es ver si entre ellos hay uno posible para el analista que acepta acoger el testimonio del psicótico; pero por otra parte, si añado que se trata de lugares virtuales, es porque, si bien son distinguibles, podrían no aparecer, podrían ocurrir entre ellos determinados "aplastamientos" que reduzcan dicha ternaridad, y en la paranoia, especialmente, hay que decir que el estatuto de esa ternaridad es precario — en mi experiencia, la ternaridad en cuestión depende mucho de la suerte, "suerte" en el sentido de "buen encuentro", y otro tanto de un cuidadoso manejo del diálogo que no desaproveche dicha suerte; en el caso que tengo pensado relatarles, se verá todo lo que ahí se debió a la suerte.
Los términos que nombran a estos tres lugares también vienen de Jean Allouch, aunque ahora no recuerdo si él también los califica de virtuales, o si esta calificación me viene del diálogo que mantuve el año pasado sobre este asunto con mi amigo Juan Carlos Piegari en la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. De todos modos, tomen esta duda como un modo de testimoniar que, si bien hace veinticinco años que mantengo un trato casi diario con pacientes psicóticos, y en esos años algo he aprendido —por ejemplo, a no desechar lo que se debe a la "suerte"—, la lectura de los textos de Allouch referidos a la articulación entre transferencia y psicosis me han, no sólo abierto muchos caminos para pensar la cuestión, sino que también me fueron enormemente útiles para reordenar lo que la experiencia, a los tropiezos, que fueron muchos, me fue enseñando. Estos tres lugares serían:
a) el lugar del testigo: este lugar está ocupado por el que habla, quien testimonia de algo que ocurre o ha ocurrido — ¿dónde? ¿dónde ocurre o ha ocurrido esto de lo que testimonia el testigo? — en otro lugar, que es el segundo de estos lugares virtuales, en
b) el lugar del Otro —con mayúscula, para distinguirlo del tercero de los lugares—: dicho en términos generales, podemos decir que este lugar del Otro remite a la anterioridad y radical exterioridad lenguajera que nos constituye como sujetos, hablantes. Indiquemos desde ahora que lo peculiar de la psicosis es que desde este lugar del Otro proviene una inciativa habitualmente portadora —como se verá en el ejemplo— de una asignación o atribución desubjetivante, a la que el sujeto responderá, eventualmente, con el delirio. En el caso del que pienso hablarles, la asignación desubjetivante que surgía para la paciente en el lugar del Otro, un lugar no demasiado bien localizado —ésta es también una manera de entender que se trata de un Otro con mayúscula—, era la de "Es una puta"; ella recibía desde el lugar del Otro la atribución desubjetivante "Es una puta", y respondía a dicha atribución... como podía.
El tercero de estos lugares virtuales, que es el más problemático, porque es aquel en el cual, cuando logramos constituirlo, o si tenemos la suerte de que se constituya solo, hay lugar para nosotros, quiero decir como analistas, en la psicosis, es
c) el lugar del otro —con minúscula—: es el lugar del semejante ante el cual el testigo hará valer su testimonio referido a lo que ocurre o ha ocurrido en el lugar del Otro. No es exactamente el lugar para el analista en la neurosis, aunque no está excluido que lo ocupe en tal o cual coyuntura de la cura. Pero está claro que en la psicosis el analista no deberá ocupar jamás el lugar del Otro, desde donde llega la asignación desubjetivante, a riesgo de ocupar un sitio entre los perseguidores... y diría también que en la neurosis, al menos desde el Seminario sobre La angustia, cuando Lacan empieza a reformular su concepción del fin del análisis en términos del objeto a, está igualmente excluido que el analista ocupe el lugar del Otro, aunque coyunturalmente pueda ocuparlo, con menos riesgo que en el caso de la psicosis. Pero atengámonos por el momento a este lugar del otro en la psicosis, para señalar que por supuesto es indispensable para mantenerlo como tal que quien ocupe ese lugar se preste a ello.
¿Por qué esta última aclaración? Es que, obviamente, lo que denominamos la posición del alienista implica la imposibilidad de que este tercer lugar pueda constituirse: porque si soy un alienista, un psiquiatra que piensa que las palabras del psicótico no tienen ningún sentido porque son el resultado más o menos directo del balance de sus catecolaminas o algo así, y por lo tanto no hay en ellas verdaderamente nada que escuchar salvo para detectar los estigmas que describe la semiología psiquiátrica establecida —y cierta manera de estar a la pesca de los llamados fenómenos elementales no está demasiado lejos de esta posición de alienista—, dicho de otro modo, si no introduzco la suposición del sujeto, no es posible constituir un lugar para la acogida del testimonio. Por ejemplo... este ejemplo lo tengo anotado porque lo ofrecí en una charla que dí el año pasado, o sea que es un material un poco viejo, no sé si lo recuerdan: el año pasado hubo un entredicho vía periódicos, entre Maradona y su... no sé si era psicólogo o psiquiatra, tampoco recuerdo qué era lo que había dicho Maradona, pero recuerdo la respuesta periodística de ese profesional: "A ese señor Maradona no tengo nada que responderle, porque es un enfermo mental" — bueno, ahí tenemos bien ejemplificada lo que es la posición del alienista: como es un enfermo mental, no es responsable de su palabra, no es sujeto de su palabra, y por lo tanto no hay nada para responderle.
En fin, como les decía anteriormente, definir estos tres lugares en su virtualidad era una manera de anticipar, como también creo haberles dicho, que su triplicidad puede reducirse, por diferentes modos de "aplastamiento" entre ellos. Por ejemplo:
a) Un aplastamiento posible es el aplastamiento entre el lugar del testigo y el lugar del Otro, como podríamos comprobarlo en el caso de Schreber, quien, después de su denodada lucha, es decir, no inmediatamente, pero sí al cabo de su elaboración delirante de la asignación desubjetivante, y aunque sea a regañadientes, parece terminar resignándose, aceptando un destino que no ha elegido pero al que su Otro lo ha convocado: el de ser la mujer de Dios. Otro ejemplo en que se ve más claramente este aplastamiento, este borramiento de la diferencia entre los lugares del testigo y del Otro, sería el caso de ese psicótico de la película Pecados capitales, no sé si la recuerdan, donde este personaje se mostraba muy satisfecho por ejecutar el papel que supuestamente Dios le había asignado, en una identificación aparentemente perfecta entre el lugar del testigo y el lugar del Otro.
b) El otro aplastamiento posible sería el aplastamiento entre el lugar del Otro —con mayúscula— y el lugar del otro —con minúscula—: sería el caso, paradigmático, en el que el otro, el semejante, ante quien el testigo debiera hacer valer su testimonio, vira hacia la posición del perseguidor. El psicoanalista, por ejemplo, que pasa a ocupar un lugar en el delirio de su paciente como perseguidor. Bueno, cuando el que debe acoger el testimonio se vuelve a su vez perseguidor, ahí se acabó la posibilidad de testimoniar ante él. Los lugares se han aplastado. Otro ejemplo de esto podría ser cierto negativismo extremo, que podríamos interpretar como la lógica paranoica llevada a su conclusión: "si este que tengo adelante es también un enemigo, ¿para qué hablarle?".
En fin, estos aplastamientos son frecuentes, pero no son fatales, en la psicosis, y me parece que vale la pena subrayarlo. Y allí donde no ocurren, o donde todavía no han ocurrido, podría existir la oportunidad para que el psicoanalista ocupe ese lugar del otro, con minúscula, desde donde podría sostener el diálogo con su paciente en posición de testigo —de "testigo abierto", decía Lacan en su Seminario sobre Las psicosis, incluso de "martir" del inconsciente—, es decir, dando su testimonio de lo mal que están las cosas a nivel del Otro...
Bien, antes de pasar a hablarles de los modos de acogida del testimonio, me gustaría insistir en que la posibilidad de estos aplastamientos de lugares de los que les he hablado, su frecuencia en la paranoia, aunque no su fatalidad, es lo que me llevó a definir estos tres lugares como virtuales — pero también que, por otro lado, es precisamente en la paranoia donde es más fácil detectar estos tres lugares en su triplicidad, en la medida que la neurosis, lo propio de la neurosis, en tanto que la neurosis introduce electivamente el orden de "lo propio", de la apropiación narcisista, de la autonomía del "yo" que se presume por su estructura de desconocimiento como el lugar de origen de la palabra, tiende, no a aplastar, sino lisa y llanamente a borrar, la exterioridad radical del lugar del Otro. Por ello, a diferencia de lo que decía Freud, el análisis de las neurosis no nos proporciona un buen modo de acceso a la teoría de las psicosis. Al revés, este camino de Freud, quien se introdujo en el psicoanálisis de la mano de la histeria, implicó lo que Allouch, una vez más, denomina una hipoteca neurótica de la teoría que Freud nunca pudo levantar, que la tesis lacaniana de la forclusión vuelve difícil de levantar, pero que el psicoanalista debe necesariamente levantar si quiere darse un lugar en el diálogo con el loco.
Me disculparán si me vuelvo insistente sobre este punto. Pero aunque ahora no puedo desplegarlo como conviene, debo agregar que esta hipoteca neurótica afecta, de rebote, la dirección de la cura en la neurosis, como puede deducirse de algunos derivados doctrinales a los que, si me lo permiten, me referiré ahora en forma aforística, diciendo simplemente que una concepción de la constitución subjetiva que deja afuera al sujeto de la psicosis no podría ser correcta, salvo para quien se anime a restringir la teoría psicoanalítica a una teoría de la neurosis. Pasemos al siguiente punto.



Los modos de acogida del testimonio

En cuanto a los modos de acogida del testimonio, y en referencia electiva al testimonio psicótico, podemos distinguir tres:
a) La roca de la alienación, propia de la acogida del alienista. Ya me referí a este modo de acogida: en el discurso del psicótico no hay nada para escuchar, porque no sabe lo que dice ni ese decir resulta de un saber no sabido, sus palabras equivalen a ruidos, a signos para llenar los casilleros de un catálogo semiológico, no hay palabra, ni verdad, ni responsabilidad ni dimensión de acto a reconocer allí. Es el ejemplo del psiquiatra de Maradona: "No tengo por qué responderle, porque es un enfermo mental".
b) La hipoteca neurótica, propia del discurso freudiano, a la que también me referí ya, pero que podríamos explicitarla un poco más: se reconoce verdad en el decir psicótico —Freud, por ejemplo, compara la tesis de los rayos schreberianos con su teoría de la libido, para terminar preguntándose dónde hay más verdad—, pero su noción de proyección borra el lugar del Otro como esa exterioridad radical que es lugar de origen de la palabra, y que no podría reducirse ni a la "realidad psíquica" ni a su alternativa dualista, la "realidad material" o "histórica".(26)
c) Mantener, cuando tenemos la suerte de que exista de entrada, o intentar instaurarla, la triplicidad de los lugares indicados. El psicoanalista y el psicótico no están separados uno del otro por un muro, salvo que este muro sea el de los prejuicios del primero que mencioné en los dos puntos anteriores. Están del mismo lado del muro, en todo caso, y del otro lado está el Otro.



El enunciado paranoico

En cuanto al enunciado paranoico, conviene señalar que, en éste, el paranoico, él no se toma por..., como a veces dice el alienista, como cuando se dice, a propósito de tal o cual paciente, que "él se toma por Napoleón", o por quien sea, sino que, al revés, y al menos en principio, él es tomado por..., en pasivo. Lo veremos en el caso que pienso presentarles, al que, de todos modos, prefiero introducir con dos ejemplos que también he leído en Jean Allouch.
El primero, muy breve, se trata de un chiste, aunque en verdad no es muy gracioso que digamos. Se trata de un cuentito relativo a un señor que se tomaba por un grano de trigo, y que entonces, dado que se trataba de una convicción delirante, estaba internado en el hospicio. Luego de un tiempo de internación, este señor efectúa lo que los psiquiatras esperan, aunque sin muchas esperanzas: lo que se suele denominar una crítica de su delirio. Critica entonces su delirio, deja de tomarse ya por un grano de trigo, y el director del hospicio, luego de felicitarse a sí mismo por su inesperado éxito terapéutico, lo felicita al paciente y lo da de alta. Pero a los pocos minutos de haberse retirado del hospicio, este señor vuelve y golpea la puerta del director, atemorizado. El director lo interroga: "¿Qué pasa?" — "Es que acabo de ver a una gallina", responde el ex-paciente — El director se muestra un poco perplejo: "¿Y cuál es el problema? ¿Acaso no habíamos convenido en que usted no era un grano de trigo?" — "Sí, yo eso ya lo sé", contesta el paciente antes de ser vuelto a internar, "Pero ella, la gallina, ¿lo sabe?".
Este es el punto, entonces. Y es allí que Allouch, citando un párrafo del Seminario sobre Las psicosis que no se encuentra en la edición oficial transcripta por Miller, recuerda que en la sesión del 4 de Julio de 1956, de dicho Seminario, Lacan había indicado que la dinámica del delirio se esclarecía al ser "esencialmente considerada como una perturbación de la relación al Otro... ligada a un mecanismo transferencial" — ilustrada por este cuentito en el sentido que, de hecho, no es que este sujeto "se tome por...", en este caso por un grano de trigo, sino que "él es tomado así por el Otro", en este caso la gallina. En esto consistiría esa perturbación de la relación al Otro ligada a un mecanismo transferencial, lo que ilustraremos con este otro ejemplo, extraído de un caso presentado por Sérieux y Capgras. Se trata de una señora que mira una estatua de Juana de Arco, y parece que alguien, entonces, le llama la atención sobre el parecido entre su rostro y el de la estatua, o ella ve que los paseantes la miran con cierta insistencia y entonces, como ella en ese momento estaba mirando la estatua de Juana de Arco, interpreta que los paseantes tal vez estén percibiendo una similitud entre su rostro y el de la estatua. Se dan una serie de episodios similares, de los que me limito a éste: ella va a una iglesia, y los chicos del banco de adelante se dan vuelta para mirarla, etc... Ella empieza a preguntarse: "¿Es que me verán parecida a Juana de Arco?" — y a partir de estos episodios desarrolla un delirio relativo a que quizá ella está llamada a cumplir una función similar a la que cumplió Juana de Arco en la historia francesa.
¿Qué es lo fundamental de estos dos ejemplos, el del chiste y el del caso de Sérieux y Capgras? Es que, a diferencia, como les decía, de lo que se suele plantear, no se trata de que el psicótico "se tome por...", lo que sea, sino que él, primeramente "es tomado por...", en pasivo. La locura del señor del cuento no era que él se tomaba por un grano de trigo, sino que el Otro, la gallina, lo podía tomar por un grano de trigo. Y en el caso de Sérieux y Capgras, era en primer lugar desde los paseantes, que serían como figuras del Otro, para ella, que le llegaba que ellos la tomaban por Juana de Arco, y entonces ella se interroga... Esta es otra cosa que conviene aclarar: lo que se llama "la certeza psicótica" —digo esto porque veo que a veces se habla de la psicosis sin haber visto jamás un psicótico, salvo en el cine— lo que se llama "la certeza psicótica" radica en que los fenómenos experimentados, digamos, conciernen al sujeto, y no en que no duda de ellos. Puede dudar perfectamente de la realidad de estos fenómenos. De lo que no duda, y en eso consiste su certeza, es que dichos fenómenos —las alucinaciones, las alusiones, las coincidencias, etc.— le conciernen íntimamente, pero puede dudar muy bien tanto de su "contenido" como de su interpretación.(27)



Un caso

Bueno, ya que les resumí demasiado este caso de Sérieux y Capgras, les relataré en cambio, con algún detalle, un fragmento de un caso de mi experiencia, una de cuyas singularidades estuvo en cierto azar, el de un equívoco, que se produjo en nuestro primer encuentro. Una noche, en mi casa, se me acerca un hijo mío con el teléfono inalámbrico en la mano, y me dice: "Te llama X..." —en seguida comprenderán por qué me reservo incluso el nombre de pila—. X... es el nombre de una alumna mía, de un grupo de estudios, que tenía algunas características especiales: era una especie de alumna itinerante. La conocí hace varios años, en un seminario de post-grado que dicté entonces, y luego ella entró en un grupo de estudios que yo coordinaba. Luego dejó de venir, al tiempo volvió, y así ocurrió varias veces, retomando en el mismo grupo que había dejado o en otro. Otra característica estaba dada porque ella era una persona que me inspiraba un gran respeto intelectual: cuando la conocí, casi no tenía ninguna formación psicoanalítica, pero lo interesante de esta alumna era que cuando abordábamos en el grupo por primera vez un texto de Lacan, por ejemplo, ella no entendía nada —quiero decir, no se trataba de inhibición, sino de ignorancia—, pero me impresionaba el hecho de que bastaba con que yo le proporcionara dos o tres claves para que ella comprendiera a la primera y encadenara a partir de ahí, revelando una intelección del texto verdaderamente notable. Subrayo estos dos rasgos, y particularmente el último, porque creo que de algún modo tuvieron efectos en mi modo de dirigirme a ella cuando agarré el teléfono.
Bueno, entonces yo tomo el teléfono que me alcanza mi hijo y, con un tono de voz seguramente afectuoso, y porque en ese momento esta alumna no estaba estudiando conmigo, le digo: "¡Qué tal, X...! ¡Tanto tiempo! ¡Cómo te va!". Ahora bien, cuando yo me manifiesto así, se produce un momento de silencio al otro lado del teléfono, y a continuación quien me habla me dice algo como esto: "No, doctor, usted se confunde, me toma por otra persona", o "No doctor, soy X..., pero no la que usted cree". En fin, se nota en el tono de voz de esta persona que me habla por teléfono, cuando me advierte que estoy confundido, como una suerte de burla, pero muy sutil, no malévola, como cierto gustito, incluso, por el hecho de que yo me haya confundido de persona y la haya tomado por otra. Algo así como burlándose cariñosamente de mí por sentirse, al mismo tiempo, halagada.
¿Qué había pasado? Esta persona del teléfono era una cuñada de mi alumna ?en eso radicaba el misterio—, y entonces tenía el mismo nombre de pila que mi alumna, más el apellido de casada, que era el mismo apellido de soltera de mi alumna, quien por otra parte me la había derivado. En fin, aclarado el malentendido telefónico, arreglamos una cita y la veo en mi consultorio. Antes de pasar a la primera entrevista, me parece importante subrayar, de este primer encuentro telefónico, esas circunstancias en las que también jugó su papel el azar, y que entiendo que pusieron su peso en los platillos de cierta balanza virtual, digamos, inclinándola hacia el lado propicio, en ese breve instante de silencio entre nosotros, abierto inesperadamente entre que yo le dije "¡Qué tal, X...! ¡Cómo te va!" y que ella me respondiera "No, usted me toma por otra": mi equivocación, mi metida de pata —no es exactamente un fallido— y mi aprecio personal e intelectual hacia la persona con quien creía estar hablando. Seguramente, estas coordenadas proporcionaron a ese primer encuentro, a ese instante en el que yo, efectivamente, la tomaba por otra, un clima de familiaridad, de simpatía, y aun de respeto que, como en el caso de mi alumna era mutuo, supongo que también jugaron su papel en su enunciación, cuando le proporcionó a su cuñada mi nombre y mi número telefónico. Así las cosas, digamos que detecté, cuando ella las aclara, un cierto tonito de "metiste la pata", de burla festiva y de sentirse halagada, al mismo tiempo. En fin, pasemos entonces a la primera entrevista.(28)
¿Cuál es el motivo de consulta? El motivo de consulta es un estado de constante ansiedad que la lleva a maltratar a sus hijos, a sus dos hijos. Esto, a su vez, la pone a ella muy mal, puesto que ella los quiere mucho y se siente culpable, etc... Describe una especie de círculo infernal: como está nerviosa, maltrata a los hijos, y como maltrata a los hijos, a los que quiere con todo su corazón, se pone más nerviosa y deprimida, se le agregan sentimientos de culpa, etc...Este es el motivo de consulta, todo lo que se puedan imaginar en relación a eso.
Luego de esta presentación, cuando empiezo a indagar un poco más acerca de cuándo empezó este estado de ansiedad que la lleva al maltrato de los hijos, hay una primera referencia al nacimiento de su hijo menor, quien había nacido con una malformación cardíaca, por lo cual, apenas nacido, y durante varios meses, casi un año o más, tuvo que ser sometido a reiteradas intervenciones quirúrgicas de mucho riesgo. O sea que este chico estuvo entre la vida y la muerte durante bastante tiempo; en el momento de la consulta de su madre tenía cuatro años. Ella primeramente refiere su estado de nervios, su ansiedad constante, su desquicio, como dice, a eso; aunque pronto aparece también, ya en el curso de las primeras entrevistas, que una semana antes o una semana después —no lo recuerdo— del nacimiento de este hijo, había muerto el padre de la paciente, sin que en el relato actual se manifestaran signos de duelo. De todos modos, ella refería más bien el comienzo de sus problemas al nacimiento de este hijo.
Su discurso era lúcido, preciso, acorde con lo relatado, e incluso provisto de una buena dosis de humor ocasional y de sentido común. Ella misma hacía notar que no comprendía cómo aquello, que ya había pasado luego de haberse resuelto felizmente —el hijo tenía cuatro años y estaba bien—, le había dejado como resto este estado de ansiedad extrema. De todos modos, había algunas cosas, en la información que me proporcionaba o en los comentarios actuales con los que la acompañaba, que no terminaban de encajarme bien: extrañas lagunas que no eran percibidas como tales por la paciente, y cierto tufillo como de persecución. Fue así que, interrogándola un poco más, con cierta cautela y parsimonia, y ganándome un poco más la confianza que ya traía con breves comentarios ad hoc de mi parte, lo que termina por aparecer es... otra cosa.
Lo que en verdad la pone muy nerviosa es que en el trabajo... Ella trabaja en una repartición del estado donde corre muchísimo la coima —no voy a mencionarla por razones obvias—; la coima, incluso, aunque no formalmente, forma parte del sueldo, digamos, pues lo recaudado de esa manera se prorratea entre jefes y empleados al final del día, según cierta proporción más o menos pre-establecida... Bueno, pero lo que les estaba diciendo era que lo que en verdad la pone muy nerviosa —es importante, de todas maneras, esta cuestión del dinero, ya verán por qué—, es que en su trabajo le significan, de algún modo le hacen saber, por gestos, por frases de doble sentido, por alusiones más o menos veladas, por simpatías que viran bruscamente y sin que medie nada de su parte a la antipatía, o viceversa, por medias palabras, por tonos de voz... le hacen saber que la consideran una prostituta. Esto es lo que a ella, verdaderamente, la saca de quicio: que la tomen por una puta.
Por ejemplo, un compañero de la oficina se dirige a otro para preguntarle si dió curso a tal o cual expediente, y el otro responde: "No, acá hay que ponerse", haciendo un gesto con las manos que significa que para eso hay que pagar. Entonces ella, que asiste a ese diálogo, a ese intercambio, tal vez desde el otro extremo de la oficina, ella interpreta, entonces, que eso lo dicen por ella, que así le hacen saber que ellos creen que ella cobra... por servicios sexuales, pero además, no sólamente la toman por una puta, sino que además, veladamente, de una manera no franca, se lo hacen saber, como motivados por cierta malevolencia, para hacerle algún daño como podría ser el de volverla loca. Está claro que ella no se toma por tal, ni por prostituta ni por loca...
Otro ejemplo. Si alguna vez llega tarde al trabajo, por ejemplo porque se demoró al llevar a su hijo al jardín de infantes, y al entrar a la oficina alguien tose, o se produce cualquier incidente simultáneo, por más nimio que fuere, ella entiende que así sus compañeros le hacen saber que ellos están pensando que ella se demoró revoleando la cartera en la Panamericana.
Ahora bien, esta idea de que la toman por prostituta, y la malevolencia sentida que la acompaña, no se limita al ámbito de la oficina —que a su vez forma parte de un complejo de oficinas—, aunque aparentemente fue en su trabajo que se inició la cosa. Es en todo lugar, ahora, que ella cree percibir estos signos en los que la rodean, signos de que la toman por una prostituta. Más aún: recibe llamados telefónicos en su casa, un par de veces a altas horas de la noche; a veces el que llama cuelga cuando alguien de la casa atiende, a veces las voces del teléfono —que no parecen alucinaciones, no tengo claridad al respecto, pero no parecían alucinaciones— dicen algo sin ningún contenido específico, o se disculpan como si el llamado hubiera sido equivocado, o no dicen nada... pero ella interpreta que se trata de eso, de que la toman por una prostituta, que la quieren perjudicar por eso, y que le quieren hacer saber, de esta manera malévola, indirecta, que ellos saben que ella es una prostituta. Todo esto la sume en agobiantes sentimientos de indignación.
Cuando lleva a su hijo menor al jardín de infantes, la maestra del chico, por algún gesto, por alguna mirada particular, por alguna forma especial de dirigirse a ella, por ejemplo, si llevó tarde a su hijo al jardín, al decirle "No se preocupe... señora", ella escucha como cierto modo singular de acentuar esa palabra, señora, como si con ese "señora", así acentuado, la maestra le diera a entender que ella, en verdad, no la toma por una señora.
En fin, podría multiplicar los ejemplos, pero es todo así. Ella es tomada por una prostituta por algo que adquiere la forma de un saber sobre ella que poco a poco se expande, cada vez más, y que finalmente podría terminar abarcando casi todo el planeta, en algo así como una especie de conjuración universal... Más o menos, la hipótesis que me hice es que habría como un núcleo originario en el trabajo, y que de a poco eso se fue expandiendo, expandiendo... con algunas salvedades. En eso que tiene la forma de un saber sobre ella, ella “es tomada por...”, en pasivo ?ella no se toma, obviamente, por una prostituta, al contrario, eso la indigna, aunque por otra parte tampoco se toma por una santa—, y el agente de ese saber no llega a localizarse: se expande, adquiere diferentes rostros o la poca consistencia de voces anónimas en el teléfono, no hay casi lugares donde ella vaya y donde esta idea de que "se la toma por..." no la acose.
Pero, les dije, había algunas salvedades. Quedarían, no obstante, algunos pocos lugares donde esto no está presente. Digamos, ¿quienes no están incluidos en el interior de este desarrollo expansivo? Bueno, en principio, estarían excluidos de allí su familia paterna, su cuñada —quien me la derivó—, su marido, sus dos hijos y, hasta el momento... yo mismo.
En este estado permanente, donde ella se siente acosada por todas esas señas que le hacen, donde ella ve cierta malevolencia, cierto ensañamiento, como si la "quisieran volver loca", dice — y, efectivamente, siente que eso la saca de quicio, y tiene pensamientos de suicidio para acabar con eso, o serios riesgos de iniciar algo así como un llamamiento público de consecuencias eventualmente pesadas, como ir a una comisaría a hacer la denuncia — cosas que, pensaba yo, podían desestabilizar la precaria situación que ella tenía en el hogar, donde todo esto que ella me cuenta se ignora completamente... Esto es completamente ignorado por la familia, y esto al grado de que quien me la derivó, quien posee una importante experiencia psiquiátrica, me la deriva porque... "está muy nerviosa".
Ella nunca, hasta ahora, había hablado de todo esto, me aclaró: ni con su marido, ni con su cuñada, ni con su familia paterna —es decir, con ninguno de los excluidos de la expansión persecutoria—, ni con el psicólogo de la obra social que la atendía hasta que ella lo dejó y pidió la derivación que la trajo a mi consultorio. A lo sumo, en un par de ocasiones le ha llamado la atención al marido sobre la rareza de esos llamados telefónicos, como si alguien los quisiera molestar, insinuándole también que en su trabajo le tienen rabia, que le hacen cosas para perjudicarla... A lo que el marido, inevitablemente, replica: "No, vos estás loca" — pero le dice "estás loca" de una manera que no es acorde ni consecuente con el enunciado, le dice "estás loca" pero no la trata como una loca, y hasta se opone insistentemente a que ella haga cualquier tipo de tratamiento... sobre todo si no es por la mutual, invocando la necesidad que tienen del dinero, para un proyecto de inversiones que ahora no vienen al caso.
Estos problemas de dinero luego pasarán al primer plano en las tres oportunidades en que el delirio pareció evaporarse, llegando el enojo del marido, porque ella "tiraba la plata", a tales extremos que ella se veía obligada a abandonar su tratamiento conmigo.
Pero yo les estaba diciendo otra cosa. Les estaba diciendo que ese "estás loca" del marido tenía el valor de las cosas que se dicen en una disputa conyugal y nada más. A ese "estás loca" del marido, ella no le daba el mismo sentido que al "loca" de cuando, a raíz de todas estas persecuciones que experimentaba, ella concluía en un "me quieren volver loca". En todo caso, queda que el marido no formaba parte de sus perseguidores... y siempre me quedó la sospecha, que no pude constatar, referida a que quizá este marido fuera un co-delirante solapado.
Verdaderamente, había que pensar que este señor, de no ser el co-delirante que yo sospechaba, debía proceder a un prodigioso desconocimiento sistemático, sea para ignorar las señales que en una vida en común no podían faltar... A menos que esta avidez de dinero con el cebo de cierto crecimiento económico, proyectos de inversión que su esposa ciertamente compartía, y que lo llevaban a combatir un tratamiento cuyos efectos superficiales, al menos, eran sensibles, lo llevara a racionalizar esas señales en términos de "manías femeninas" inofensivas. No sé...
En fin, ella termina diciéndome todo esto, que no se lo había contado al psicólogo de la obra social, y el diálogo entre nosotros, a partir de aquí, continuó en función de esto. Ya les diré cómo. Pero antes, permítanme que les subraye que este fragmento, que les conté hasta acá, que se habrá dado en el curso de... tres o cuatro entrevistas, por lo menos, me permite ilustrar mejor estos tres lugares de los que les hablé hace un rato.
En primer término, teníamos el lugar del testigo. La paciente, X..., está precisamente en esa posición enunciativa que podemos calificar de posición del testigo: ella testimonia, se hace testigo, de las sevicias que le infligen todas esas personas. Ella testimonia de eso: "Vengo acá a...", dice — no de primera, pero sí cuando, digamos, pasé las pruebas de confianza. Ayudó, creo, el azar telefónico, mi metida de pata, y además que esta alumna tenía por mí un gran respeto. Es decir, yo le había sido presentado como una figura, digamos, que había ganado sus títulos previamente al primer contacto. Y por otra parte, ella se vió también beneficiada, "de rebote", por los títulos que había ganado mi alumna...

ANALIA MEGHDESSIAN: Ricardo, si yo no escuché mal, cuando ella logra hacerte el comentario de todo esto, vos dijiste: "después de algunos comentarios ad hoc que yo introduje", que le abrieron la confianza para que ella plantee todo esto. Porque previamente... Es decir, es sobre algo que se establece puntualmente en ese momento, más allá de toda esa configuración con la que viene. Porque, previamente, ella hablaba del malestar con los hijos... Todo eso que se tira, que vos tirás... Uno tira...

Sí, como un diálogo que uno puede tener con un paciente en las primeras entrevistas, algunos invitan a hablar más, otros menos...

ANALIA MEGHDESSIAN: ...otros menos. Ella, justamente, pareciera servirse de eso que vos llamás "confianza" —lo voy a dejar ahí—, y ahí es donde ella...

Sí, así es. Entonces, ella, desde ese primer lugar que es el lugar del testigo, testimonia que sufre pasivamente la acción de algún agente, agente polimorfo, poco localizado, que incluso se expande, en el extremo anónimo, como en el caso de las voces del teléfono. Más aún: ella no sabe por qué le hacen eso — lo que vale la pena destacar, porque he encontrado que Eric Laurent, por ejemplo, en uno de esos textos que he citado, afirma que el psicótico se cree el sujeto supuesto saber. De ninguna manera. El psicótico no se cree el sujeto supuesto saber, ni pretende encarnarlo. El saber, al revés, está supuesto en el Otro... y hasta por ahí nomás: ellos sabrán, tal vez, esas distintas figuras del Otro que la persiguen, que la quieren volver loca, ellos tal vez sabrán por qué la quieren volver loca. Ella no. Ella lo único que sabe es que esos gestos, esas frases equívocas, esas conversaciones escuchadas al azar, esos llamados telefónicos a las tres de la mañana en los que nadie contesta cuando ella levanta el tubo... ella lo único que sabe es que eso le atañe personalmente, que eso se lo hacen a ella. Pero por qué se le hacen esas sevicias, eso ella no lo sabe.
Entonces, el primer lugar era el lugar del testigo. El segundo lugar era el lugar del Otro. Ahí se origina una asignación desubjetivante y persecutoria, dijimos y — bueno, respecto de Jean Allouch, ya que lo elogié suficientemente, quisiera ahora plantear algo que no sé si es una objeción o una precisión. En el artículo que les he mencionado, él dice: bueno, justamente por esto, porque en el lugar del Otro aparece una atribución desubjetivante y persecutoria tan absoluta que queda excluido que allí el sujeto pueda hacer reconocer la validez de su testimonio, "nos prohibimos sistemáticamente toda interpretación en el sentido del juego sobre el equívoco significante en los análisis de psicóticos".(29)
En fin, no es esa mi experiencia, y yo me voy a atener a mi experiencia, dado que estamos en este marco de ¿Qué hacemos cuando analizamos? — mi experiencia es que es incalculable el hecho de si uno producirá o no un equívoco cuando habla, y que la cosa no pasa por hacer un equívoco o no, me parece que la cosa pasa por el lugar de enunciación desde donde habla el analista. Es decir, si este equívoco —tal vez se podría distinguir entre "equívoco" y "juego sobre el equívoco"— se produce desde el lugar del Otro o no. Lo que seguramente está excluído, y en eso estoy de acuerdo con Allouch, es que el analista se dirija al psicótico desde el lugar del Otro... pero creo además que este lugar tampoco es conveniente para que se dirija al neurótico, aunque esto comporte en ese caso menos riesgo.

ALBA FLESLER: En ese sentido, ¿cómo jugó el equívoco primero? Porque vos afirmaste, además: "me equivoqué".

Bueno, cuando Allouch dice que no hay que jugar con el equívoco se refiere a un juego sobre el equívoco significante. Un juego sobre el equívoco significante, no es exactamente mi equivocación, que fue, digamos, una equivocación de persona, una metida de pata, digamos. Pero me interesaba hacer esta precisión sobre lo que afirma Allouch —no sé si así soy injusto con lo que él propone—, porque, más allá de lo que él efectivamente proponga, lo cierto es que algo de eso circula entre los analistas y los lleva a la inhibición. Es a eso a lo que apunto con este comentario. Creo que la cuestión no es prohibirnos jugar con el equívoco, o hacer algo del orden de un chiste, ni creo que haya que tener una conducta excesivamente cautelosa, no sólo porque esto se transparentará indudablemente para el paciente con efecto inverso al que nos proponemos, sino también porque es imposible calcular anticipadamente los efectos de nuestra palabra. Me parece que la excesiva cautela, a lo que lleva, es a la inhibición del analista. De lo que sí uno debiera cuidarse, es, a nivel de la enunciación, no ocupar el lugar del Otro, del Otro del aserto "usted es tal cosa", que sí implica una asignación desubjetivante.
Entonces, teníamos una primera posición, un primer lugar, que es el lugar del testigo. Desde ese lugar, ella testimonia de lo que le hacen, de lo que ocurre en cierto otro lugar, donde se ha tomado cierta iniciativa en relación a ella. Ese otro lugar, expansivo, poco localizado, mucho menos localizado que lo que lo era en el caso de Schreber —aunque hasta por ahí nomás, porque ustedes recordarán que el Dios de Schreber se subdivide en cuarenta y cinco mil instancias, ¿no?—, pero de todos modos, por más poco localizado que esté, es desde ese Otro lugar que se ha tomado cierta iniciativa, en este caso la iniciativa de formular acerca de ella cierta asignación, cierta atribución, que ella no puede subjetivar, al contrario, que ella rechaza, precisamente porque esa asignación la desubjetiva, la objetiva como "una prostituta". A este lugar desde donde se ha tomado la iniciativa de formular acerca de ella un aserto desubjetivante lo denominaremos entonces como el lugar del Otro, con mayúscula, y esto para distinguirlo de un tercer lugar, problemático, siempre problemático en la paranoia, pero bien distinguible en la paranoia, que es el lugar ante el cual el que está en posición de testigo hará valer su testimonio relativo a lo que ocurre en el lugar del Otro.
A este tercer lugar, decíamos, ocupado por un semejante no persecutorio, en condiciones de acoger el testimonio del testigo, lo denominaremos entonces el lugar del otro, con minúscula ahora, y también dijimos que es un lugar muy difícil de sostener. En este lugar del pequeño otro es posible que se sitúe el analista para recoger y acoger el testimonio del testigo en su valor de tal, sin rechazarlo como haría el alienista, tildándolo de palabra aberrante, ni... Pero vayamos por partes. La posibilidad para este lugar, me parece, en este caso como en otros, dependió bastante del azar, pero además me parece importante señalar que el mantenimiento de este lugar del otro debe salvar dos escollos muy serios... o tres. Uno es el de que este lugar del otro se aplaste con el lugar del Otro, y el analista vira entonces a la posición del perseguidor. Otro es lo que Allouch llama "la roca de la alienación", es decir, la posición del psiquiatra, del alienista: "esto no tiene sentido, etc.", es decir, desestimar el testimonio en su condición de tal. Y por fin, el tercer riesgo, es el de co-delirar...

PARTICIPANTE: Sí, decirle ¡"A mí me pasa lo mismo"!

¡Sí...! Por eso, no siempre es posible zafar, porque muchas veces el paciente ya viene con una solicitación, explícita y apremiante, al co-delirio. Por ejemplo: "Yo soy un telépata emisor. Le voy a transmitir mis pensamientos, y si usted no me confirma que ha recibido lo que le estoy transmitiendo, quiere decir que es cómplice de la conjura". Bueno, ahí no queda margen para instaurar el lugar del otro. Por eso les decía que el mantenerse en este lugar del otro depende — ¿cómo se dice para la obra de arte? — "tanto por ciento de inspiración y tanto por ciento de transpiración" — bueno, acá es tanto por ciento de suerte y tanto por ciento de cuidarse de estos escollos. Este lugar del otro no siempre está abierto de movida, y no siempre se abre alguna vez. Cuando está abierto, hay que tratar de aprovecharlo. La expresión de Allouch al respecto es muy interesante por lo que tiene de sugestiva: "sería el lugar de un co-delirante potencial". Es decir, alguien que potencialmente podría co-delirar, pero no lo hace, con lo cual mantiene ese tiempo de espera que me parece esencial en el tratamiento de la psicosis.
Es un lugar posible para el analista, aunque no siempre puede situarse allí, depende también de la suerte, y luego de que sepa mantenerse en él, porque este lugar del otro con minúscula puede aplastarse rápidamente con el lugar del Otro con mayúscula, y entonces el analista pasa inmediatamente a ocupar una posición entre el conjunto de los perseguidores — para evitar esta contingencia, aunque no siempre es posible evitarla, el analista debe excluir intervenciones que lo posicionen como alguien que sabe, pero quiero precisar esto, porque en el caso que les estoy presentando mi ropaje de saber, digamos, de "profesor", ropaje prestado por quien me derivara a esta persona, indudablemente fue beneficioso para la conducción de la cura: el saber que debe quedar excluido de las intervenciones no es el saber en general, sino el saber acerca de ella, el saber portador de atribuciones desubjetivantes, lo que llevaría al analista a ocupar el lugar del Otro, perseguidor, un lugar desde el cual ya no podría acoger ningún testimonio.
Entonces, en este caso, primero el azar, que produjo el malentendido telefónico de nuestro primer encuentro. El azar de los nombres, que llevó a que a esta persona, que padecía del hecho de ser tomada por otra —por no decir por "una", por "una prostituta", por "una cualquiera"—, yo la tomara también por otra, pero por otra en cierto sentido valorizada, por otra que de alguna manera era "una especial". Igualmente, el hecho de la transferencia conmigo de quien me la derivara, que la transfirió al "profesor". Y en tercer lugar, probablemente, el contraste de imágenes en el primer encuentro, el hecho de que el "profesor" hubiera metido la pata como cualquier mortal, que hubiera quedado un poco en ridículo, sin saber, sin saber con quién estaba hablando. Todo esto, es posible que ayudara a ubicarme como alguien ante el cual ella podía intentar hacer valer su testimonio, lo cual, en segundo lugar, me dejó el problema de cómo mantener ese lugar, y, en tercer lugar, para qué hacerlo, que no sé si voy a poder desarrollar en esta ocasión.
Bueno, voy a obviar otros detalles de este historial, y les digo, directamente, qué hice con este caso, para tratar de mantener ese lugar de acogida del testimonio, el lugar del pequeño otro, y lo que pude hacer desde ese lugar. En este caso, una vez establecido con quién hablaba, y alertado por duras experiencias anteriores, lo que hice fue agarrarme con uñas y dientes al motivo inicial de consulta: sus "nervios", el "maltrato de los hijos" y la "culpa" que eso le causaba. Tomé, digamos, el contenido de estas cosas que relataba de la persecución como podría tomar el relato de... el relato típico de una mujer que se queja de lo mal que la trata el marido — sí, ustedes se ríen, ¿por qué? ¿no es el pan nuestro de cada día? ¿a ustedes, las analistas, las pacientes no les dan estos testimonios? ¿los reservan para los analistas hombres? — en fin, mis intervenciones apuntaban a: bien, esto que usted cuenta es serio, ¿pero por qué reacciona usted de esta manera? ¿qué pone usted de lo suyo en todo eso? Mis primeras intervenciones iban todas en ese sentido, sin evitar el tema, pero tampoco promoviéndolo.
Así que, sin cuestionar en ese primer tiempo, de ninguna manera, lo que ella afirmaba como propio de la realidad que padecía, le propuse en cambio trabajar en relación a aquello con lo que primero había venido: su reacción a esa realidad catastrófica que denunciaba, que la llevaba a maltratar a esos hijos a los que ella quería tanto, ¿era inevitable? Y en cuanto a las respuestas específicas a la persecución que ella imaginaba —hacer una denuncia pública, ir a una comisaría, incluso suicidarse—, pero que todavía no había intentado de una manera decidida, ¿eran las únicas posibles, las más convenientes? Pero en relación a esto último yo siempre le iba a la zaga, nunca lo introducía por mi cuenta. Lo que yo introducía por mi cuenta en ese primer tiempo de la cura, lo que ponía en primer plano, era la cuestión de los "nervios", de esos nervios que la llevaban a maltratar a los hijos, y esto aprovechando el primer resultado de haber acogido su testimonio como tal, cierto apaciguamiento de sus "nervios"...
Poco a poco, tanteando cada vez hasta dónde podía llegar, y mientras trabajábamos en esta frecuencia, o sea, con el motivo de consulta en primer plano, y no obstante, pudieron hacerse algunas intervenciones sobre las interpretaciones que hacía esta mujer, aprovechando lo que es propio de cualquier signo, el comportar siempre alguna ambigüedad. Es decir, que no hay signo sin alguna lectura del signo, lectura que no es necesariamente inconmovible. Por ejemplo —aunque no fue ese el caso—, en la frase esa del compañero de oficina: "aquí hay que ponerse"... ¿podría ser que esa frase significara otra cosa... sin que esto descalificara la interpretación persecutoria general? En ocasiones, ella podía volver sobre esa interpretación localizada, a veces sólo para interrogarse, otras llegaba a ponerla suficientemente en duda. Otra línea de mis intervenciones, siempre con la mayor sutileza que me fuera posible, era sobre los alcances del saber del Otro: esos que le hacen lo que le hacen, ¿saben lo que le hacen? ¿saben por qué se lo hacen?
¿Cuál fue la consecuencia de este trabajo? A los pocos meses desapareció el delirio, pero antes, en el interín, ocurrió algo interesante. Ya habían pasado dos o tres meses de este diálogo, y luego de dos o tres sesiones donde a mi entender no pasaba nada, y que entonces yo decidí interrumpir más pronto que lo habitual —no a los cinco minutos, pero, digamos, a los treinta minutos—, fue que ella de pronto me pide quedarse unos minutos más. Acepto, y entonces me dice, muy circunspecta, que ella, una vez, le había metido los cuernos al marido. Lo interesante de esto es que ella no establece ninguna relación entre este episodio de infidelidad y la persecución que sufre en el trabajo, a pesar de que este episodio de infidelidad fue con un compañero de oficina. Tampoco se siente culpable por este episodio, ni se avergüenza por él; en todo caso, muestra cierto embarazo al relatármelo. Pero no se arrepiente ni nada por el estilo, dice que existió esa relación, y que la misma fue muy breve, dado que como ella ama al marido, la interrumpió en seguida para no complicarse la vida. Luego a este compañero lo trasladaron de oficina, dentro de la misma repartición, y ya no se ven tan a menudo. Queda entre ellos una relación de amistad amortiguada, y es interesante destacar también que tampoco este compañero entró en el conjunto de los perseguidores.
Luego de esto, no inmediatamente, pero sí bastante pronto, el delirio pareció evaporarse, disolverse. No es que ella lo rectificó, ni siquiera dijo "ya no pienso más en estas cosas" ni "ya no me hacen más esas cosas". Simplemente dejó de hablar de eso, y pasó a hablar de otras cosas, como si eso no hubiera ocurrido nunca, o como si se hubiera ido a una especie de hiperespacio. Pero correlativamente a esta desaparición, a esta evaporación, empezaba a cobrar importancia el conflicto matrimonial que antes parecía no existir, y además la importancia del marido en la subjetividad de esta persona, y la oposición furiosa del marido a que continuara su tratamiento conmigo, hasta que esto llegó a extremos bastante difíciles de sostener, y entonces ella decide suspender el análisis. Debo agregar que junto con esta evaporación de la persecución, que se dió de una sesión para la otra, cesó también el estado de ansiedad así como el maltrato a sus hijos, aunque esto último empezó a mejorar progresivamente desde el día en que empezó a hablar, por primera vez, de estas cosas. Cuando la persecución se evaporó, pasó a hablar de sus relaciones en el trabajo en otros términos, como si lo anterior no hubiera ocurrido jamás.
Esto me dejó perplejo, pero no me pareció prudente interrogarla demasiado al respecto. Por otro lado, tampoco tuve mucho tiempo para ello, porque, como les dije, junto con esta notable mejoría de su estado anímico empeoró su relación con el marido, y se reavivaron los reproches de éste por la plata que tiraba, hasta que ella dejó el tratamiento, muy agradecida y en buenos términos.
Esta secuencia se dió dos veces más, en intervalos más breves. Al año vuelve con el delirio intacto, vuelve a desaparecer, más rápidamente que la primera vez, vuelve a cobrar importancia el marido, y vuelve a interrumpir el análisis.

PARTICIPANTE: ¿Cuando vos decís que se "evaporó" querés decir que el delirio se "enquistó"?

Hay índices del "encapsulamiento" o "enquistamiento" del delirio, que permiten distinguir esa eventualidad de lo que estoy llamando "evaporación", a falta de un nombre mejor. Cuando uno emplea psicofármacos, los llamados "antipsicóticos", es posible, como decís, "encapsular" un delirio, es decir, restringirlo hasta que prácticamente no afecte la vida cotidiana. Pero siempre queda algún indicio de que eso sigue, que está ahí, en un segundo plano, pero a la espera. A veces ocurre algo un poco diferente, que suele denominarse "parafrenización": el paciente viene y te dice "Doctor, he vuelto a tener alucinaciones", y es curioso, porque, cuando tiene alucinaciones, tiene alucinaciones, digamos: está completamente concernido, no es que se dice "ah, tengo una imagen que debe ser una alucinación", no, tiene un fenómeno alucinatorio pleno, y al mismo tiempo, como si estuviera partido por la mitad, la otra mitad estuviera ahí para decirnos "he vuelto a tener alucinaciones, tiene que aumentarme la dosis". Lo que ocurrió en este caso fue otra cosa: un viento que sopló y borró las huellas sobre la arena...

PARTICIPANTE: ¿Por qué volvió?

Ahora volvía, ya sí, porque volvía a sentir que los nervios... ya sabía de dónde venían, que no era por la ansiedad relativa a su hijo menor. Volvía por la ansiedad que le causaba el hecho de que la querían volver loca.

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

Sí, lo que pasa es que ésa es la parte que dejé de lado, porque en una charla hay que elegir, y como les dije al comienzo mi propósito no era desarrollar mucha doctrina, sino simplemente interesarlos por una perspectiva que es la mía. No es tanto que ella vuelve porque está en transferencia conmigo en el sentido de que ella me transfiere. El modo particular de la transferencia en la psicosis es el de una transferencia al psicótico, es él el que, en primer lugar, está en posición de soportar una transferencia. Por eso me pareció importante subrayar lo del "ser tomado por...", en pasivo — que implica una posición muy cercana a la del analista, por otro lado.

ANALIA MEGHDESSIAN: Es una inversión de la dirección de la transferencia...

Exactamente, es una inversión...

ANALIA MEGHDESSIAN: Es una inversión de la dirección. No es que el psicótico está transfiriendo... Es el analista el que establece la transferencia a esta estructura de la paciente...

Es así. Por eso Lacan decía de Aimée: "ella sabía". Además, otro punto importante que introduce Lacan en la cuestión de la transferencia, además de fundarla en el sujeto supuesto saber, es que en el origen de la transferencia está el deseo del analista. Lo que es difícil —pero entiendo que la posibilidad de un análisis de la psicosis implica no excluirlo a priori— lo que es difícil en la psicosis es el viraje, digamos, del eromenos al erastés, por esa cuestión que Lacan condensa aforísticamente diciendo que el psicótico tiene el objeto a en el bolsillo. Mientras que el analista, porque abre el espacio del análisis con su deseo, tiene más facilitada la posición del erastés. El problema, para el análisis de la psicosis, es que se establezca la metáfora de la transferencia. Darle la chance de un análisis a un psicótico es, no darlo por sobreentendido, pero tampoco excluirlo de entrada. No es asegurarlo en el sentido de que va a ocurrir. Es no excluirlo a priori, y por lo tanto no colocarse en una posición "terapéutica" — "terapéutica", no en el sentido de una curación por añadidura, como decía Freud, sino "terapéutica" en el sentido de "vamos a arreglar algo que está descompuesto"...

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

Bueno, el saber que ella me supone de entrada, por lo que le hubiera transmitido la cuñada, digamos, no es el saber del inconsciente, no es el saber que está en juego en el sujeto supuesto saber. Podríamos llamarlo saber referencial. Yo era alguien poseedor de un saber respetable, digamos, pero no de un saber que le pudiera concernir a ella.

ANALIA MEGHDESSIAN: Ricardo, ¿eso para vos podría ser pensado como un efecto, en relación a lo que hacemos? Vos planteabas: ¿qué hacemos cuando analizamos? Planteaste este ejemplo. El efecto, para vos, de lo que hiciste, ¿dónde lo situás?

Bueno, el efecto yo lo sitúo como la interrupción de un análisis posible. Te termino de decir: esto mismo ocurrió en una tercera ocasión y después no la ví más. Hasta donde yo sé, el delirio no volvió a aparecer. Lo que me lleva a considerar este caso —con los recaudos que no hace falta que subraye— como un presunto éxito terapéutico... pero no analítico. El tiempo dirá qué...

ANALIA MEGHDESSIAN: ¿Por qué no analítico?

Porque no continuó...

ALBA FLESLER: ¿Por qué? ¿Cuál hubiera sido el fin de un análisis de una psicosis? ¿Qué hubieras esperado?

No sé, otro modo de respuesta que la simple desaparición de un delirio, tal vez. otro modo de respuesta a la persecución.

ANALIA MEGHDESSIAN: Volvamos a tu planteo inicial, de la respuesta como modalidad, que Freud los llamaba los tres modos de defensa frente al goce, digamos. Vos hablabas de una carencia particular, sobre lo cual podríamos decir que la psicosis es una de las maneras de responder. Si vos te planteás esto, como una oposición en relación a un efecto analítico, ¿no tendrías que plantear otro punto de partida respecto de la estructura? Si el efecto fuera otro, y en términos analíticos, podemos pensar en la procuración de un sujeto dividido...
PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]
ANALIA MEGHDESSIAN: No me animo a decir eso, prefiero ser muy prudente con esto. Simplemente quería seguir la lógica de lo que planteaba Ricardo. Como él opone con este juicio: hubo efecto terapéutico, pero no analítico... Tomo lo de hoy, y veo que él también se deja trabajar por... Pensaba si, entonces, esto cambiaba el punto de partida. Porque el desarrollo que hacés, y el desenlace, está en consecuencia con el punto de partida, de cómo definiste la estructura. Entonces, plantearlo como no analítico...

Sí, está bien, entiendo. Pero yo lo que cuestioné fue lo de un "éxito" analítico, no de que no hubiera... Por eso lo definí como la interrupción de un análisis posible, en el que creo que no pudimos pasar de la construcción de una especie de más allá del aserto desubjetivante gracias al cual, aquí y allá, ella pudo pensar que tal signo también podía leerse de otro modo, sin que fuera seguro, y que los compañeros de la oficina, a lo mejor ni ellos mismos sabían lo que estaban haciendo, al menos no todo el tiempo. No mucho más que eso... que por otra parte no me parece deleznable. No puedo darme cuenta completamente de cómo lo estoy diciendo, por supuesto, pero creo que no estoy lamentándome.
Cuando yo pensaba que íbamos a tener más tiempo —primitivamente yo iba a dedicar dos reuniones a esta cuestión—, en fin, algo te comenté por teléfono, tenía interés en presentar, como contraste, otro caso, que estoy viendo desde el ‘78, en verdad desde el ‘77, pero, hasta el año pasado, jamás aceptándolo, formalmente, como paciente de análisis.
A este otro paciente, comencé a verlo en el hospital de día de un hospital privado, donde lo medicaba, hacía terapia familiar, grupal... Cuando dejó el análisis que tenía entonces —él dice que el analista lo dejó a él, dado que, como si de pronto este analista se hubiera vuelto ultra-lacaniano empezó a darle sesiones de medio minuto— me pidió análisis a mí, y yo en ese momento, que estaba bastante harto de los psicóticos en mi consultorio, y que además a ese paciente lo iba llevando bastante bien de la manera con que había trabajado hasta entonces —habíamos logrado pasar de yugular las crisis con medicación a yugularlas sin medicación—, decidí derivarlo a un analista más bien kleiniano, pero del que sabía que lo iba a atender cincuenta minutos, que iba a ser muy protector, muy continente, etc..., mientras yo me reservaba como una figura de afuera, eventualmente para medicarlo en las crisis, o como último recurso, y sobre todo trabajando con la madre...
Bueno, les estoy resumiendo veinte años en un minuto. Era una familia que en el interín se destruyó. El padre murió, el hermano mayor desapareció con su esposa en la época de la dictadura, la madre era bastante loca... En fin, un lío infernal. Una vez leí un trabajo que escribió este analista acerca del tratamiento de este paciente, y eso confirmó, no sé si lo que esperaba o lo que temía. Creo que no entendió nada del caso, pero le armó al paciente un soporte vital que le permitió emprender algunas cosas. Mantenerse en un trabajo estable cuando jamás antes había trabajado, y llegó a casarse, momento en que el paciente deja ese análisis —coincidió con el momento en que en el país se desató la hiper-inflación—. Durante ese período yo lo veía cada tanto, cuando las cosas lo rebalsaban, o si no, cuando eso no ocurría, el paciente me tocaba el timbre del consultorio para Navidad o para Año Nuevo, él decía que para saludarme, pero creo que era más bien para asegurarse de que yo seguía estando ahí, que podía encontrarme si me necesitaba. También solía pedirme que lo analizara, y yo le respondía que no.
Hasta que el año pasado, a raíz de una crisis matrimonial, y una crisis también en relación a lo excedido que se sentía en su responsabilidad de padre —en seguida de casarse tuvo un hijo—, entra en una depresión fenomenal, con fuerte componente de abulia, ante el cual el psiquiatra de la obra social, puesto en antecedentes por la familia, lo medica de una manera, a mi juicio, absolutamente excesiva. Algo en su manera de presentarse en esa última ocasión me llevó a aceptarlo esta vez, "para ver"...
Bueno, pero en este muchacho, cuyo material no pude preparar para esta ocasión, durante este año se fueron produciendo algunas historizaciones, algunas subjetivaciones de toda esa historia de más de veinte años. Algunas elaboraciones de saber empezaron a procesarse, que me permiten conjeturar la posibilidad de otro resultado que el del caso que les presenté hoy...
Creo que podríamos dejar acá.

NOTAS

(1)Véanse, por ejemplo:
Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, Estabilización y suplencia en la clínica de las neurosis y las psicosis. Hacia una clínica de la suplencia generalizada. Intervenciones en el Curso de Actualización "Clínica psicoanalítica — Problemáticas". Curso Anual Año 1996 de la Escuela de Post-Grado de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario. Los días 17 y 18 de Mayo de 1996.
Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, «El "ser tomado por...": Transferencia y Psicosis». Intervención en el "Taller de lectura: sobre Le sinthome", coordinado por Juan Carlos Piegari, École Lacanienne de Psychanalyse, el martes 4 de Junio de 1996.
Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, «Transferencia y Psicosis». Bajo este título, pronuncié sendas conferencias en el Hospital Ramos Mejía, el martes 8 de Octubre de 1996, y en el Centro de Salud Mental Nº 3, Dr. Arturo Ameghino, el 13 de Noviembre del mismo año.
(2)Cuartas Jornadas de Carteles "Encrucijadas de la Clínica", convocadas por la Escuela Freudiana de Buenos Aires en el Hotel El Conquistador, los días 7 y 8 de Noviembre de 1997, donde presenté estos trabajos. Cf.:
Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, «Transferencia y Clínica».
Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, «Des-bordes. De una escritura que no resultaría de una precipitación del significante».
(3)Eric LAURENT, «Procedimientos de remiendo», publicado en el único número de la revista Escansión, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1984.
(4)Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, «El sínthoma: entre lo suplementario y la suplencia». Artículo publicado en Cuadernos Sigmund Freud, nº 16, Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1993.
(5)Jacques LACAN, Seminario 9, La identificación. Clase del 2 de Mayo de 1962. La traducción es mía.
(6)Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, «El sínthoma: sobre una lectura "de hecho" y una "de derecho"». Artículo publicado en Cuadernos Sigmund Freud, nº 15, Escuela Freudiana de Buenos Aires, Octubre de 1992.
(7)Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, El Seminario «El sínthoma». Una introducción. Seminario dictado en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1995, publicado en fichas. Véase particularmente la clase 8 del mismo.
(8) Jacques LACAN, Seminario 9, La identificación. Clase del 13 de Junio de 1962. La traducción y los subrayados son míos.
(9)Gérard POMMIER, La transferencia en la psicosis. Ediciones Kliné, Buenos Aires, 1997. Cf. p. 38.
(10)Sigmund FREUD, «Introducción del narcisismo» (1914), en Obras Completas, Volumen 14, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979.
(11)Sigmund FREUD, «Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente» (1911), en Obras Completas, Volumen 12, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1980. Cf. especialmente pp. 44 y 47.
(12) Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, Tomo I: 1906-1908, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1979. Cf. Sesión del 21 de Noviembre de 1906, especialmente pp. 81-82.
(13)Sigmund FREUD, Conferencias de introducción al psicoanálisis, Parte III (1917), en Obras Completas, Volumen 16, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1978. Cf. 27ª Conferencia, p. 406.
(14)Erik PORGE, «Presentar un cuadro de persecución», artículo publicado en la revista Litoral, nº 15, Edelp, Córdoba, Octubre 1993.
(15)Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, «Para una lectura crítica de la técnica kleiniana». Intervención en el Seminario Intensivo: "Actualizaciones en Técnica Psicoanalítica", La Plata, el 6 de Octubre de 1979.
(16)Oscar MASOTTA, Introducción a la lectura de Jacques Lacan, Editorial Proteo, Buenos Aires, 1970. Cf. p. 50.
(17)Jacques LACAN, El Seminario, libro 3, Las psicosis. Paidós, Barcelona, 1984. La desafortunada expresión de Lacan se localizará en la página 360 de esta versión; restituirla a su contexto no carecerá de consecuencias.
(18)Herbert ROSENFELD, Estados psicóticos, Ediciones Hormé, Buenos Aires, 1974.
(19)Jean ALLOUCH, «Ustedes están al corriente, hay una transferencia psicótica». Artículo publicado en Littoral, nº 7/8, Editorial La Torre Abolida, Córdoba, 1989.
(20)Este término de "caída", en verdad, no sería conveniente, y por una razón muy sencilla que se comprende nomás con observar su fórmula: si este sujeto supuesto saber es, precisamente, supuesto, es decir, sub-puesto, puesto debajo, es que ya está definido por su caída, por su caída abajo del significante de la transferencia. Los términos correctos son destitución subjetiva y des-ser.
(21)En verdad, tampoco hay ningún Otro por barrar... en el Otro. El Otro está barrado por estructura, y no conviene confundir la estructura con la subjetivación que se haga de ella. En este sentido, el Otro no barrado es fantasmático.
(22)Jacques LACAN, «Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de l’École», en Scilicet, nº 1, Éditions du Seuil, Paris, 1968. La versión castellana de Diana S. Rabinovich no carece de problemas ? cf. Jacques LACAN, «Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela», en AAVV, Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial, Buenos Aires, 1987.
(23)La versión castellana citada sustituye en todos los lugares el superíndice por el subíndice.
(24)Jacques LACAN, «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud». En Escritos 1, Siglo Veintiuno Editores, México, 1984. Cf. p. 496: [en alusión al algoritmo de pp. 476 y ss.] "Este franqueamiento expresa la condición de paso del significante al significado cuyo momento señalé más arriba confundiéndolo provisionalmente con el lugar del sujeto".
(25)Jacques LACAN, Seminario 12, Problemas cruciales para el psicoanálisis. Clase del 5 de Mayo de 1965: darle su estatuto al síntoma como "definiendo el campo de lo analizable" quiere decir que en el síntoma mismo hay "la indicación de que ahí es cuestión de saber".
(26)He desarrollado extensamente esta cuestión en un seminario auspiciado por la Secretaría de Extensión Universitaria de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Buenos Aires, en 1992. Cf. Patricia RAMOS y Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, Las dit-mensiones del síntoma. Se encontrará su texto en la Biblioteca de la E.F.B.A.
(27)Me gustaría agregar que la certeza no es patrimonio exclusivo de la psicosis, una vez que uno deja de hacer de la primera un "estado de conciencia". El obsesivo se tortura con la duda acerca de si ha cerrado efectivamente la llave del gas, pero es del orden de la certeza lo que lo compele a levantarse quince veces durante la noche a comprobarlo otra vez.
(28)La eventual publicación de esta charla me llevó a suprimir algunas porciones de la misma, particularmente algunos detalles del caso, y también a agregar pormenores que en ese momento dejé de lado. El caso, en verdad, lo fui construyendo en sucesivas exposiciones de ese año, indicadas en la nota 1 de este texto, lo que me lleva a agradecer a mis sucesivos interlocutores, especialmente a los primeros, de Rosario, dado que cuando fui ahí a hablarles no tenía en mente hablarles del mismo. Algo del clima interesado y afectuoso que me proporcionaron entonces me llevó a extenderme en lo que, a lo sumo, hubiera sido un pequeño ejemplo dado al pasar. Con lo que recordé de esas reuniones lo expuse más detalladamente en la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, de la que me quedó el registro magnético.
(29)op. cit. en nota 19, p. 51.


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