¿QUE HACEMOS CUANDO
ANALIZAMOS... LAS PSICOSIS
Ricardo E. Rodríguez
Ponte
(*) Intervención en el
seminario ¿Qué hacemos cuando analizamos?,dictado con Silvia Amigo, Alba
Flesler, Víctor Iunger, Eva Lerner y Analía Meghdessian. En la Escuela
Freudiana de Buenos Aires, el 20 de Noviembre de 1997.
Por razones que ya no
viene al caso comentar, hace un tiempo yo había decidido no participar de este
seminario. Pero un problema con el que yo no había contado, cuando tomé esta
decisión, que, créanme, había sido suficientemente meditada, era que, cuando yo
tomé esta decisión, ya había aparecido mi nombre en el Correo de la Escuela
como uno más en el grupo de los convocantes. Se agregó a éste un segundo
problema, provocado por cierto malentendido: por razones que sin duda deben
atribuírseme, pero a las que contribuyó no poco cierto contexto, mis compañeros
no tomaron lo que yo creía era la comunicación de mi decisión como tal, sino
como... ya no importa, tampoco, cómo. Sólo diré que sólo hace unos pocos días
ese malentendido se aclaró, creándose entonces la enojosa circunstancia de que,
de buenas a primeras, este seminario iba a quedar sin su última reunión — lo
que es meramente una manera de decir y cuya paradoja no podría asustar a nadie:
la última reunión, que hubiera existido de todos modos, habría sido la de hace
quince días.
Analía Meghdessian, a
quien, cuando me telefoneó para enterarse del intríngulis, le expuse esas
razones que ya no vienen al caso, fue quien resolvió el problema del modo más
expeditivo y eficaz posible: "Dejate de joder", me dijo, "da la
charla, y el año que viene hablamos de eso". Y como Analía es una de mis
amigas más queridas, más la sorpresa que me provocó ese modo de intervención,
que no reconocía como el más habitual en ella, más, por último, que en general
tengo el sí flojo con las mujeres, héme aquí con ustedes hoy, y ya saben a
quién responsabilizar por ello.
Ustedes podrían
preguntarse, legítimamente, a qué vienen esta anécdota y estas confidencias,
este pasaje de lo privado a lo público, al comienzo de una charla que fue
convocada con el título de Transferencia y Psicosis, y yo podría contestarles,
en una réplica tan lacaniana como sea posible imaginar, que en la pregunta
misma está formulada su respuesta... salvo que es preciso volver sobre ella
para localizarla.
En su lugar, prefiero
avanzar un poco más en el siempre resbaloso terreno de las confidencias, y
decirles que, aunque ya tenía el sí al que me había resignado entre pecho y
espalda, no se lo dí inmediatamente a mi amiga, sino que preferí hacerla
partícipe de otras dudas, que no había comentado hasta entonces, relativas a mi
participación en este seminario, dudas que me viene bien evocar con ustedes en
esta introducción, dudas referidas, para decirlo de una vez, a la conveniencia
de tratar aquí problemas que no he dudado tratar en otros lugares.(1)
Quienes escucharon al
menos uno de los dos trabajos que presenté en las recientes Jornadas de
Carteles organizadas por esta Escuela,(2) entiendo, serán más sensibles a lo
legítimo de las mismas, las que formularé de este modo: encuentro que mi
discurso suele ir más bien de través de lo que, quizá no sin abuso de mi parte,
y con una metáfora acuática, suelo denominar como el cauce mayor de las aguas
discursivas de esta Escuela. Es así que cada vez que planteo en ella alguna
cosa suelo verme ante la alternativa de quedarme gritando desde la orilla o,
interviniendo en un campo del que no puedo ignorar su decisiva dit-mensión
transferencial, dedicar un buen y a veces extenuante esfuerzo por levantar la
hipoteca de lo que —me lo digo para mí mismo, y ahora les doy parte de ello, ya
que estamos en el terreno de las confidencias— califico lisa y llanamente como
malas y prejuiciosas lecturas que desdeñan de antemano, en nombre de un
freudismo mal entendido cuando son conservadoras, en nombre de avances
doctrinarios que saltean pasos necesarios en la meditación de la doctrina
cuando se quieren progresistas, que desdeñan de antemano, decía, lo novedoso,
lo inédito, lo radicalmente no psiquiátrico y no psicológico que aportó el
discurso de Lacan en el campo freudiano.
Huelga decir, por lo
dicho anteriormente, y porque mi compromiso en esos sitios no sólo es menor,
sino de otra índole, que el que me afecta al hablar en la que de todos modos es
mi Escuela, que cuando hablo en otros lugares puedo entrar en tema sin tantas
consideraciones.
Aunque el título con que
fue ofrecida mi participación en este seminario era el de Transferencia y
Psicosis, conviene que advierta desde ahora que, por ajustarse más al título
general de este seminario, ¿Qué hacemos cuando analizamos?, lo que tenía en
vista no era el hablarles de la psicosis, sino de la transferencia. De todos
modos, entiendo, conviene que trace alguna puntualización relativa a cómo
planteo la psicosis, en tanto forma parte, de pleno derecho, de una clínica a
la que no le conviene otro atributo que el de ser una clínica psicoanalítica.
Estructura y Psicosis
Bueno, el obstáculo
mayor que yo encuentro para introducir de lleno mi articulación entre transferencia
y psicosis, es que en el seno del lacanismo la psicosis suele ser entendida
como un déficit, como que en esta estructura algo falta, algún paso que no se
cumplió — no es que me parezca que esta caracterización sea absolutamente
errónea, pero lo es, cuando se queda en eso, por incompleta. Por otra parte,
creo que algunos párrafos de Lacan —eso es lo que nos queda hoy de Lacan: sus
escritos o las siempre conjeturales transcripciones de su palabra— son en
alguna medida responsables de esta situación. No la atribuyo a mera mala
lectura o delirio de algunos lacanianos. El problema es que concebir la
psicosis desde la perspectiva del déficit deja al psicoanalista fuera del campo
de la psicosis, o lo reduce a incluirse exclusivamente desde una posición
"psicoterapéutica" que tanto Freud como Lacan —podríamos agregar a
esta lista a Melanie Klein— no han hecho más que criticar, posición que en su
momento Eric Laurent, pero precisamente para promoverla, denominó
"procedimientos de remiendo".(3) Considerada la psicosis como
resultado de cierto paso necesario a la constitución del sujeto que no se ha
cumplido —y sólo desde esta perspectiva—, la propuesta psicoterapéutica será la
de emparchar, remendar, suplir este defecto, de acuerdo a la idea que se haya
hecho el terapeuta de la índole de dicho defecto. Desafortunadamente, es un
hecho constatable que, reducida a su condición deficitaria, la psicosis queda
inevitablemente formulada en términos de algo que no alcanzó a constituirse
como neurosis, ideología terapéutica que hace equivaler la estructura del
sujeto a la estructura de ésta última.
Bien, la perspectiva con
que yo abordo la psicosis es exactamente inversa. Entiendo, por razones tanto
"metapsicológicas", digamos, como de método, que la psicosis, como
por otra parte la neurosis y la perversión, son, cada una a su modo, respuestas
a una falla estructural. No es que la psicosis sea un déficit en relación a lo
que fue alcanzado por la neurosis, sino que la psicosis —como la neurosis
misma, y también la perversión— es un modo singular de responder a una falla
central, radical, propia de la estructura del sujeto, se plantee esta falla
como se quiera plantearla.(4) Se la puede plantear como no hay Otro del Otro,
se la puede plantear, a partir de los últimos seminarios de Lacan, como no hay
relación sexual.
A mi modo de ver, esto
que les digo no debiera constituir un planteamiento demasiado novedoso. Si
sonara novedoso, debiera atribuirse esa sensación a lo que he denominado como
mucha mala lectura previa, o mucho prejuicio previo, pero creo que mi objeción
a concebir la psicosis en términos exclusivamente de déficit está perfectamente
en el hilo de Lacan. Por ello, para levantar de algún modo este peso, esta
hipoteca a la que me refería al comienzo de esta charla, traje conmigo dos
citas de Lacan, como para volver verosímil mi punto de partida, y sustituir,
económicamente, con citas, lo que podría ser un desarrollo sobre la psicosis
que hoy no tenemos tiempo para efectuar —como les dije, mi perspectiva, hoy,
será más bien la de la transferencia, y no la de la psicosis—. Son dos citas
que extraje del Seminario 9, sobre La identificación, es decir, no es un
seminario de los últimos, y que elegí deliberadamente, para que no se crea que
esto sería ninguna novedad. No, este seminario es el noveno de una serie de
veintisiete, y tuvo curso en el año 1962. Yo lo había leído una punta de veces,
y este año lo volví a leer gracias al estímulo que me proporcionó el
inteligente trabajo de un grupo de estudios que coordino, que me exigió
bastante, y volví a encontrarme con estos dos párrafos que les voy a citar, en
la medida en que proporcionan un posicionamiento de base en relación a
cualquier planteamiento segundo de la psicosis.
Veamos la primera cita.
En la clase del 2 de Mayo de 1962 de este Seminario sobre La identificación,
Lacan responde a una intervención que había tenido anteriormente en el mismo
Piera Aulagnier, una intervención verdaderamente muy interesante, pero Lacan,
entre otras consideraciones que ahora no vienen al caso, dice que Piera
Aulagnier, un poco en el esfuerzo de hacerse entender por el público, había
aflojado en algunas cosas: había deslizado, justamente, en la pendiente de
concebir la psicosis en términos de déficit. Y entonces Lacan, entre otras
cosas, responde a eso lo siguiente:
...lo que me parece
eminente, es justamente aquello por lo cual eso nos abre esta estructura
psicótica como siendo algo donde debemos sentirnos en nuestra casa. Si no somos
capaces de percatarnos de que hay un cierto grado, no arcaico, a poner en
alguna parte del lado del nacimiento, sino estructural, a nivel del cual los
deseos son, hablando propiamente, locos; si para nosotros el sujeto no incluye
en su definición, en su articulación primera, la posibilidad de la estructura
psicótica, jamás seremos sino alienistas.(5)
Bueno, la posición del
alienista es la posición de quien sostiene: "en la psicosis no hay nada
para escuchar, porque nada en sus palabras tiene sentido, sólo son semblantes
de palabra, porque el psicótico vive encerrado en su mundo, y no hay con él
diálogo posible".
No sé si queda claro,
entonces, a qué me refiero cuando digo que no se puede concebir la psicosis en
términos de déficit. Me refiero a proposiciones que ustedes habrán escuchado o
leído en más de una oportunidad, consistentes en definir la psicosis en
términos privativos, meramente privativos.(6) Por ejemplo: en la psicosis no
hay transferencia, no hay deseo, no hay fantasma, no hay inconsciente, no hay
sujeto... y no hay un montón de cosas, que se supone que sí hay en la neurosis.
O si no, otra manera un poco más sofisticada, pero a mi modo de ver igualmente
errónea, cuando se propone que algunos términos propios de la teoría
psicoanalítica, como el objeto a, el gran Otro, el S(% ), el sujeto barrado, la
fórmula del fantasma, etc., deberían ser pasibles de una definición ad hoc
cuando los empleamos en relación a la psicosis.(7) Siempre está implícito el
mismo supuesto —que por otra parte esos autores denegarían en caso de
explicitárselo— de que la estructura es la estructura de la neurosis, y que la
psicosis, en consecuencia, se definiría por cierta carencia en relación a dicha
estructura. Los autores, seguramente, no quieren decir esto. Pero yo los invito
a ustedes, y también a esos autores, si esta charla se desgraba y se publica
como está previsto, a que lean, más allá de las intenciones, las consecuencias
inevitables que se deducen de esos planteos.
En relación a este
punto, me pareció muy interesante aportarles esta otra cita del Seminario sobre
La identificación —es un poquito más larga que la anterior, discúlpenme, pero
les prometo que será la última—, en la medida en que aporta una perspectiva que
Lacan instala en relación, justamente, a los conceptos mayores de su teoría.
Pertenece a la clase del 13 de Junio de 1962, y dice así:
(...) Esta relación del
espejo, para ser comprendida como tal, debe ser situada sobre la base de esta
relación al Otro que es fundamento del sujeto, en tanto que nuestro sujeto es
el sujeto del discurso, el sujeto del lenguaje.
Es al situar lo que es $
corte de a [es decir, la fórmula del fantasma], por relación a la deficiencia
fundamental del Otro como lugar de la palabra, por relación a lo que es la
única respuesta definitiva a nivel de la enunciación, el significante de % , del
testigo universal en tanto que hace falta y que en un momento dado ya no tiene
sino una función de falso testigo...
es al situar la función
de a en ese punto de desfallecimiento, mostrando el soporte que encuentra el
sujeto en ese a que es lo que apuntamos en el análisis como objeto que no tiene
nada de común con el objeto del idealismo clásico, que no tiene nada de común
con el objeto del sujeto hegeliano,
es al articular de la
manera más precisa ese a en el punto de carencia del Otro, que es también el
punto donde el sujeto recibe de ese Otro, como lugar de la palabra, su marca
mayor, la del trazo unario, la que distingue a nuestro sujeto del sujeto de la
transparencia conociente del pensamiento clásico, como sujeto enteramente atado
al significante en tanto que ese significante es el punto giratorio de su
rechazo, el de él, el sujeto, fuera de toda la realización significante,
es al mostrar, a partir
de la fórmula $ a como estructura del fantasma, la relación de este objeto a
con la carencia del Otro,
...que vemos cómo en un
momento todo retrocede, todo se borra en la función significante ante el
ascenso, la irrupción de este objeto.
Antes de continuar con
esta cita, quiero subrayarles algo de lo que hasta aquí no pudieron no
percatarse, el carácter radical de los términos que Lacan puso en juego hasta
acá: objeto a, fantasma, carencia del Otro, S(% ), sujeto del discurso, trazo
unario, deseo... La cita continúa así:
Es hacia ahí que podemos
avanzar, aunque sea la zona más velada, la más difícil de articular de nuestra
experiencia. Pues justamente tenemos su control en cuanto que, por unas vías
que son las de nuestra experiencia, vías que recorremos lo más habitualmente,
las del neurótico, tenemos una estructura que de ningún modo se trata de poner
así sobre el lomo de chivos emisarios. A este nivel, el neurótico, como el
perverso, como el psicótico mismo, no son sino caras de la estructura normal.
Se me dice a menudo,
tras estas conferencias: cuando usted habla del neurótico y de su objeto, que
es la demanda del Otro, a menos que su demanda no sea el objeto del Otro,
¡háblenos del deseo normal! Pero justamente, hablo de eso todo el tiempo.
El neurótico, es el
normal en tanto que para él el Otro con una A mayúscula tiene toda la
importancia. El perverso, es el normal en tanto que para él el falo —el
mayúscula, que nosotros vamos a identificar a ese punto que da a la pieza
central del plano proyectivo toda su consistencia—, el falo tiene toda la
importancia.
Para el psicótico el
cuerpo propio, que hay que distinguir en su lugar, en esta estructuración del
deseo, el cuerpo propio tiene toda la importancia.
Y no son aquí sino caras
donde algo se manifiesta de este elemento de paradoja que es el que voy a
tratar de articular ante ustedes a nivel del deseo.(8)
Bueno, fin de la cita,
donde se transparenta bien mi objetivo: conmocionar un poco esta idea según la
cual la psicosis consistiría en un paso menos, o varios pasos menos, respecto
de la neurosis. Como está muy claramente formulado por Lacan,
la estructura es una
la estructura comporta
una falla, aquí nombrada como carencia del Otro,
la psicosis no radica en
una falla relativa a una estructura no fallada, ni está fuera de estructura
la psicosis es una cara
de una estructura, aquí calificada de normal, que es una.
Al respecto, me pareció
también interesante un fragmento que leí en un libro que cayó en mis manos la
semana pasada —hace poco que salió publicado y el libro no me parece gran cosa,
francamente—, su autor es Gérard Pommier, quien por otra parte no es santo de
mi devoción, y se titula La transferencia en la psicosis. Pero de todas
maneras, pese a que su concepción de la psicosis no me parece para nada
interesante, sin embargo, la posición de Pommier es una posición indudablemente
psicoanalítica, es decir, no plantea que en la psicosis haya que reparar, ni
emparchar, ni remendar nada, y entonces, en relación a eso, plantea, en
relación a lo que podría ser lo que él denomina "el saber inconsciente del
analista", en tanto que a veces sustituye una teoría, plantea lo
siguiente, que me parece, sí, interesante. — Esto yo lo vengo sosteniendo en la
Escuela desde hace años, pero a lo mejor viniendo de Pommier se escucha un poco
mejor. Él dice así:
Esto particularmente en
lo que concierne a la psicosis, porque en distintas teorizaciones se pretende
que el psicótico no es un sujeto, o bien que no habla verdaderamente, o bien
que la forclusión significa la total ausencia de padre.
Todos estos puntos
teóricos responden a cierto saber inconsciente de los analistas que así lo
teorizan. Saber inconsciente que consiste para ellos en identificarse al padre
que, según ellos, le ha faltado al psicótico.(9)
¿Se entiende? La idea
está bastante transparentemente expuesta. Bueno, se acabaron, ahora sí, las
citas, y paso entonces a mi cuestión, relativa a ¿Qué hacemos cuando
analizamos... las psicosis?
Lo interesante de este
seminario, que hoy concluye, por lo menos lo interesante de su título general:
¿Qué hacemos cuando analizamos?, es que... Por ejemplo, este título, ¿en lugar
de qué otros títulos está? Bueno, está en lugar de un título como "¿Qué es
el análisis?", o, más superyoicamente: "¿Qué debe ser el
análisis?", etc... No, ¿Qué hacemos cuando analizamos?, cuando lo
planteamos como un proyecto que originariamente era el proyecto de un cartel,
constituido por quienes finalmente ofrecimos este seminario, era el de: bueno,
hablemos de lo que realmente hacemos, todos los días, en nuestros consultorios,
o en el hospital. La idea no era la de hacer doctrina. Seguramente, hay
doctrina, porque no es que seamos unos iletrados, pero optamos por este otro
sesgo: esa doctrina, que seguramente tenemos cada uno, aunque no necesariamente
sea una doctrina compartida, esa doctrina sobre la cual podemos perorar e
incluso predicar, bien, ¿cómo opera verdaderamente en nuestra práctica diaria?
¿cómo concebimos, de hecho, las cosas, de manera tal que eso explique, dé
cuenta, de por qué intervenimos en nuestra práctica de tal manera y no de otra?
Entiendo que ésa fue la perspectiva más interesante de este proyecto, lo que a
mí más me convocó, además de la amistad de años que me une a estos compañeros.
Es que esta perspectiva remite a lo que les decía anteriormente: en la menor de
nuestras intervenciones, siempre opera, al menos implícita, una concepción de
la estructura, una concepción de lo que es el análisis — concepción que es
saludable explicitarla, porque esa concepción implícita va a operar siempre,
más allá, y a veces a contrapelo, de lo que creemos sostener explícitamente.
Por otra parte, al explicitárnosla, no sólo nos damos una chance real de
revisarla, sino que también nos damos la ocasión de que otros nos la cuestionen.
Por eso se las ofrezco, también, casi desnuda, sin los matices que, aunque
necesarios en una exposición más detenidamente doctrinal, podrían no obstante
disimularla, velarla.
Les repito, entonces,
pues Analía, que acaba de llegar, no estaba cuando lo dije por primera vez, y
su opinión me interesa. ¿Cómo concibo la psicosis? La concibo como no siendo un
déficit. La concibo —como a las otras estructuras subjetivas que solemos
denominar "psicopatológicas"— como una respuesta a una falla radical
de la estructura, una respuesta entre otras posibles, que obedece... Ustedes
saben que en psicoanálisis hay una hiancia radical entre razón y causa. Así que
por hoy, para ir al grano, digamos: que obedece... no se sabe a qué, tal vez a
una "insondable decisión del ser", como dice Lacan en su escrito
«Acerca de la causalidad psíquica», o a un acto que nunca es deducible de lo
anterior, porque no hay presente del acto... Digamos que no sabemos. Pero el
punto de partida, para mí, es ése: sea como sea que se presente el sujeto, para
mí el sujeto viene con una respuesta ya hecha a una carencia radical de la
estructura. Y si queda todavía un paso por cumplir, ese paso no es el de
ninguna "constitución"; ese paso a cumplir será, en caso de que sea
posible, el del acto analítico.
Bien, estoy un poco
apurado, porque empezamos tarde esta reunión, después tenemos la Asamblea de la
Escuela, y entre una y otra Analía me pidió unos cinco minutos para cerrar el
seminario, al menos por este año. Pero no importa, lo que no alcance a decir
hoy, seguramente lo habré dicho en otros lugares, y yo suelo dejar en
Biblioteca las transcripciones, cuando las hay. Así que mi interés, más bien,
es el de motivarlos hacia esta perspectiva que es la mía. De todas maneras, si
ven que me apuro mucho, o hay cosas que no se entienden, me paran, que no tengo
problema. Mi idea es plantear algunas pocas consideraciones, llamémoslas
doctrinales, la manera en que yo me esclarezco mi acción, y a continuación
relatar un fragmento clínico.
Transferencia y Clínica
Dentro de esta
perspectiva a la que me referí anteriormente, una perspectiva correlativa a
ésta es la de plantear que la clínica psicoanalítica es la clínica posible en
un marco que es el marco de la transferencia. Esto lo formulé también en ese
par de trabajos que presenté en las recientes Jornadas de Carteles de la
Escuela. No se trata de primero hacer lo que se suele llamar un
"diagnóstico de estructura", y después ver cómo se enlaza eso
transferencialmente, sino que me parece que la perspectiva de Lacan, y la de
Freud también, es exactamente al revés. Es a partir de la transferencia, en
todo caso, que se establece el diagnóstico, en la medida en que el analista,
como Velázquez en Las Meninas, forma parte del cuadro. Por lo tanto, la
dimensión transferencial no puede ser abstraída del "diagnóstico de
estructura". Por eso, también —era lo que quería indicar mi título
original—, no voy a hablar de la transferencia en la psicosis, sino, al revés, de
la psicosis en la transferencia, colocando en primer lugar a la transferencia.
Y esto en la medida en que la consideración de la transferencia, con todo lo
que ello implica, erige un muro entre lo que yo creo que es la clínica
psicoanalítica y otra que yo creo que no lo es — esta distinción no pretende
ser peyorizante, sino simplemente precisar lo que a mi entender es la clínica
psicoanalítica y lo que no lo es; puede ser una clínica psiquiátrica, una
clínica de alienistas, digamos, que merece todos mis respetos por todo lo que
ha aportado al saber adquirido, simplemente no estoy interesado en practicarla.
No estoy diciendo que lo que no es psicoanalítico no sirve para nada. Digo que
el psicoanálisis no es para todos, y que a veces restringir la extensión va a
favor de la intensión del psicoanálisis.
Pero entonces, si
planteamos que la consideración de la transferencia es lo que erige un muro
entre una clínica psicoanalítica y otra que no lo es, la pregunta que surge
inmediatamente, sobre todo en lo referente a la espinosa cuestión de la
psicosis, es la siguiente: ¿están psicoanalista y psicótico del mismo lado del
muro, o este muro los separa irremediablemente? Dicho de otro modo, a saber, el
modo en que habitualmente se formula esta pregunta: ¿hay transferencia en la
psicosis?, y más sutilmente: ¿el psicótico es susceptible de entrar en el lazo
transferencial?
Tres respuestas a la
cuestión de la transferencia en la psicosis
Bueno, en términos
generales, bastante generales, podríamos distinguir tres maneras de responder a
esta pregunta — podría decir cuatro, también, si añadiera a esta lista a una
parte de los lacanianos, pero por el momento quedémonos con estas tres:
El primer modo de
responder a esta pregunta es el de FREUD. Freud, en varios lugares de su obra,
a esta pregunta contesta taxativamente que no, que no, y expone sus razones:
dada la conocida —o al menos doctrinalmente establecida— regresión del
psicótico al autoerotismo, no quedaría disponible en él ese trozo de libido
flotante, de la que se apodera el psicoanalista en la cura, y que constituye
propiamente, en la doctrina freudiana, la transferencia. Entonces, para Freud
no hay transferencia en la psicosis.(10) No obstante, es interesante señalar
que él no deja de formular que es la transferencia de Schreber sobre el
Profesor Flechsig lo que desencadena la psicosis del primero.(11) Pero lo
cierto es que al menos en sus manifestaciones más explícitas, más concientes de
sí mismas, digamos, y esto desde 1906, en una intervención que se puede
localizar en las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena (12) —que recogen
las famosas reuniones de los miércoles, que luego hicieron tradición—, desde
entonces, Freud mantiene idéntica postura: no hay transferencia en la psicosis.
Entre otros lugares, lo reitera en una de las Conferencias de introducción al
psicoanálisis, en 1917, lo que por otra parte constituye una referencia
interesante, porque ahí se puede leer muy claramente cómo Freud todavía no
había podido despegar bien la transferencia de la sugestión: una prueba de que
no hay transferencia en la psicosis, Freud la ve en el hecho de que, según él,
no es posible influir por sugestión a los psicóticos — esto a él le sirve para
demostrar que lo que propone la teoría psicoanalítica es extraído de la
experiencia y no una preconcepción que el psicoanalista sobreimprimiría a ésta:
en el psicótico encontramos los datos de la teoría, y puesto que no es
sugestionable, nos sirve de contraprueba (13) — pero ven que este argumento,
más allá del empleo que Freud quiere darle, revela que él mismo no tiene
todavía las cosas muy claras en cuanto a la noción de transferencia, al menos
no lo suficientemente claras como para distinguirla tajantemente de la
sugestión.(14)
El segundo modo de
responder, clásico, a esta pregunta, es el de Melanie KLEIN, y los kleinianos
en general. Para Melanie Klein y los kleinianos en general no hay ninguna duda
a la hora de afirmar que hay transferencia en la psicosis, más aún: hay
transferencia desde el comienzo — pero no debiera olvidarse que para Melanie
Klein, y los kleinianos en general, la transferencia está concebida en términos
de proyección.(15) Este es el problema: ellos identifican la transferencia a la
proyección, y entonces, obviamente, las proyecciones, para los kleinianos,
están de movida: basta abrir la boca para ya estar proyectando, introyectando,
reproyectando o reintroyectando algo. Y el segundo punto complicado de esta
concepción kleiniana es que, como decía Masotta de una manera muy gráfica y muy
graciosa, recordando el valor que tienen en la teoría kleiniana las famosas
fases esquizoparanoide y depresiva, "la normalidad, para Melanie Klein no
es más que una psicosis que ha evolucionado favorablemente".(16)
De todas maneras, más allá
de todos estos reparos que se le pueden formular a la concepción kleiniana, lo
cierto es que este punto de partida en relación a la transferencia le
proporciona a los autores kleinianos el marco necesario para desplegar una gran
creatividad y actividad en la clínica de la psicosis, gracias al cual se
autorizan a intervenir plenamente y de las más diversas maneras — a diferencia
de lo que podemos constatar a veces entre los lacanianos, y que por cierto no
es la posición de Lacan, pero que para los cuales, una frase a mi modo de ver
muy desafortunada de Lacan —no por el sentido que Lacan le daba, y restituida a
su contexto, sino por la manera en que fue en general leída—, me refiero a esa
frase que se encuentra casi al final del Seminario 3, sobre Las psicosis, y que
decía: "Sucede que tomamos pre-psicóticos en análisis, y sabemos cuál es
el resultado: el resultado son psicóticos" (17) — bueno, lo que he
comprobado una y otra vez en ocasión de supervisar la tarea de tal o cual
equipo hospitalario, es que tal concepción lleva inevitablemente a que el analista
retroceda —quiero decir, en tanto que analista— ante la psicosis, pues inhibido
en su acto desde que quiere calcular anticipadamente sus efectos —lo que es
manifiestamente imposible—, elige no hacer nada por temor de desencadenar quién
sabe qué cosa ante el mero esbozo de una duda referida a la eventual psicosis
de su consultante. En fin, que esta frase de Lacan terminó teniendo la dudosa
fortuna de servir de coartada para que el analista retroceda una vez más ante
la psicosis.
Al revés, los kleinianos
se largan con todo. En la primera sesión, aunque el paciente esté loquísimo,
como en un caso que cuenta Rosenfeld, (18) el paciente está en un brote sublime
y él se manda de movida con "interpretaciones profundas", como dicen,
en un "aquí y ahora y conmigo" donde los "pechos buenos" y
los "malos" vuelan de un lado para otro, y... ¡Pero inventan! Ahora
parece que ya no se hace, como en el tiempo en que yo me inicié en la práctica
con psicóticos, pero no puedo menos que testimoniar que no es tiempo perdido
leer a algunos autores kleinianos como Bion, Meltzer, o ese libro sobre los
Estados psicóticos, de Herbert Rosenfeld. Una lectura lacaniana de la clínica
allí en juego, me parece, tiene mucho para aprender. Lamentablemente, por el
modo en que entró el lacanismo en la Argentina —a diferencia de lo que fue su
entrada en Francia, por ejemplo—, en fin, en la "competencia por el
mercado", para decirlo de algún modo, los primeros lacanianos tuvieron que
disputar con el psicoanálisis establecido en la A.P.A., que era
mayoritariamente kleiniano, y eso llevó a que entre nosotros Melanie Klein haya
adquirido cierto valor medio peyorativo, como índice de un psicoanálisis
regresivo y "adaptador" en el peor sentido de la palabra —cosa que no
ocurría en Francia, donde los "enemigos" eran otros—, pero entiendo
que hoy, cuando la coyuntura del psicoanálisis es muy otra, ese modo de juzgar
al kleinismo podría revisarse.
Pasemos ahora al tercer
modo de responder a esa pregunta por la transferencia en la psicosis, la
respuesta de LACAN. Lacan responde a la pregunta por si el psicótico es
susceptible de entrar en el lazo transferencial desplazando el fundamento de la
transferencia, que ya no será leído en términos de sustitución de persona, sino
del sujeto supuesto saber. Por otra parte, digamos que esta misma noción, la
del sujeto supuesto saber — aquí sería interesante revisar el segundo momento
en que aparece la noción, que es en el curso del Seminario 11, sobre Los
fundamentos del psicoanálisis — porque una primera aparición de la noción de
sujeto supuesto saber Lacan la extrae, en la primera clase del Seminario sobre
La identificación, que es el Seminario 9, para en seguida decir "bueno,
éste es el sujeto del que tenemos que aprender a prescindir, debemos borrarlo
de nuestro campo, porque este sujeto supuesto saber no es nuestro sujeto,
dividido por el significante" — pero luego, en el Seminario 11, retoma la
noción de sujeto supuesto saber, y la retoma precisamente en relación a la
psicosis, en relación a lo que aparece en primer lugar como discordancia — es
en oportunidad de considerar ese sueño que relata Spitz, ese sueño en el que su
paciente lo sueña dotado de una cabellera tan abundante como rubia, que
contrasta con el cráneo pulido del analista, y en relación al cual, creo, el
norteamericano Thomas Szasz propone que "el analista debe designar para el
paciente los efectos de discordancia". Ahora bien, este término,
discordancia, es un término mayor en la doctrina lacaniana de la psicosis. Por
otro lado, ya que evoqué este episodio en el que Lacan retoma la propuesta de
Szasz, recordemos también el otro sesgo por el que en esa ocasión aparece la
consideración de la transferencia: el de un engaño posible, por el cual —lo
digo rápidamente, al pasar— si el analista es susceptible de engañarse, por más
saber que se le suponga nunca podría tener el estatuto de un
Otro-supuesto-saber, sino —sólo un sujeto podría engañarse— precisamente, el de
un sujeto supuesto saber.(19)
Tal vez me he apurado
demasiado, pero es que prefiero no detenerme en este punto, al que ustedes
pueden acceder fácilmente en el Seminario 11, y en un artículo de Jean Allouch,
publicado en la revista Littoral, con el título «Ustedes están al corriente,
hay una transferencia psicótica». Simplemente diré que, si "es preciso que
el otro no se engañe", como señala Lacan en la fenomenología de la
transferencia, eso implica que, en su fundamento, está el hecho de que el otro
se puede engañar, que el otro es de derecho engañable. Y es en esta medida que
el término de sujeto supuesto saber, aquí, viene a trabar lo que podría ser una
deducción de esas dos fórmulas que, cada una por su lado, definen al
inconsciente como "discurso del Otro", y a la transferencia como la
"puesta en acto de la realidad del inconsciente" — el sujeto supuesto
saber, tomado por el sesgo del engaño posible, traba una fórmula como la de
"Otro supuesto saber", es decir, alguien que no podría engañarse.
Bueno, no se trata de un "Otro supuesto saber" porque se trata de un
sujeto, es decir, alguien que está de derecho entregado a la posibilidad del
engaño. Añadamos algo más en relación a esto: precisamente porque se trata de
un sujeto, y no de un Otro, es posible también localizar ahí, suponer ahí, algo
del orden de una voluntad, de un querer formulado bajo la forma de un ¿qué
quiere? — que en el caso de la psicosis paranoica, en particular, tomará el
sesgo de un mal-querer, de una cierta malevolencia fundamental.
Bueno, vale la pena de
todos modos recordar que esta cuestión del querer ya estaba, sin embargo,
anticipada en la extracción que Lacan había hecho de esta noción de sujeto
supuesto saber a partir de su lectura de Descartes en el Seminario 9,
particularmente de la lectura de la segunda de sus Meditaciones metafísicas y
de la Cuarta Parte de su Discurso del Método. No sé si recuerdan el planteo de
Descartes. Luego de todos esos pasos referidos al "yo pienso", a las
pruebas de la existencia de Dios, y a la deducción cartesiana de que Dios no podría
ser engañador, luego de todo ese recorrido Descartes dice más o menos así
—perdonen la forma banal en que lo expongo, pero no es esencialmente
incorrecta, y debo apresurarme—: "dos más dos es cuatro — ¿por qué? —
porque Dios lo quiso así, y si lo hubiera querido de otro modo, sería de otro
modo — ¿por qué lo quiso así? — no tengo la menor idea, la voluntad infinita de
Dios es insondable, no alcanzable por la finita razón del hombre". Con
esto último, Descartes objeta a aquellos autores que habían formulado que
"aunque Dios quisiera que un triángulo tuviera más de tres lados, no lo
podría", o razonamientos semejantes. Descartes sostiene: no, todo lo
contrario, la verdad —es decir, por qué las cosas son como son— es cuestión de
Dios, del arbitrio de la voluntad divina, y a nosotros nos compete el saber
—para el cual ese Dios no engañador nos ha dado los instrumentos necesarios, y
suficientes si los empleamos bien— del cual vamos a hacer ciencia. Como ven, la
disyunción entre saber y verdad viene de ahí, de Descartes, quien dice más o
menos esto: si Dios hubiera querido que dos más dos sea cinco, así habría sido,
si Dios hubiera querido que el triángulo tuviera cuatro lados, así habría sido,
pero resulta que, aunque no podamos saber jamás por qué lo quiso así, Él quiso
que dos más dos sea cuatro, y que el triángulo tuviera tres lados, y eso sí es
algo que podemos saber, porque Dios también quiso darnos un intrumento, la
razón, que bien usado no nos engañará.
¿Se entiende, esto? El
por qué el triángulo tiene tres lados, esto resulta de que Dios lo quiso así.
La verdad del triángulo está en ese querer supuesto a Dios. De esto no hay
ciencia. La ciencia resulta de que, con los intrumentos que Dios me ha dado —mi
sensibilidad, mi razón, la posibilidad de un método correcto, etc.—, yo puedo
llegar a saber, sin engañarme, siempre que siga las reglas del método correcto
—el de partir de las ideas claras y distintas, avanzando de lo simple a lo
complejo, etc.—, puedo llegar a saber que el triángulo tiene tres lados, y no
cuatro, y que dos más dos es cuatro, y no cinco.
O sea que ya también, en
esta emergencia de la noción por el lado de Descartes, también estaba la
cuestión de la voluntad, del querer del otro, concebido entonces como un
sujeto.
Este punto me parece
importante por cuanto leo y escucho, en algunos analistas lacanianos que no
siempre son desconocidos, que la noción de un Otro-supuesto-saber no ha sido
convenientemente exorcizada de la concepción de la transferencia, no sólo de la
concepción de la transferencia en la psicosis, sino incluso de la concepción de
la transferencia en la neurosis — lo que es otro de los precios que se pagan
por concebir la psicosis en términos privativos: se termina hipotecando la
concepción de la neurosis. Me refiero, por ejemplo, a cuando estos autores
conciben la maniobra que apunta a la caída del sujeto supuesto saber (20) en
términos de "barrar al Otro". No hay ningún Otro por barrar en el
sujeto supuesto saber, precisamente porque se trata de un sujeto, y no de un
Otro.(21)
En cuanto a la psicosis,
que podría ofrecer algún lugar para la duda, especialmente entre quienes no
tienen experiencia en el trato con los psicóticos, digamos que en ésta, en la
psicosis, el saber —un saber identificatorio, por ejemplo, un aserto
desubjetivante— puede aparecer como radicalmente proveniente de un Otro...
aunque esto no implica necesariamente que sea el Otro el que sabe. Esto, que el
Otro no sabe, o que no puede ser lisa y llanamente identificado al saber del
que es portador o transmisor, así como la localización en él de algo como del
orden de una voluntad, de un querer más o menos oscuro, que he indicado como
cierta malevolencia fundamental, posiciona a este Otro, precisamente, como un
sujeto. Por ejemplo, para restringirme a uno por todos conocido, el Dios del
Presidente Schreber no sabe distinguir entre un cuerpo vivo y un cuerpo muerto.
El matema de la
transferencia
Bien, demos un paso más.
Posicionada la transferencia en términos de sujeto supuesto saber, Lacan
proporciona su matema en lo que conocemos como «Proposición del 9 de octubre de
1967 sobre el psicoanalista de la Escuela». Este matema, se comprenderá
fácilmente por lo que dije al comienzo, a mi modo de ver, es el matema de la
transferencia... no el matema de la neurosis de transferencia, siendo la
transferencia —como todos esos otros términos que he evocado valiéndome de la
cita de Lacan que les he leído: sujeto, inconsciente, deseo, fantasma, etc.— de
un estatuto anterior y más fundamental que el de cualquier nosografía. Como les
dije, éste es mi modo de posicionarme, y además creo que es una buena lectura
de Lacan, pero como no nos proponemos aquí hacer doctrina, insisto en que es mi
modo, y cada uno verá cuál es el suyo. Por otra parte, y para parafrasear una
vez más a Allouch en relación a este punto: ¿cómo acoger no obstante la
observación de Freud según la cual no habría transferencia en la psicosis...
sino, entonces, y precisamente, como lo que señalaría así una especificidad de
la transferencia en la psicosis? En otros términos, el matema de la
transferencia es uno —pues su fundamento en el sujeto supuesto saber otorga
unidad a la noción—, pero podría ser leído diferentemente en las neurosis y en
las psicosis.
Para avanzar en relación
a este punto, consideremos suscintamente, y de un modo lo más cercano posible a
la clínica, los términos de este matema. Comenzaré por recordarles su fórmula,
tal como podemos encontrarla en la versión escrita de la «Proposición...»(22)
—la versión oral, publicada no en la revista Scilicet, sino en la revista
Analytica, difiere sensiblemente—:
S Sq
s (S1, S2,... Sn)
Ahora, los términos.
Arriba de la barra horizontal, y con una flecha que se dirige del primero al
segundo, tenemos:
1) S, a veces también
escrito como St, es lo que Lacan denomina como el significante de la
transferencia.
2) Sq, es lo que Lacan
denomina significante cualquiera —en francés, "cualquiera" se dice
quelconque, de ahí la q como superíndice (23) de este significante—, y dice así
que el anterior, el significante de la transferencia, no es
"cualquiera", que es singular.
Y debajo de la barra
horizontal, tenemos:
3) s minúscula, que en
esta fórmula escribe al sujeto, lo que en seguida nos mueve a preguntarnos:
¿por qué el sujeto no se escribe aquí con su escritura habitual, la de la S
mayúscula bajo la barra: $ ?
4) (S1, S2,... Sn)
escribe una serie significante que, al escribirse entre paréntesis, indica que
se trata de un conjunto, que podemos designar como el conjunto del saber
inconsciente.
Bien, antes de retomarla
desde un punto de vista más clínico, digamos que esta fórmula está calcada —con
diferencias que en seguida voy a señalar— de la fórmula del significante, a
secas, y que escribe que un significante, digamos S1, representa al sujeto, $ ,
para otro significante, digamos S2:
S1 S2
$
De la misma manera, en
nuestro matema de la transferencia, tenemos algo que se puede leer así: el
significante de la transferencia representa un sujeto para el significante
cualquiera. Nos quedan dos diferencias sobre las que tendremos que volver: este
sujeto escrito con la s minúscula y no con la S mayúscula barrada, y el
conjunto del saber inconsciente adjunto a él. Añadamos una tercera: St, el
significante de la transferencia, y Sq, el significante cualquiera, por estar
arriba de la barra, en principio no formarían parte del conjunto del saber
inconsciente, dentro del cual, sí, podemos distinguir un S1, un S2, etcétera.
Por otra parte, como les he dicho anteriormente, si el S1, en principio, puede
ser cualquiera, el St, por oponerse en nuestra fórmula al significante
cualquiera, no puede ser considerado como cualquiera, y tendríamos que
aventurar entonces en qué consiste su singularidad, pero por ahora subrayemos
esto: el significante de la transferencia no es cualquiera.
Consideremos brevemente
esta cuestión de que el sujeto en la fórmula de la transferencia se escribe con
la s minúscula, y no con la S mayúscula tachada. ¿Por qué puede ser esto? Que
yo recuerde, es la segunda vez que, en Lacan, el sujeto se escribe con la s minúscula.
La primera vez fue en el escrito «La instancia de la letra en el inconsciente o
la razón desde Freud», (24) que es de 1957, es decir, de un tiempo anterior al
de la propuesta de la definición canónica del sujeto como lo que un
significante representa para otro significante, definición que aparece por
primera vez en la clase del 6 de Diciembre de 1961, del Seminario sobre La
identificación. ¿Qué podríamos decir al respecto? Que en «La instancia de la
letra...», y por relación a la diferencia significante que en ese escrito se
ilustra con el gráfico de las dos puertas idénticas bajo los carteles de
"Caballeros" y "Damas", el sujeto se sitúa a nivel del
significado — lo que nos lleva a que en la «Proposición...» este sujeto, y el
saber que le está adjunto, conforman lo que ahí Lacan denomina como la
significación latente. ¿Qué podemos concluir de esto? Que el sujeto de «La
instancia de la letra...», así como el sujeto de la «Proposición...», no es el
sujeto dividido del par significante. Vamos a tratar de justificar esto
clínicamente, quiero decir, proponiendo un correlato clínico para cada uno de
los términos de la fórmula.
Repasemos rápidamente
los términos, y me preguntan en caso de que quede alguna duda: el significante
de la transferencia, el significante cualquiera, el sujeto, y la serie de lo
que llamamos el saber inconsciente. Es decir, adjunto al sujeto, puesto bajo la
barra, sub-puesto, sub-puesto al, o por el, significante de la transferencia,
adjunto a este sujeto un poco enigmático, tenemos el saber inconsciente, que
también está sub-puesto, como ya ahí... cuando en verdad sabemos que, merced al
engaño propio de la transferencia, ese saber supuesto como ya ahí el sujeto lo
va a producir en el curso de la cura.
Ya que estamos en esto,
aprovecho la coyuntura para hacer una observación que me parece importante. He
observado, particularmente en los textos que tan abundantemente nos proporciona
la Fundación del Campo Freudiano, y tanto en las traducciones como en los
producidos por los autores vernáculos, que se suele traducir la expresión
lacaniana sujet supposé savoir como "sujeto supuesto al saber". Ahora
bien, ustedes se darán cuenta en seguida, basta mirar sin prejuicios la fórmula
del sujeto supuesto saber para entender inmediatamente que en ella el sujeto no
está supuesto al saber, sino al significante de la transferencia en su llamado
al significante por venir que es el significante cualquiera, y que en dicha
fórmula el saber es tan supuesto como el sujeto, y supuesto por —es decir,
puesto debajo de— el mismo significante.
Dicho esto, retomemos
cada uno de los términos:
1) Bueno, una manera más
o menos rápida, que no deja de tener alguna complicación, pero que, digamos, es
tal vez la más clínica de concebir en qué consiste este significante de la
transferencia, es entenderlo como siendo el síntoma. ¿En qué sentido, el
síntoma? El síntoma en el sentido de que éste, en tanto enunciado, dicho —es
decir, el síntoma no es un observable: una señorita que viene con una
astasia-abasia, para los ojos de un psiquiatra podrá ser portadora de un
síntoma, eventualmente de un síntoma histérico; para nosotros, no, al menos
hasta que esta señorita diga "no puedo avanzar un paso en mis
propósitos" o algo por el estilo— el síntoma, en tanto enunciado, dicho,
es portador —así lo formula Lacan en el Seminario sobre los Problemas cruciales
para el psicoanálisis (25)— es portador de la indicación de que "ahí es
cuestión de saber". No es cualquier observable, lo que hace síntoma, ni
siquiera es cualquier cosa que no anda. Sino que el síntoma, en el sentido
analítico del término, lo que lo distingue de cómo es
tomado en lo que Lacan llama el campo psiquiátrico, que le da un estatuto
ontológico, el síntoma, en el sentido analítico del término, en tanto define el
campo de lo analizable y traza así la frontera con lo que no es la clínica
psicoanalítica, es síntoma en tanto es portador de una indicación de que ahí es
cuestión de saber.
Bueno, obviamente, se
entiende que si esto es así, si el síntoma en tanto tal se define por ser
portador de una indicación de saber, el síntoma se termina de constituir en el
encuentro transferencial, es decir, en tanto, y cuando, el analista, por su
acogida de esta indicación de saber de la que es portador el síntoma, como dice
Lacan, "completa el síntoma". El síntoma no termina de constituirse,
como síntoma en el sentido psicoanalítico del término, hasta que no encuentra
su analista.
2) Les he dicho que esta
calificación del otro significante de la fórmula como significante cualquiera
es interesante, en primer lugar, por lo que nos dice del primer significante,
es decir, que el significante de la transferencia no es "cualquiera",
lo que luego de lo que les he propuesto recién del significante de la
transferencia como punto del abrochamiento transferencial del síntoma, creo,
puede entenderse un poco mejor. Añadamos un despejamiento más. Ven que este
otro significante, el significante cualquiera, a donde llega, o apunta, la
flecha que parte del significante de la transferencia, está más allá de la barra
horizontal que separa —y une—, para indicar una relación de representación,
entre el significante de la transferencia y el sujeto sub-puesto con el saber
adjunto igualmente sub-puesto. Este estar más allá de la barra horizontal de la
representación del sujeto sub-puesto y el saber adjunto por el significante de
la transferencia, indica lo siguiente: que este significante cualquiera es un
significante por venir. Y aquí podemos entender un poco más por qué este sujeto
supuesto de la fórmula no es, o no es todavía, el sujeto dividido que se
escribe con la S tachada, $ . La fórmula del sujeto se mantiene: es lo que un
significante representa para otro significante. Pero mientras que este
"otro significante", en este caso el "significante cualquiera",
no advenga...
Por supuesto que, cuando
adviene, se efectúa esto, el destello del capitonado entre S1 y S2, que efectúa
al sujeto como dividido: pasamos de s a $ , y desaparece la fórmula como tal,
lo que es una manera de decir que no hay matema del acto analítico ni del fin
del análisis. Es así que podemos decir que s en el matema escribe al sujeto en
espera del significante —cualquiera— por venir.
En este sentido,
entonces, podemos modificar un poco la definición que dimos anteriormente, y
decir, como habíamos empezado a decirlo, que mientras ese "otro
significante", en este caso el "significante cualquiera", no
advenga, es decir, en ese tiempo de espera que es la transferencia —espera de
un saber por venir que encontrará su alcance y su límite en el significante por
venir—, mientras ese "otro significante" no advenga —sea porque
todavía no advino o porque la estructura no dé para ese advenimiento—, podemos
decir que St, el significante de la transferencia, no cesa de no representar al
sujeto para otro significante, lo que es coherente con otro rasgo definitorio
de este significante en tanto significante del síntoma: no sólo es portador de
la indicación del saber, sino que, en ese tiempo de espera, permanece como
significante no subjetivado.
¿Se entiende? En parte fracasa
el régimen de la representación, mientras no se produce el relámpago que
abrocha los dos significantes y efectúa la división del sujeto. Pero al mismo
tiempo, la de este matema es una estructura de insistencia, y por eso me parece
pertinente la fórmula: no cesa de no representar al sujeto para otro
significante. Porque esto especifica mejor, a mi modo de ver, la transferencia
como un tiempo de espera, un tiempo con su tensión propia — y también me parece
que permite aceptar, con algunos recaudos, algo que a veces se dice de la
psicosis, en el sentido de que consistiría en una proliferación de S1, sin S2:
Permitiría aceptarlo en este sentido, en el sentido de que en ella se haya
instalado este tiempo de espera de un significante por venir. Bien...
Insisto en mi manera de
leer el matema de la transferencia, dado que lo he visto leído de diferentes
maneras: que Lacan denomine "cualquiera" al Sq, a ese otro
significante en relación al cual el sujeto colgado del significante de la
transferencia subjetiva el suspenso de su efectuación como sujeto barrado, en
principio, y antes de cualquier otra consideración, está ahí para indicar que
el significante de la transferencia, St, no es "cualquiera", que es
particular al sujeto, que no pertenece a la cadena de los significantes que
constituyen el saber inconsciente como significación latente... y que no ha de
carecer de relación con la eutujía del encuentro por el que el analista
"completa" el síntoma. El Sq es el polo de una tensión que surge del
enigma planteado por el St... Es así que podemos llamar transferencia al
tiempo, y más precisamente, al tiempo de espera de ese significante que
efectuará el matema que resolverá el enigma del síntoma. Ahora bien, como
sabemos, en ese tiempo de espera, en tanto se trata de una espera activa, donde
no está ausente la función de la prisa (hâte) que es también función del a,
como dice Lacan en Encore, el sujeto produce el saber que estaba indicado como
en juego, en cuestión, aunque no a su disposición, por el significante sintomático.
El modo de enunciación
paranoico
Bien, dicho esto, y ya
entrando un poco más en materia, consideremos ahora lo que Lacan denomina el
modo de enunciación paranoico. Del modo de enunciación paranoico, tenemos una
versión freudiana, digamos, que es... — Pongo el acento en el modo de
enunciación paranoico porque para Lacan, y para Freud también, la paranoia es
lo analizable de la psicosis, es el núcleo analizable de la psicosis, y por eso
me parece importante subrayarlo...
El modo de enunciación
paranoico, desde Freud, podríamos formularlo en estos términos: "no soy yo
quien... sino él" — ésta es la fórmula base de todas las transformaciones
que aparecen en el Caso Schreber: "No soy yo quien lo ama, sino
ella", y tenemos el delirio celotípico, "No soy yo quien lo ama, sino
ella que me ama", y tenemos el delirio erotomaníaco, "No soy yo quien
lo ama, sino que lo odio, porque él me odia", y tenemos el delirio de
persecución. Por otra parte, es interesante constatar que este modo de
enunciación paranoico lo podemos encontrar abundantemente en obra en Lacan,
particularmente en el tiempo de su retorno a Freud: "No soy yo quien lo
dice, sino Freud" — lo que no habría que tomarlo en el sentido de una
suerte de "psicología" de Lacan, sino como índice del diferente punto
de partida de Lacan. Al revés que Freud, que llegó al psicoanálisis de la mano
de la histeria, Lacan llegó al psicoanálisis de la mano precisamente de la
paranoia, de la paranoia de Aimée. Por este punto de partida, Lacan se mostró
particularmente sensible a este modo de enunciación... al margen de lo que pudo
haber en eso de característica personal, sobre lo que no abro juicio ni me
interesa.
Pero bueno, el hecho es
que Lacan propone una fórmula de este modo de enunciación paranoico, que no contradice
a la de Freud, pero que me parece que es más abarcadora, en la medida en que es
una fórmula que recoge bien la ternaridad de lugares propia de la enunciación
paranoica: "hablo de algo o alguien que me habló".
En fin, como no lo dije
antes, cuando debía, lo digo ahora: esta fórmula es general, y bajo ella entra
tanto la alucinación verbal, como el relato del sueño, como, les decía, el
retorno a Freud de Lacan. El calificativo de "paranoica", que recibe
esta fórmula, se debe no a que ella especifique a la paranoia, sino a que en la
paranoia se evidencia mejor el carácter siempre ternario del testimonio...
PARTICIPANTE: ¿Es el
conocimiento paranoico?
No, esto no es el
conocimiento paranoico. En todo caso, tendría que pensar cuál es su articulación
con lo que Lacan denomina conocimiento paranoico, que por otra parte tampoco
especifica a la paranoia sino, lisa y llanamente, al conocimiento. El
conocimiento, precisado como paranoico, tiene que ver con la dialéctica de lo
imaginario: conozco al objeto, el objeto se recorta en el mundo en tanto tal,
en tanto es, primero que nada, objeto del interés del otro.
Sigamos. Les estaba
diciendo que el carácter ternario de este modo de enunciación que Lacan
califica de paranoico, no porque especifique a la paranoia, sino porque en ella
se evidencian, porque en ella podemos distinguir tres lugares que, con vistas a
ciertos avatares que luego consideraremos, podríamos decir que son tres lugares
virtuales... ¿Cuáles son estos lugares? Vale la pena distinguirlos, porque la
apuesta es ver si entre ellos hay uno posible para el analista que acepta
acoger el testimonio del psicótico; pero por otra parte, si añado que se trata
de lugares virtuales, es porque, si bien son distinguibles, podrían no
aparecer, podrían ocurrir entre ellos determinados "aplastamientos"
que reduzcan dicha ternaridad, y en la paranoia, especialmente, hay que decir
que el estatuto de esa ternaridad es precario — en mi experiencia, la
ternaridad en cuestión depende mucho de la suerte, "suerte" en el
sentido de "buen encuentro", y otro tanto de un cuidadoso manejo del
diálogo que no desaproveche dicha suerte; en el caso que tengo pensado
relatarles, se verá todo lo que ahí se debió a la suerte.
Los términos que nombran
a estos tres lugares también vienen de Jean Allouch, aunque ahora no recuerdo
si él también los califica de virtuales, o si esta calificación me viene del
diálogo que mantuve el año pasado sobre este asunto con mi amigo Juan Carlos
Piegari en la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. De todos modos, tomen esta
duda como un modo de testimoniar que, si bien hace veinticinco años que
mantengo un trato casi diario con pacientes psicóticos, y en esos años algo he
aprendido —por ejemplo, a no desechar lo que se debe a la "suerte"—, la
lectura de los textos de Allouch referidos a la articulación entre
transferencia y psicosis me han, no sólo abierto muchos caminos para pensar la
cuestión, sino que también me fueron enormemente útiles para reordenar lo que
la experiencia, a los tropiezos, que fueron muchos, me fue enseñando. Estos
tres lugares serían:
a) el lugar del testigo:
este lugar está ocupado por el que habla, quien testimonia de algo que ocurre o
ha ocurrido — ¿dónde? ¿dónde ocurre o ha ocurrido esto de lo que testimonia el
testigo? — en otro lugar, que es el segundo de estos lugares virtuales, en
b) el lugar del Otro
—con mayúscula, para distinguirlo del tercero de los lugares—: dicho en
términos generales, podemos decir que este lugar del Otro remite a la
anterioridad y radical exterioridad lenguajera que nos constituye como sujetos,
hablantes. Indiquemos desde ahora que lo peculiar de la psicosis es que desde
este lugar del Otro proviene una inciativa habitualmente portadora —como se
verá en el ejemplo— de una asignación o atribución desubjetivante, a la que el
sujeto responderá, eventualmente, con el delirio. En el caso del que pienso
hablarles, la asignación desubjetivante que surgía para la paciente en el lugar
del Otro, un lugar no demasiado bien localizado —ésta es también una manera de entender
que se trata de un Otro con mayúscula—, era la de "Es una puta"; ella
recibía desde el lugar del Otro la atribución desubjetivante "Es una
puta", y respondía a dicha atribución... como podía.
El tercero de estos
lugares virtuales, que es el más problemático, porque es aquel en el cual,
cuando logramos constituirlo, o si tenemos la suerte de que se constituya solo,
hay lugar para nosotros, quiero decir como analistas, en la psicosis, es
c) el lugar del otro
—con minúscula—: es el lugar del semejante ante el cual el testigo hará valer
su testimonio referido a lo que ocurre o ha ocurrido en el lugar del Otro. No
es exactamente el lugar para el analista en la neurosis, aunque no está
excluido que lo ocupe en tal o cual coyuntura de la cura. Pero está claro que
en la psicosis el analista no deberá ocupar jamás el lugar del Otro, desde
donde llega la asignación desubjetivante, a riesgo de ocupar un sitio entre los
perseguidores... y diría también que en la neurosis, al menos desde el
Seminario sobre La angustia, cuando Lacan empieza a reformular su concepción
del fin del análisis en términos del objeto a, está igualmente excluido que el
analista ocupe el lugar del Otro, aunque coyunturalmente pueda ocuparlo, con
menos riesgo que en el caso de la psicosis. Pero atengámonos por el momento a
este lugar del otro en la psicosis, para señalar que por supuesto es
indispensable para mantenerlo como tal que quien ocupe ese lugar se preste a
ello.
¿Por qué esta última
aclaración? Es que, obviamente, lo que denominamos la posición del alienista
implica la imposibilidad de que este tercer lugar pueda constituirse: porque si
soy un alienista, un psiquiatra que piensa que las palabras del psicótico no
tienen ningún sentido porque son el resultado más o menos directo del balance
de sus catecolaminas o algo así, y por lo tanto no hay en ellas verdaderamente
nada que escuchar salvo para detectar los estigmas que describe la semiología
psiquiátrica establecida —y cierta manera de estar a la pesca de los llamados
fenómenos elementales no está demasiado lejos de esta posición de alienista—,
dicho de otro modo, si no introduzco la suposición del sujeto, no es posible
constituir un lugar para la acogida del testimonio. Por ejemplo... este ejemplo
lo tengo anotado porque lo ofrecí en una charla que dí el año pasado, o sea que
es un material un poco viejo, no sé si lo recuerdan: el año pasado hubo un
entredicho vía periódicos, entre Maradona y su... no sé si era psicólogo o
psiquiatra, tampoco recuerdo qué era lo que había dicho Maradona, pero recuerdo
la respuesta periodística de ese profesional: "A ese señor Maradona no
tengo nada que responderle, porque es un enfermo mental" — bueno, ahí
tenemos bien ejemplificada lo que es la posición del alienista: como es un
enfermo mental, no es responsable de su palabra, no es sujeto de su palabra, y
por lo tanto no hay nada para responderle.
En fin, como les decía
anteriormente, definir estos tres lugares en su virtualidad era una manera de
anticipar, como también creo haberles dicho, que su triplicidad puede
reducirse, por diferentes modos de "aplastamiento" entre ellos. Por
ejemplo:
a) Un aplastamiento
posible es el aplastamiento entre el lugar del testigo y el lugar del Otro,
como podríamos comprobarlo en el caso de Schreber, quien, después de su
denodada lucha, es decir, no inmediatamente, pero sí al cabo de su elaboración
delirante de la asignación desubjetivante, y aunque sea a regañadientes, parece
terminar resignándose, aceptando un destino que no ha elegido pero al que su
Otro lo ha convocado: el de ser la mujer de Dios. Otro ejemplo en que se ve más
claramente este aplastamiento, este borramiento de la diferencia entre los
lugares del testigo y del Otro, sería el caso de ese psicótico de la película
Pecados capitales, no sé si la recuerdan, donde este personaje se mostraba muy
satisfecho por ejecutar el papel que supuestamente Dios le había asignado, en
una identificación aparentemente perfecta entre el lugar del testigo y el lugar
del Otro.
b) El otro aplastamiento
posible sería el aplastamiento entre el lugar del Otro —con mayúscula— y el
lugar del otro —con minúscula—: sería el caso, paradigmático, en el que el
otro, el semejante, ante quien el testigo debiera hacer valer su testimonio,
vira hacia la posición del perseguidor. El psicoanalista, por ejemplo, que pasa
a ocupar un lugar en el delirio de su paciente como perseguidor. Bueno, cuando
el que debe acoger el testimonio se vuelve a su vez perseguidor, ahí se acabó
la posibilidad de testimoniar ante él. Los lugares se han aplastado. Otro
ejemplo de esto podría ser cierto negativismo extremo, que podríamos
interpretar como la lógica paranoica llevada a su conclusión: "si este que
tengo adelante es también un enemigo, ¿para qué hablarle?".
En fin, estos
aplastamientos son frecuentes, pero no son fatales, en la psicosis, y me parece
que vale la pena subrayarlo. Y allí donde no ocurren, o donde todavía no han
ocurrido, podría existir la oportunidad para que el psicoanalista ocupe ese
lugar del otro, con minúscula, desde donde podría sostener el diálogo con su
paciente en posición de testigo —de "testigo abierto", decía Lacan en
su Seminario sobre Las psicosis, incluso de "martir" del
inconsciente—, es decir, dando su testimonio de lo mal que están las cosas a
nivel del Otro...
Bien, antes de pasar a
hablarles de los modos de acogida del testimonio, me gustaría insistir en que
la posibilidad de estos aplastamientos de lugares de los que les he hablado, su
frecuencia en la paranoia, aunque no su fatalidad, es lo que me llevó a definir
estos tres lugares como virtuales — pero también que, por otro lado, es
precisamente en la paranoia donde es más fácil detectar estos tres lugares en
su triplicidad, en la medida que la neurosis, lo propio de la neurosis, en
tanto que la neurosis introduce electivamente el orden de "lo
propio", de la apropiación narcisista, de la autonomía del "yo"
que se presume por su estructura de desconocimiento como el lugar de origen de
la palabra, tiende, no a aplastar, sino lisa y llanamente a borrar, la
exterioridad radical del lugar del Otro. Por ello, a diferencia de lo que decía
Freud, el análisis de las neurosis no nos proporciona un buen modo de acceso a
la teoría de las psicosis. Al revés, este camino de Freud, quien se introdujo
en el psicoanálisis de la mano de la histeria, implicó lo que Allouch, una vez
más, denomina una hipoteca neurótica de la teoría que Freud nunca pudo
levantar, que la tesis lacaniana de la forclusión vuelve difícil de levantar,
pero que el psicoanalista debe necesariamente levantar si quiere darse un lugar
en el diálogo con el loco.
Me disculparán si me
vuelvo insistente sobre este punto. Pero aunque ahora no puedo desplegarlo como
conviene, debo agregar que esta hipoteca neurótica afecta, de rebote, la
dirección de la cura en la neurosis, como puede deducirse de algunos derivados
doctrinales a los que, si me lo permiten, me referiré ahora en forma
aforística, diciendo simplemente que una concepción de la constitución
subjetiva que deja afuera al sujeto de la psicosis no podría ser correcta, salvo
para quien se anime a restringir la teoría psicoanalítica a una teoría de la
neurosis. Pasemos al siguiente punto.
Los modos de acogida del
testimonio
En cuanto a los modos de
acogida del testimonio, y en referencia electiva al testimonio psicótico,
podemos distinguir tres:
a) La roca de la
alienación, propia de la acogida del alienista. Ya me referí a este modo de
acogida: en el discurso del psicótico no hay nada para escuchar, porque no sabe
lo que dice ni ese decir resulta de un saber no sabido, sus palabras equivalen
a ruidos, a signos para llenar los casilleros de un catálogo semiológico, no
hay palabra, ni verdad, ni responsabilidad ni dimensión de acto a reconocer
allí. Es el ejemplo del psiquiatra de Maradona: "No tengo por qué responderle,
porque es un enfermo mental".
b) La hipoteca
neurótica, propia del discurso freudiano, a la que también me referí ya, pero
que podríamos explicitarla un poco más: se reconoce verdad en el decir
psicótico —Freud, por ejemplo, compara la tesis de los rayos schreberianos con
su teoría de la libido, para terminar preguntándose dónde hay más verdad—, pero
su noción de proyección borra el lugar del Otro como esa exterioridad radical
que es lugar de origen de la palabra, y que no podría reducirse ni a la "realidad
psíquica" ni a su alternativa dualista, la "realidad material" o
"histórica".(26)
c) Mantener, cuando
tenemos la suerte de que exista de entrada, o intentar instaurarla, la
triplicidad de los lugares indicados. El psicoanalista y el psicótico no están
separados uno del otro por un muro, salvo que este muro sea el de los
prejuicios del primero que mencioné en los dos puntos anteriores. Están del
mismo lado del muro, en todo caso, y del otro lado está el Otro.
El enunciado paranoico
En cuanto al enunciado
paranoico, conviene señalar que, en éste, el paranoico, él no se toma por...,
como a veces dice el alienista, como cuando se dice, a propósito de tal o cual
paciente, que "él se toma por Napoleón", o por quien sea, sino que,
al revés, y al menos en principio, él es tomado por..., en pasivo. Lo veremos
en el caso que pienso presentarles, al que, de todos modos, prefiero introducir
con dos ejemplos que también he leído en Jean Allouch.
El primero, muy breve,
se trata de un chiste, aunque en verdad no es muy gracioso que digamos. Se
trata de un cuentito relativo a un señor que se tomaba por un grano de trigo, y
que entonces, dado que se trataba de una convicción delirante, estaba internado
en el hospicio. Luego de un tiempo de internación, este señor efectúa lo que
los psiquiatras esperan, aunque sin muchas esperanzas: lo que se suele
denominar una crítica de su delirio. Critica entonces su delirio, deja de
tomarse ya por un grano de trigo, y el director del hospicio, luego de
felicitarse a sí mismo por su inesperado éxito terapéutico, lo felicita al
paciente y lo da de alta. Pero a los pocos minutos de haberse retirado del
hospicio, este señor vuelve y golpea la puerta del director, atemorizado. El
director lo interroga: "¿Qué pasa?" — "Es que acabo de ver a una
gallina", responde el ex-paciente — El director se muestra un poco
perplejo: "¿Y cuál es el problema? ¿Acaso no habíamos convenido en que
usted no era un grano de trigo?" — "Sí, yo eso ya lo sé",
contesta el paciente antes de ser vuelto a internar, "Pero ella, la
gallina, ¿lo sabe?".
Este es el punto,
entonces. Y es allí que Allouch, citando un párrafo del Seminario sobre Las
psicosis que no se encuentra en la edición oficial transcripta por Miller,
recuerda que en la sesión del 4 de Julio de 1956, de dicho Seminario, Lacan
había indicado que la dinámica del delirio se esclarecía al ser
"esencialmente considerada como una perturbación de la relación al Otro...
ligada a un mecanismo transferencial" — ilustrada por este cuentito en el
sentido que, de hecho, no es que este sujeto "se tome por...", en
este caso por un grano de trigo, sino que "él es tomado así por el
Otro", en este caso la gallina. En esto consistiría esa perturbación de la
relación al Otro ligada a un mecanismo transferencial, lo que ilustraremos con
este otro ejemplo, extraído de un caso presentado por Sérieux y Capgras. Se
trata de una señora que mira una estatua de Juana de Arco, y parece que
alguien, entonces, le llama la atención sobre el parecido entre su rostro y el
de la estatua, o ella ve que los paseantes la miran con cierta insistencia y
entonces, como ella en ese momento estaba mirando la estatua de Juana de Arco,
interpreta que los paseantes tal vez estén percibiendo una similitud entre su
rostro y el de la estatua. Se dan una serie de episodios similares, de los que
me limito a éste: ella va a una iglesia, y los chicos del banco de adelante se
dan vuelta para mirarla, etc... Ella empieza a preguntarse: "¿Es que me
verán parecida a Juana de Arco?" — y a partir de estos episodios
desarrolla un delirio relativo a que quizá ella está llamada a cumplir una
función similar a la que cumplió Juana de Arco en la historia francesa.
¿Qué es lo fundamental
de estos dos ejemplos, el del chiste y el del caso de Sérieux y Capgras? Es
que, a diferencia, como les decía, de lo que se suele plantear, no se trata de
que el psicótico "se tome por...", lo que sea, sino que él,
primeramente "es tomado por...", en pasivo. La locura del señor del
cuento no era que él se tomaba por un grano de trigo, sino que el Otro, la
gallina, lo podía tomar por un grano de trigo. Y en el caso de Sérieux y
Capgras, era en primer lugar desde los paseantes, que serían como figuras del
Otro, para ella, que le llegaba que ellos la tomaban por Juana de Arco, y
entonces ella se interroga... Esta es otra cosa que conviene aclarar: lo que se
llama "la certeza psicótica" —digo esto porque veo que a veces se
habla de la psicosis sin haber visto jamás un psicótico, salvo en el cine— lo
que se llama "la certeza psicótica" radica en que los fenómenos
experimentados, digamos, conciernen al sujeto, y no en que no duda de ellos.
Puede dudar perfectamente de la realidad de estos fenómenos. De lo que no duda,
y en eso consiste su certeza, es que dichos fenómenos —las alucinaciones, las alusiones,
las coincidencias, etc.— le conciernen íntimamente, pero puede dudar muy bien
tanto de su "contenido" como de su interpretación.(27)
Un caso
Bueno, ya que les resumí
demasiado este caso de Sérieux y Capgras, les relataré en cambio, con algún
detalle, un fragmento de un caso de mi experiencia, una de cuyas singularidades
estuvo en cierto azar, el de un equívoco, que se produjo en nuestro primer
encuentro. Una noche, en mi casa, se me acerca un hijo mío con el teléfono
inalámbrico en la mano, y me dice: "Te llama X..." —en seguida
comprenderán por qué me reservo incluso el nombre de pila—. X... es el nombre
de una alumna mía, de un grupo de estudios, que tenía algunas características
especiales: era una especie de alumna itinerante. La conocí hace varios años,
en un seminario de post-grado que dicté entonces, y luego ella entró en un
grupo de estudios que yo coordinaba. Luego dejó de venir, al tiempo volvió, y
así ocurrió varias veces, retomando en el mismo grupo que había dejado o en
otro. Otra característica estaba dada porque ella era una persona que me
inspiraba un gran respeto intelectual: cuando la conocí, casi no tenía ninguna
formación psicoanalítica, pero lo interesante de esta alumna era que cuando
abordábamos en el grupo por primera vez un texto de Lacan, por ejemplo, ella no
entendía nada —quiero decir, no se trataba de inhibición, sino de ignorancia—,
pero me impresionaba el hecho de que bastaba con que yo le proporcionara dos o
tres claves para que ella comprendiera a la primera y encadenara a partir de
ahí, revelando una intelección del texto verdaderamente notable. Subrayo estos
dos rasgos, y particularmente el último, porque creo que de algún modo tuvieron
efectos en mi modo de dirigirme a ella cuando agarré el teléfono.
Bueno, entonces yo tomo
el teléfono que me alcanza mi hijo y, con un tono de voz seguramente afectuoso,
y porque en ese momento esta alumna no estaba estudiando conmigo, le digo:
"¡Qué tal, X...! ¡Tanto tiempo! ¡Cómo te va!". Ahora bien, cuando yo
me manifiesto así, se produce un momento de silencio al otro lado del teléfono,
y a continuación quien me habla me dice algo como esto: "No, doctor, usted
se confunde, me toma por otra persona", o "No doctor, soy X..., pero
no la que usted cree". En fin, se nota en el tono de voz de esta persona
que me habla por teléfono, cuando me advierte que estoy confundido, como una
suerte de burla, pero muy sutil, no malévola, como cierto gustito, incluso, por
el hecho de que yo me haya confundido de persona y la haya tomado por otra.
Algo así como burlándose cariñosamente de mí por sentirse, al mismo tiempo,
halagada.
¿Qué había pasado? Esta
persona del teléfono era una cuñada de mi alumna ?en eso radicaba el misterio—,
y entonces tenía el mismo nombre de pila que mi alumna, más el apellido de
casada, que era el mismo apellido de soltera de mi alumna, quien por otra parte
me la había derivado. En fin, aclarado el malentendido telefónico, arreglamos
una cita y la veo en mi consultorio. Antes de pasar a la primera entrevista, me
parece importante subrayar, de este primer encuentro telefónico, esas
circunstancias en las que también jugó su papel el azar, y que entiendo que
pusieron su peso en los platillos de cierta balanza virtual, digamos,
inclinándola hacia el lado propicio, en ese breve instante de silencio entre
nosotros, abierto inesperadamente entre que yo le dije "¡Qué tal, X...!
¡Cómo te va!" y que ella me respondiera "No, usted me toma por
otra": mi equivocación, mi metida de pata —no es exactamente un fallido— y
mi aprecio personal e intelectual hacia la persona con quien creía estar
hablando. Seguramente, estas coordenadas proporcionaron a ese primer encuentro,
a ese instante en el que yo, efectivamente, la tomaba por otra, un clima de
familiaridad, de simpatía, y aun de respeto que, como en el caso de mi alumna
era mutuo, supongo que también jugaron su papel en su enunciación, cuando le
proporcionó a su cuñada mi nombre y mi número telefónico. Así las cosas,
digamos que detecté, cuando ella las aclara, un cierto tonito de "metiste
la pata", de burla festiva y de sentirse halagada, al mismo tiempo. En
fin, pasemos entonces a la primera entrevista.(28)
¿Cuál es el motivo de
consulta? El motivo de consulta es un estado de constante ansiedad que la lleva
a maltratar a sus hijos, a sus dos hijos. Esto, a su vez, la pone a ella muy
mal, puesto que ella los quiere mucho y se siente culpable, etc... Describe una
especie de círculo infernal: como está nerviosa, maltrata a los hijos, y como
maltrata a los hijos, a los que quiere con todo su corazón, se pone más
nerviosa y deprimida, se le agregan sentimientos de culpa, etc...Este es el
motivo de consulta, todo lo que se puedan imaginar en relación a eso.
Luego de esta
presentación, cuando empiezo a indagar un poco más acerca de cuándo empezó este
estado de ansiedad que la lleva al maltrato de los hijos, hay una primera
referencia al nacimiento de su hijo menor, quien había nacido con una
malformación cardíaca, por lo cual, apenas nacido, y durante varios meses, casi
un año o más, tuvo que ser sometido a reiteradas intervenciones quirúrgicas de
mucho riesgo. O sea que este chico estuvo entre la vida y la muerte durante
bastante tiempo; en el momento de la consulta de su madre tenía cuatro años.
Ella primeramente refiere su estado de nervios, su ansiedad constante, su
desquicio, como dice, a eso; aunque pronto aparece también, ya en el curso de
las primeras entrevistas, que una semana antes o una semana después —no lo
recuerdo— del nacimiento de este hijo, había muerto el padre de la paciente, sin
que en el relato actual se manifestaran signos de duelo. De todos modos, ella
refería más bien el comienzo de sus problemas al nacimiento de este hijo.
Su discurso era lúcido,
preciso, acorde con lo relatado, e incluso provisto de una buena dosis de humor
ocasional y de sentido común. Ella misma hacía notar que no comprendía cómo
aquello, que ya había pasado luego de haberse resuelto felizmente —el hijo
tenía cuatro años y estaba bien—, le había dejado como resto este estado de
ansiedad extrema. De todos modos, había algunas cosas, en la información que me
proporcionaba o en los comentarios actuales con los que la acompañaba, que no
terminaban de encajarme bien: extrañas lagunas que no eran percibidas como
tales por la paciente, y cierto tufillo como de persecución. Fue así que,
interrogándola un poco más, con cierta cautela y parsimonia, y ganándome un
poco más la confianza que ya traía con breves comentarios ad hoc de mi parte,
lo que termina por aparecer es... otra cosa.
Lo que en verdad la pone
muy nerviosa es que en el trabajo... Ella trabaja en una repartición del estado
donde corre muchísimo la coima —no voy a mencionarla por razones obvias—; la
coima, incluso, aunque no formalmente, forma parte del sueldo, digamos, pues lo
recaudado de esa manera se prorratea entre jefes y empleados al final del día,
según cierta proporción más o menos pre-establecida... Bueno, pero lo que les
estaba diciendo era que lo que en verdad la pone muy nerviosa —es importante,
de todas maneras, esta cuestión del dinero, ya verán por qué—, es que en su
trabajo le significan, de algún modo le hacen saber, por gestos, por frases de
doble sentido, por alusiones más o menos veladas, por simpatías que viran
bruscamente y sin que medie nada de su parte a la antipatía, o viceversa, por
medias palabras, por tonos de voz... le hacen saber que la consideran una
prostituta. Esto es lo que a ella, verdaderamente, la saca de quicio: que la
tomen por una puta.
Por ejemplo, un
compañero de la oficina se dirige a otro para preguntarle si dió curso a tal o
cual expediente, y el otro responde: "No, acá hay que ponerse",
haciendo un gesto con las manos que significa que para eso hay que pagar.
Entonces ella, que asiste a ese diálogo, a ese intercambio, tal vez desde el
otro extremo de la oficina, ella interpreta, entonces, que eso lo dicen por
ella, que así le hacen saber que ellos creen que ella cobra... por servicios
sexuales, pero además, no sólamente la toman por una puta, sino que además,
veladamente, de una manera no franca, se lo hacen saber, como motivados por
cierta malevolencia, para hacerle algún daño como podría ser el de volverla
loca. Está claro que ella no se toma por tal, ni por prostituta ni por loca...
Otro ejemplo. Si alguna
vez llega tarde al trabajo, por ejemplo porque se demoró al llevar a su hijo al
jardín de infantes, y al entrar a la oficina alguien tose, o se produce
cualquier incidente simultáneo, por más nimio que fuere, ella entiende que así
sus compañeros le hacen saber que ellos están pensando que ella se demoró revoleando
la cartera en la Panamericana.
Ahora bien, esta idea de
que la toman por prostituta, y la malevolencia sentida que la acompaña, no se
limita al ámbito de la oficina —que a su vez forma parte de un complejo de
oficinas—, aunque aparentemente fue en su trabajo que se inició la cosa. Es en
todo lugar, ahora, que ella cree percibir estos signos en los que la rodean,
signos de que la toman por una prostituta. Más aún: recibe llamados telefónicos
en su casa, un par de veces a altas horas de la noche; a veces el que llama
cuelga cuando alguien de la casa atiende, a veces las voces del teléfono —que
no parecen alucinaciones, no tengo claridad al respecto, pero no parecían
alucinaciones— dicen algo sin ningún contenido específico, o se disculpan como
si el llamado hubiera sido equivocado, o no dicen nada... pero ella interpreta
que se trata de eso, de que la toman por una prostituta, que la quieren
perjudicar por eso, y que le quieren hacer saber, de esta manera malévola,
indirecta, que ellos saben que ella es una prostituta. Todo esto la sume en
agobiantes sentimientos de indignación.
Cuando lleva a su hijo
menor al jardín de infantes, la maestra del chico, por algún gesto, por alguna
mirada particular, por alguna forma especial de dirigirse a ella, por ejemplo,
si llevó tarde a su hijo al jardín, al decirle "No se preocupe...
señora", ella escucha como cierto modo singular de acentuar esa palabra,
señora, como si con ese "señora", así acentuado, la maestra le diera
a entender que ella, en verdad, no la toma por una señora.
En fin, podría
multiplicar los ejemplos, pero es todo así. Ella es tomada por una prostituta
por algo que adquiere la forma de un saber sobre ella que poco a poco se
expande, cada vez más, y que finalmente podría terminar abarcando casi todo el
planeta, en algo así como una especie de conjuración universal... Más o menos,
la hipótesis que me hice es que habría como un núcleo originario en el trabajo,
y que de a poco eso se fue expandiendo, expandiendo... con algunas salvedades.
En eso que tiene la forma de un saber sobre ella, ella “es tomada por...”, en
pasivo ?ella no se toma, obviamente, por una prostituta, al contrario, eso la
indigna, aunque por otra parte tampoco se toma por una santa—, y el agente de
ese saber no llega a localizarse: se expande, adquiere diferentes rostros o la
poca consistencia de voces anónimas en el teléfono, no hay casi lugares donde
ella vaya y donde esta idea de que "se la toma por..." no la acose.
Pero, les dije, había
algunas salvedades. Quedarían, no obstante, algunos pocos lugares donde esto no
está presente. Digamos, ¿quienes no están incluidos en el interior de este
desarrollo expansivo? Bueno, en principio, estarían excluidos de allí su
familia paterna, su cuñada —quien me la derivó—, su marido, sus dos hijos y, hasta
el momento... yo mismo.
En este estado
permanente, donde ella se siente acosada por todas esas señas que le hacen,
donde ella ve cierta malevolencia, cierto ensañamiento, como si la
"quisieran volver loca", dice — y, efectivamente, siente que eso la saca
de quicio, y tiene pensamientos de suicidio para acabar con eso, o serios
riesgos de iniciar algo así como un llamamiento público de consecuencias
eventualmente pesadas, como ir a una comisaría a hacer la denuncia — cosas que,
pensaba yo, podían desestabilizar la precaria situación que ella tenía en el
hogar, donde todo esto que ella me cuenta se ignora completamente... Esto es
completamente ignorado por la familia, y esto al grado de que quien me la
derivó, quien posee una importante experiencia psiquiátrica, me la deriva
porque... "está muy nerviosa".
Ella nunca, hasta ahora,
había hablado de todo esto, me aclaró: ni con su marido, ni con su cuñada, ni
con su familia paterna —es decir, con ninguno de los excluidos de la expansión
persecutoria—, ni con el psicólogo de la obra social que la atendía hasta que
ella lo dejó y pidió la derivación que la trajo a mi consultorio. A lo sumo, en
un par de ocasiones le ha llamado la atención al marido sobre la rareza de esos
llamados telefónicos, como si alguien los quisiera molestar, insinuándole
también que en su trabajo le tienen rabia, que le hacen cosas para
perjudicarla... A lo que el marido, inevitablemente, replica: "No, vos
estás loca" — pero le dice "estás loca" de una manera que no es
acorde ni consecuente con el enunciado, le dice "estás loca" pero no
la trata como una loca, y hasta se opone insistentemente a que ella haga
cualquier tipo de tratamiento... sobre todo si no es por la mutual, invocando
la necesidad que tienen del dinero, para un proyecto de inversiones que ahora
no vienen al caso.
Estos problemas de
dinero luego pasarán al primer plano en las tres oportunidades en que el
delirio pareció evaporarse, llegando el enojo del marido, porque ella
"tiraba la plata", a tales extremos que ella se veía obligada a
abandonar su tratamiento conmigo.
Pero yo les estaba
diciendo otra cosa. Les estaba diciendo que ese "estás loca" del
marido tenía el valor de las cosas que se dicen en una disputa conyugal y nada
más. A ese "estás loca" del marido, ella no le daba el mismo sentido
que al "loca" de cuando, a raíz de todas estas persecuciones que
experimentaba, ella concluía en un "me quieren volver loca". En todo
caso, queda que el marido no formaba parte de sus perseguidores... y siempre me
quedó la sospecha, que no pude constatar, referida a que quizá este marido
fuera un co-delirante solapado.
Verdaderamente, había
que pensar que este señor, de no ser el co-delirante que yo sospechaba, debía
proceder a un prodigioso desconocimiento sistemático, sea para ignorar las
señales que en una vida en común no podían faltar... A menos que esta avidez de
dinero con el cebo de cierto crecimiento económico, proyectos de inversión que
su esposa ciertamente compartía, y que lo llevaban a combatir un tratamiento
cuyos efectos superficiales, al menos, eran sensibles, lo llevara a
racionalizar esas señales en términos de "manías femeninas"
inofensivas. No sé...
En fin, ella termina
diciéndome todo esto, que no se lo había contado al psicólogo de la obra
social, y el diálogo entre nosotros, a partir de aquí, continuó en función de
esto. Ya les diré cómo. Pero antes, permítanme que les subraye que este
fragmento, que les conté hasta acá, que se habrá dado en el curso de... tres o
cuatro entrevistas, por lo menos, me permite ilustrar mejor estos tres lugares
de los que les hablé hace un rato.
En primer término,
teníamos el lugar del testigo. La paciente, X..., está precisamente en esa
posición enunciativa que podemos calificar de posición del testigo: ella
testimonia, se hace testigo, de las sevicias que le infligen todas esas
personas. Ella testimonia de eso: "Vengo acá a...", dice — no de
primera, pero sí cuando, digamos, pasé las pruebas de confianza. Ayudó, creo,
el azar telefónico, mi metida de pata, y además que esta alumna tenía por mí un
gran respeto. Es decir, yo le había sido presentado como una figura, digamos,
que había ganado sus títulos previamente al primer contacto. Y por otra parte,
ella se vió también beneficiada, "de rebote", por los títulos que
había ganado mi alumna...
ANALIA MEGHDESSIAN:
Ricardo, si yo no escuché mal, cuando ella logra hacerte el comentario de todo
esto, vos dijiste: "después de algunos comentarios ad hoc que yo
introduje", que le abrieron la confianza para que ella plantee todo esto.
Porque previamente... Es decir, es sobre algo que se establece puntualmente en
ese momento, más allá de toda esa configuración con la que viene. Porque,
previamente, ella hablaba del malestar con los hijos... Todo eso que se tira,
que vos tirás... Uno tira...
Sí, como un diálogo que
uno puede tener con un paciente en las primeras entrevistas, algunos invitan a
hablar más, otros menos...
ANALIA MEGHDESSIAN:
...otros menos. Ella, justamente, pareciera servirse de eso que vos llamás
"confianza" —lo voy a dejar ahí—, y ahí es donde ella...
Sí, así es. Entonces,
ella, desde ese primer lugar que es el lugar del testigo, testimonia que sufre
pasivamente la acción de algún agente, agente polimorfo, poco localizado, que
incluso se expande, en el extremo anónimo, como en el caso de las voces del
teléfono. Más aún: ella no sabe por qué le hacen eso — lo que vale la pena
destacar, porque he encontrado que Eric Laurent, por ejemplo, en uno de esos
textos que he citado, afirma que el psicótico se cree el sujeto supuesto saber.
De ninguna manera. El psicótico no se cree el sujeto supuesto saber, ni
pretende encarnarlo. El saber, al revés, está supuesto en el Otro... y hasta
por ahí nomás: ellos sabrán, tal vez, esas distintas figuras del Otro que la
persiguen, que la quieren volver loca, ellos tal vez sabrán por qué la quieren
volver loca. Ella no. Ella lo único que sabe es que esos gestos, esas frases
equívocas, esas conversaciones escuchadas al azar, esos llamados telefónicos a
las tres de la mañana en los que nadie contesta cuando ella levanta el tubo...
ella lo único que sabe es que eso le atañe personalmente, que eso se lo hacen a
ella. Pero por qué se le hacen esas sevicias, eso ella no lo sabe.
Entonces, el primer
lugar era el lugar del testigo. El segundo lugar era el lugar del Otro. Ahí se
origina una asignación desubjetivante y persecutoria, dijimos y — bueno,
respecto de Jean Allouch, ya que lo elogié suficientemente, quisiera ahora
plantear algo que no sé si es una objeción o una precisión. En el artículo que
les he mencionado, él dice: bueno, justamente por esto, porque en el lugar del
Otro aparece una atribución desubjetivante y persecutoria tan absoluta que
queda excluido que allí el sujeto pueda hacer reconocer la validez de su
testimonio, "nos prohibimos sistemáticamente toda interpretación en el
sentido del juego sobre el equívoco significante en los análisis de
psicóticos".(29)
En fin, no es esa mi
experiencia, y yo me voy a atener a mi experiencia, dado que estamos en este
marco de ¿Qué hacemos cuando analizamos? — mi experiencia es que es
incalculable el hecho de si uno producirá o no un equívoco cuando habla, y que
la cosa no pasa por hacer un equívoco o no, me parece que la cosa pasa por el
lugar de enunciación desde donde habla el analista. Es decir, si este equívoco
—tal vez se podría distinguir entre "equívoco" y "juego sobre el
equívoco"— se produce desde el lugar del Otro o no. Lo que seguramente
está excluído, y en eso estoy de acuerdo con Allouch, es que el analista se
dirija al psicótico desde el lugar del Otro... pero creo además que este lugar
tampoco es conveniente para que se dirija al neurótico, aunque esto comporte en
ese caso menos riesgo.
ALBA FLESLER: En ese
sentido, ¿cómo jugó el equívoco primero? Porque vos afirmaste, además: "me
equivoqué".
Bueno, cuando Allouch
dice que no hay que jugar con el equívoco se refiere a un juego sobre el
equívoco significante. Un juego sobre el equívoco significante, no es
exactamente mi equivocación, que fue, digamos, una equivocación de persona, una
metida de pata, digamos. Pero me interesaba hacer esta precisión sobre lo que
afirma Allouch —no sé si así soy injusto con lo que él propone—, porque, más
allá de lo que él efectivamente proponga, lo cierto es que algo de eso circula
entre los analistas y los lleva a la inhibición. Es a eso a lo que apunto con
este comentario. Creo que la cuestión no es prohibirnos jugar con el equívoco,
o hacer algo del orden de un chiste, ni creo que haya que tener una conducta
excesivamente cautelosa, no sólo porque esto se transparentará indudablemente
para el paciente con efecto inverso al que nos proponemos, sino también porque
es imposible calcular anticipadamente los efectos de nuestra palabra. Me parece
que la excesiva cautela, a lo que lleva, es a la inhibición del analista. De lo
que sí uno debiera cuidarse, es, a nivel de la enunciación, no ocupar el lugar
del Otro, del Otro del aserto "usted es tal cosa", que sí implica una
asignación desubjetivante.
Entonces, teníamos una
primera posición, un primer lugar, que es el lugar del testigo. Desde ese
lugar, ella testimonia de lo que le hacen, de lo que ocurre en cierto otro
lugar, donde se ha tomado cierta iniciativa en relación a ella. Ese otro lugar,
expansivo, poco localizado, mucho menos localizado que lo que lo era en el caso
de Schreber —aunque hasta por ahí nomás, porque ustedes recordarán que el Dios
de Schreber se subdivide en cuarenta y cinco mil instancias, ¿no?—, pero de
todos modos, por más poco localizado que esté, es desde ese Otro lugar que se
ha tomado cierta iniciativa, en este caso la iniciativa de formular acerca de
ella cierta asignación, cierta atribución, que ella no puede subjetivar, al
contrario, que ella rechaza, precisamente porque esa asignación la desubjetiva,
la objetiva como "una prostituta". A este lugar desde donde se ha
tomado la iniciativa de formular acerca de ella un aserto desubjetivante lo
denominaremos entonces como el lugar del Otro, con mayúscula, y esto para
distinguirlo de un tercer lugar, problemático, siempre problemático en la
paranoia, pero bien distinguible en la paranoia, que es el lugar ante el cual
el que está en posición de testigo hará valer su testimonio relativo a lo que
ocurre en el lugar del Otro.
A este tercer lugar,
decíamos, ocupado por un semejante no persecutorio, en condiciones de acoger el
testimonio del testigo, lo denominaremos entonces el lugar del otro, con
minúscula ahora, y también dijimos que es un lugar muy difícil de sostener. En
este lugar del pequeño otro es posible que se sitúe el analista para recoger y
acoger el testimonio del testigo en su valor de tal, sin rechazarlo como haría
el alienista, tildándolo de palabra aberrante, ni... Pero vayamos por partes.
La posibilidad para este lugar, me parece, en este caso como en otros, dependió
bastante del azar, pero además me parece importante señalar que el
mantenimiento de este lugar del otro debe salvar dos escollos muy serios... o
tres. Uno es el de que este lugar del otro se aplaste con el lugar del Otro, y
el analista vira entonces a la posición del perseguidor. Otro es lo que Allouch
llama "la roca de la alienación", es decir, la posición del
psiquiatra, del alienista: "esto no tiene sentido, etc.", es decir,
desestimar el testimonio en su condición de tal. Y por
fin, el tercer riesgo, es el de co-delirar...
PARTICIPANTE: Sí,
decirle ¡"A mí me pasa lo mismo"!
¡Sí...! Por eso, no
siempre es posible zafar, porque muchas veces el paciente ya viene con una
solicitación, explícita y apremiante, al co-delirio. Por ejemplo: "Yo soy
un telépata emisor. Le voy a transmitir mis pensamientos, y si usted no me
confirma que ha recibido lo que le estoy transmitiendo, quiere decir que es
cómplice de la conjura". Bueno, ahí no queda margen para instaurar el
lugar del otro. Por eso les decía que el mantenerse en este lugar del otro
depende — ¿cómo se dice para la obra de arte? — "tanto por ciento de
inspiración y tanto por ciento de transpiración" — bueno, acá es tanto por
ciento de suerte y tanto por ciento de cuidarse de estos escollos. Este lugar
del otro no siempre está abierto de movida, y no siempre se abre alguna vez.
Cuando está abierto, hay que tratar de aprovecharlo. La expresión de Allouch al
respecto es muy interesante por lo que tiene de sugestiva: "sería el lugar
de un co-delirante potencial". Es decir, alguien que potencialmente podría
co-delirar, pero no lo hace, con lo cual mantiene ese tiempo de espera que me
parece esencial en el tratamiento de la psicosis.
Es un lugar posible para
el analista, aunque no siempre puede situarse allí, depende también de la
suerte, y luego de que sepa mantenerse en él, porque este lugar del otro con
minúscula puede aplastarse rápidamente con el lugar del Otro con mayúscula, y
entonces el analista pasa inmediatamente a ocupar una posición entre el
conjunto de los perseguidores — para evitar esta contingencia, aunque no
siempre es posible evitarla, el analista debe excluir intervenciones que lo
posicionen como alguien que sabe, pero quiero precisar esto, porque en el caso
que les estoy presentando mi ropaje de saber, digamos, de "profesor",
ropaje prestado por quien me derivara a esta persona, indudablemente fue
beneficioso para la conducción de la cura: el saber que debe quedar excluido de
las intervenciones no es el saber en general, sino el saber
acerca de ella, el saber portador de atribuciones desubjetivantes, lo que
llevaría al analista a ocupar el lugar del Otro, perseguidor, un lugar desde el
cual ya no podría acoger ningún testimonio.
Entonces, en este caso,
primero el azar, que produjo el malentendido telefónico de nuestro primer
encuentro. El azar de los nombres, que llevó a que a esta persona, que padecía
del hecho de ser tomada por otra —por no decir por "una", por
"una prostituta", por "una cualquiera"—, yo la tomara
también por otra, pero por otra en cierto sentido valorizada, por otra que de
alguna manera era "una especial". Igualmente, el hecho de la
transferencia conmigo de quien me la derivara, que la transfirió al
"profesor". Y en tercer lugar, probablemente, el contraste de
imágenes en el primer encuentro, el hecho de que el "profesor" hubiera
metido la pata como cualquier mortal, que hubiera quedado un poco en ridículo, sin
saber, sin saber con quién estaba hablando. Todo esto, es posible que ayudara a
ubicarme como alguien ante el cual ella podía intentar hacer valer su
testimonio, lo cual, en segundo lugar, me dejó el problema de cómo mantener ese
lugar, y, en tercer lugar, para qué hacerlo, que no sé si voy a poder
desarrollar en esta ocasión.
Bueno, voy a obviar
otros detalles de este historial, y les digo, directamente, qué hice con este
caso, para tratar de mantener ese lugar de acogida del testimonio, el lugar del
pequeño otro, y lo que pude hacer desde ese lugar. En este caso, una vez
establecido con quién hablaba, y alertado por duras experiencias anteriores, lo
que hice fue agarrarme con uñas y dientes al motivo inicial de consulta: sus
"nervios", el "maltrato de los hijos" y la
"culpa" que eso le causaba. Tomé, digamos, el contenido de estas
cosas que relataba de la persecución como podría tomar el relato de... el
relato típico de una mujer que se queja de lo mal que la trata el marido — sí,
ustedes se ríen, ¿por qué? ¿no es el pan nuestro de cada día? ¿a ustedes, las
analistas, las pacientes no les dan estos testimonios? ¿los reservan para los
analistas hombres? — en fin, mis intervenciones apuntaban a: bien, esto que
usted cuenta es serio, ¿pero por qué reacciona usted de esta manera? ¿qué pone
usted de lo suyo en todo eso? Mis primeras intervenciones iban todas en ese
sentido, sin evitar el tema, pero tampoco promoviéndolo.
Así que, sin cuestionar
en ese primer tiempo, de ninguna manera, lo que ella afirmaba como propio de la
realidad que padecía, le propuse en cambio trabajar en relación a aquello con
lo que primero había venido: su reacción a esa realidad catastrófica que
denunciaba, que la llevaba a maltratar a esos hijos a los que ella quería
tanto, ¿era inevitable? Y en cuanto a las respuestas específicas a la
persecución que ella imaginaba —hacer una denuncia pública, ir a una comisaría,
incluso suicidarse—, pero que todavía no había intentado de una manera
decidida, ¿eran las únicas posibles, las más convenientes? Pero en relación a
esto último yo siempre le iba a la zaga, nunca lo introducía por mi cuenta. Lo
que yo introducía por mi cuenta en ese primer tiempo de la cura, lo que ponía
en primer plano, era la cuestión de los "nervios", de esos nervios
que la llevaban a maltratar a los hijos, y esto aprovechando el primer
resultado de haber acogido su testimonio como tal, cierto apaciguamiento de sus
"nervios"...
Poco a poco, tanteando
cada vez hasta dónde podía llegar, y mientras trabajábamos en esta frecuencia,
o sea, con el motivo de consulta en primer plano, y no obstante, pudieron
hacerse algunas intervenciones sobre las interpretaciones que hacía esta mujer,
aprovechando lo que es propio de cualquier signo, el comportar siempre alguna
ambigüedad. Es decir, que no hay signo sin alguna lectura del signo, lectura
que no es necesariamente inconmovible. Por ejemplo —aunque no fue ese el caso—,
en la frase esa del compañero de oficina: "aquí hay que ponerse"...
¿podría ser que esa frase significara otra cosa... sin que esto descalificara
la interpretación persecutoria general? En ocasiones, ella podía volver sobre
esa interpretación localizada, a veces sólo para interrogarse, otras llegaba a
ponerla suficientemente en duda. Otra línea de mis intervenciones, siempre con
la mayor sutileza que me fuera posible, era sobre los alcances del saber del
Otro: esos que le hacen lo que le hacen, ¿saben lo que le hacen? ¿saben por qué
se lo hacen?
¿Cuál fue la
consecuencia de este trabajo? A los pocos meses desapareció el delirio, pero
antes, en el interín, ocurrió algo interesante. Ya habían pasado dos o tres
meses de este diálogo, y luego de dos o tres sesiones donde a mi entender no
pasaba nada, y que entonces yo decidí interrumpir más pronto que lo habitual
—no a los cinco minutos, pero, digamos, a los treinta minutos—, fue que ella de
pronto me pide quedarse unos minutos más. Acepto, y entonces me dice, muy
circunspecta, que ella, una vez, le había metido los cuernos al marido. Lo
interesante de esto es que ella no establece ninguna relación entre este
episodio de infidelidad y la persecución que sufre en el trabajo, a pesar de
que este episodio de infidelidad fue con un compañero de oficina. Tampoco se
siente culpable por este episodio, ni se avergüenza por él; en todo caso,
muestra cierto embarazo al relatármelo. Pero no se arrepiente ni nada por el
estilo, dice que existió esa relación, y que la misma fue muy breve, dado que
como ella ama al marido, la interrumpió en seguida para no complicarse la vida.
Luego a este compañero lo trasladaron de oficina, dentro de la misma
repartición, y ya no se ven tan a menudo. Queda entre ellos una relación de
amistad amortiguada, y es interesante destacar también que tampoco este
compañero entró en el conjunto de los perseguidores.
Luego de esto, no
inmediatamente, pero sí bastante pronto, el delirio pareció evaporarse,
disolverse. No es que ella lo rectificó, ni siquiera dijo "ya no pienso
más en estas cosas" ni "ya no me hacen más esas cosas".
Simplemente dejó de hablar de eso, y pasó a hablar de otras cosas, como si eso
no hubiera ocurrido nunca, o como si se hubiera ido a una especie de
hiperespacio. Pero correlativamente a esta desaparición, a esta evaporación,
empezaba a cobrar importancia el conflicto matrimonial que antes parecía no
existir, y además la importancia del marido en la subjetividad de esta persona,
y la oposición furiosa del marido a que continuara su tratamiento conmigo,
hasta que esto llegó a extremos bastante difíciles de sostener, y entonces ella
decide suspender el análisis. Debo agregar que junto con esta evaporación de la
persecución, que se dió de una sesión para la otra, cesó también el estado de
ansiedad así como el maltrato a sus hijos, aunque esto último empezó a mejorar
progresivamente desde el día en que empezó a hablar, por primera vez, de estas
cosas. Cuando la persecución se evaporó, pasó a hablar de sus relaciones en el
trabajo en otros términos, como si lo anterior no hubiera ocurrido jamás.
Esto me dejó perplejo,
pero no me pareció prudente interrogarla demasiado al respecto. Por otro lado,
tampoco tuve mucho tiempo para ello, porque, como les dije, junto con esta
notable mejoría de su estado anímico empeoró su relación con el marido, y se
reavivaron los reproches de éste por la plata que tiraba, hasta que ella dejó
el tratamiento, muy agradecida y en buenos términos.
Esta secuencia se dió
dos veces más, en intervalos más breves. Al año vuelve con el delirio intacto,
vuelve a desaparecer, más rápidamente que la primera vez, vuelve a cobrar
importancia el marido, y vuelve a interrumpir el análisis.
PARTICIPANTE: ¿Cuando
vos decís que se "evaporó" querés decir que el delirio se
"enquistó"?
Hay índices del
"encapsulamiento" o "enquistamiento" del delirio, que
permiten distinguir esa eventualidad de lo que estoy llamando
"evaporación", a falta de un nombre mejor. Cuando uno emplea
psicofármacos, los llamados "antipsicóticos", es posible, como decís,
"encapsular" un delirio, es decir, restringirlo hasta que
prácticamente no afecte la vida cotidiana. Pero siempre queda algún indicio de
que eso sigue, que está ahí, en un segundo plano, pero a la espera. A veces
ocurre algo un poco diferente, que suele denominarse
"parafrenización": el paciente viene y te dice "Doctor, he
vuelto a tener alucinaciones", y es curioso, porque, cuando tiene
alucinaciones, tiene alucinaciones, digamos: está completamente concernido, no
es que se dice "ah, tengo una imagen que debe ser una alucinación",
no, tiene un fenómeno alucinatorio pleno, y al mismo tiempo, como si estuviera
partido por la mitad, la otra mitad estuviera ahí para decirnos "he vuelto
a tener alucinaciones, tiene que aumentarme la dosis". Lo que ocurrió en
este caso fue otra cosa: un viento que sopló y borró las huellas sobre la
arena...
PARTICIPANTE: ¿Por qué
volvió?
Ahora volvía, ya sí,
porque volvía a sentir que los nervios... ya sabía de dónde venían, que no era
por la ansiedad relativa a su hijo menor. Volvía por la ansiedad que le causaba
el hecho de que la querían volver loca.
PARTICIPANTE: [no se
escucha en la grabación]
Sí, lo que pasa es que
ésa es la parte que dejé de lado, porque en una charla hay que elegir, y como
les dije al comienzo mi propósito no era desarrollar mucha doctrina, sino
simplemente interesarlos por una perspectiva que es la mía. No es tanto que
ella vuelve porque está en transferencia conmigo en el sentido de que ella me
transfiere. El modo particular de la transferencia en la psicosis es el de una
transferencia al psicótico, es él el que, en primer lugar, está en posición de
soportar una transferencia. Por eso me pareció importante subrayar lo del
"ser tomado por...", en pasivo — que implica una posición muy cercana
a la del analista, por otro lado.
ANALIA MEGHDESSIAN: Es
una inversión de la dirección de la transferencia...
Exactamente, es una
inversión...
ANALIA MEGHDESSIAN: Es
una inversión de la dirección. No es que el psicótico está transfiriendo... Es
el analista el que establece la transferencia a esta estructura de la
paciente...
Es así. Por eso Lacan
decía de Aimée: "ella sabía". Además, otro punto importante que
introduce Lacan en la cuestión de la transferencia, además de fundarla en el
sujeto supuesto saber, es que en el origen de la transferencia está el deseo
del analista. Lo que es difícil —pero entiendo que la posibilidad de un
análisis de la psicosis implica no excluirlo a priori— lo que es difícil en la
psicosis es el viraje, digamos, del eromenos al erastés, por esa cuestión que
Lacan condensa aforísticamente diciendo que el psicótico tiene el objeto a en
el bolsillo. Mientras que el analista, porque abre el espacio del análisis con
su deseo, tiene más facilitada la posición del erastés. El problema, para el
análisis de la psicosis, es que se establezca la metáfora de la transferencia.
Darle la chance de un análisis a un psicótico es, no darlo por sobreentendido,
pero tampoco excluirlo de entrada. No es asegurarlo en el sentido de que va a
ocurrir. Es no excluirlo a priori, y por lo tanto no colocarse en una posición
"terapéutica" — "terapéutica", no en el sentido de una
curación por añadidura, como decía Freud, sino "terapéutica" en el
sentido de "vamos a arreglar algo que está descompuesto"...
PARTICIPANTE: [no se
escucha en la grabación]
Bueno, el saber que ella
me supone de entrada, por lo que le hubiera transmitido la cuñada, digamos, no
es el saber del inconsciente, no es el saber que está en juego en el sujeto
supuesto saber. Podríamos llamarlo saber referencial. Yo era alguien poseedor
de un saber respetable, digamos, pero no de un saber que le pudiera concernir a
ella.
ANALIA MEGHDESSIAN:
Ricardo, ¿eso para vos podría ser pensado como un efecto, en relación a lo que
hacemos? Vos planteabas: ¿qué hacemos cuando analizamos? Planteaste este
ejemplo. El efecto, para vos, de lo que hiciste, ¿dónde lo situás?
Bueno, el efecto yo lo
sitúo como la interrupción de un análisis posible. Te termino de decir: esto
mismo ocurrió en una tercera ocasión y después no la ví más. Hasta donde yo sé,
el delirio no volvió a aparecer. Lo que me lleva a considerar este caso —con
los recaudos que no hace falta que subraye— como un presunto éxito
terapéutico... pero no analítico. El tiempo dirá qué...
ANALIA MEGHDESSIAN: ¿Por
qué no analítico?
Porque no continuó...
ALBA FLESLER: ¿Por qué?
¿Cuál hubiera sido el fin de un análisis de una psicosis? ¿Qué hubieras
esperado?
No sé, otro modo de
respuesta que la simple desaparición de un delirio, tal vez. otro modo de
respuesta a la persecución.
ANALIA MEGHDESSIAN:
Volvamos a tu planteo inicial, de la respuesta como modalidad, que Freud los
llamaba los tres modos de defensa frente al goce, digamos. Vos hablabas de una
carencia particular, sobre lo cual podríamos decir que la psicosis es una de
las maneras de responder. Si vos te planteás esto, como una oposición en
relación a un efecto analítico, ¿no tendrías que plantear otro punto de partida
respecto de la estructura? Si el efecto fuera otro, y en términos analíticos,
podemos pensar en la procuración de un sujeto dividido...
PARTICIPANTE: [no se
escucha en la grabación]
ANALIA MEGHDESSIAN: No
me animo a decir eso, prefiero ser muy prudente con esto. Simplemente quería
seguir la lógica de lo que planteaba Ricardo. Como él opone con este juicio:
hubo efecto terapéutico, pero no analítico... Tomo lo de hoy, y veo que él
también se deja trabajar por... Pensaba si, entonces, esto cambiaba el punto de
partida. Porque el desarrollo que hacés, y el desenlace, está en consecuencia
con el punto de partida, de cómo definiste la estructura. Entonces, plantearlo
como no analítico...
Sí, está bien, entiendo.
Pero yo lo que cuestioné fue lo de un "éxito" analítico, no de que no
hubiera... Por eso lo definí como la interrupción de un análisis posible, en el
que creo que no pudimos pasar de la construcción de una especie de más allá del
aserto desubjetivante gracias al cual, aquí y allá, ella pudo pensar que tal
signo también podía leerse de otro modo, sin que fuera seguro, y que los compañeros
de la oficina, a lo mejor ni ellos mismos sabían lo que estaban haciendo, al
menos no todo el tiempo. No mucho más que eso... que por otra parte no me
parece deleznable. No puedo darme cuenta completamente de cómo lo estoy
diciendo, por supuesto, pero creo que no estoy lamentándome.
Cuando yo pensaba que
íbamos a tener más tiempo —primitivamente yo iba a dedicar dos reuniones a esta
cuestión—, en fin, algo te comenté por teléfono, tenía interés en presentar,
como contraste, otro caso, que estoy viendo desde el ‘78, en verdad desde el
‘77, pero, hasta el año pasado, jamás aceptándolo, formalmente, como paciente
de análisis.
A este otro paciente,
comencé a verlo en el hospital de día de un hospital privado, donde lo
medicaba, hacía terapia familiar, grupal... Cuando dejó el análisis que tenía
entonces —él dice que el analista lo dejó a él, dado que, como si de pronto
este analista se hubiera vuelto ultra-lacaniano empezó a darle sesiones de
medio minuto— me pidió análisis a mí, y yo en ese momento, que estaba bastante
harto de los psicóticos en mi consultorio, y que además a ese paciente lo iba
llevando bastante bien de la manera con que había trabajado hasta entonces
—habíamos logrado pasar de yugular las crisis con medicación a yugularlas sin
medicación—, decidí derivarlo a un analista más bien kleiniano, pero del que
sabía que lo iba a atender cincuenta minutos, que iba a ser muy protector, muy
continente, etc..., mientras yo me reservaba como una figura de afuera,
eventualmente para medicarlo en las crisis, o como último recurso, y sobre todo
trabajando con la madre...
Bueno, les estoy
resumiendo veinte años en un minuto. Era una familia que en el interín se
destruyó. El padre murió, el hermano mayor desapareció con su esposa en la
época de la dictadura, la madre era bastante loca... En fin, un lío infernal.
Una vez leí un trabajo que escribió este analista acerca del tratamiento de
este paciente, y eso confirmó, no sé si lo que esperaba o lo que temía. Creo
que no entendió nada del caso, pero le armó al paciente un soporte vital que le
permitió emprender algunas cosas. Mantenerse en un trabajo estable cuando jamás
antes había trabajado, y llegó a casarse, momento en que el paciente deja ese
análisis —coincidió con el momento en que en el país se desató la
hiper-inflación—. Durante ese período yo lo veía cada tanto, cuando las cosas
lo rebalsaban, o si no, cuando eso no ocurría, el paciente me tocaba el timbre
del consultorio para Navidad o para Año Nuevo, él decía que para saludarme,
pero creo que era más bien para asegurarse de que yo seguía estando ahí, que
podía encontrarme si me necesitaba. También solía pedirme que lo analizara, y
yo le respondía que no.
Hasta que el año pasado,
a raíz de una crisis matrimonial, y una crisis también en relación a lo
excedido que se sentía en su responsabilidad de padre —en seguida de casarse
tuvo un hijo—, entra en una depresión fenomenal, con fuerte componente de
abulia, ante el cual el psiquiatra de la obra social, puesto en antecedentes
por la familia, lo medica de una manera, a mi juicio, absolutamente excesiva.
Algo en su manera de presentarse en esa última ocasión me llevó a aceptarlo
esta vez, "para ver"...
Bueno, pero en este
muchacho, cuyo material no pude preparar para esta ocasión, durante este año se
fueron produciendo algunas historizaciones, algunas subjetivaciones de toda esa
historia de más de veinte años. Algunas elaboraciones de saber empezaron a
procesarse, que me permiten conjeturar la posibilidad de otro resultado que el
del caso que les presenté hoy...
Creo que podríamos dejar
acá.
NOTAS
(1)Véanse, por ejemplo:
Ricardo E. RODRÍGUEZ
PONTE, Estabilización y suplencia en la clínica de las neurosis y las psicosis.
Hacia una clínica de la suplencia generalizada. Intervenciones en el Curso de
Actualización "Clínica psicoanalítica — Problemáticas". Curso Anual
Año 1996 de la Escuela de Post-Grado de la Facultad de Psicología de la
Universidad Nacional de Rosario. Los días 17 y 18 de Mayo de 1996.
Ricardo E. RODRÍGUEZ
PONTE, «El "ser tomado por...": Transferencia y Psicosis».
Intervención en el "Taller de lectura: sobre Le sinthome", coordinado
por Juan Carlos Piegari, École Lacanienne de Psychanalyse, el martes 4 de Junio
de 1996.
Ricardo E. RODRÍGUEZ
PONTE, «Transferencia y Psicosis». Bajo este título, pronuncié sendas
conferencias en el Hospital Ramos Mejía, el martes 8 de Octubre de 1996, y en
el Centro de Salud Mental Nº 3, Dr. Arturo Ameghino, el 13 de Noviembre del
mismo año.
(2)Cuartas Jornadas de
Carteles "Encrucijadas de la Clínica", convocadas por la Escuela
Freudiana de Buenos Aires en el Hotel El Conquistador, los días 7 y 8 de
Noviembre de 1997, donde presenté estos trabajos. Cf.:
Ricardo E. RODRÍGUEZ
PONTE, «Transferencia y Clínica».
Ricardo E. RODRÍGUEZ
PONTE, «Des-bordes. De una escritura que no resultaría de una precipitación del
significante».
(3)Eric LAURENT,
«Procedimientos de remiendo», publicado en el único número de la revista
Escansión, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1984.
(4)Ricardo E. RODRÍGUEZ
PONTE, «El sínthoma: entre lo suplementario y la suplencia». Artículo publicado
en Cuadernos Sigmund Freud, nº 16, Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1993.
(5)Jacques LACAN,
Seminario 9, La identificación. Clase del 2 de Mayo de 1962. La traducción es
mía.
(6)Ricardo E. RODRÍGUEZ
PONTE, «El sínthoma: sobre una lectura "de hecho" y una "de
derecho"». Artículo publicado en Cuadernos Sigmund Freud, nº 15, Escuela
Freudiana de Buenos Aires, Octubre de 1992.
(7)Ricardo E. RODRÍGUEZ
PONTE, El Seminario «El sínthoma». Una introducción. Seminario dictado en la
Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1995, publicado en fichas. Véase
particularmente la clase 8 del mismo.
(8) Jacques LACAN,
Seminario 9, La identificación. Clase del 13 de Junio de 1962. La traducción y
los subrayados son míos.
(9)Gérard POMMIER, La
transferencia en la psicosis. Ediciones Kliné, Buenos Aires, 1997. Cf. p. 38.
(10)Sigmund FREUD,
«Introducción del narcisismo» (1914), en Obras Completas, Volumen 14, Amorrortu
editores, Buenos Aires, 1979.
(11)Sigmund FREUD,
«Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia
paranoides) descrito autobiográficamente» (1911), en Obras Completas, Volumen
12, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1980. Cf. especialmente pp. 44 y 47.
(12) Actas de la
Sociedad Psicoanalítica de Viena, Tomo I: 1906-1908, Ediciones Nueva Visión,
Buenos Aires, 1979. Cf. Sesión del 21 de Noviembre de 1906, especialmente pp.
81-82.
(13)Sigmund FREUD,
Conferencias de introducción al psicoanálisis, Parte III (1917), en Obras
Completas, Volumen 16, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1978. Cf. 27ª
Conferencia, p. 406.
(14)Erik PORGE,
«Presentar un cuadro de persecución», artículo publicado en la revista Litoral,
nº 15, Edelp, Córdoba, Octubre 1993.
(15)Ricardo E. RODRÍGUEZ
PONTE, «Para una lectura crítica de la técnica kleiniana». Intervención en el
Seminario Intensivo: "Actualizaciones en Técnica Psicoanalítica", La
Plata, el 6 de Octubre de 1979.
(16)Oscar MASOTTA,
Introducción a la lectura de Jacques Lacan, Editorial Proteo, Buenos Aires,
1970. Cf. p. 50.
(17)Jacques LACAN, El
Seminario, libro 3, Las psicosis. Paidós, Barcelona, 1984. La desafortunada
expresión de Lacan se localizará en la página 360 de esta versión; restituirla
a su contexto no carecerá de consecuencias.
(18)Herbert ROSENFELD,
Estados psicóticos, Ediciones Hormé, Buenos Aires, 1974.
(19)Jean ALLOUCH,
«Ustedes están al corriente, hay una transferencia psicótica». Artículo
publicado en Littoral, nº 7/8, Editorial La Torre Abolida, Córdoba, 1989.
(20)Este término de
"caída", en verdad, no sería conveniente, y por una razón muy
sencilla que se comprende nomás con observar su fórmula: si este sujeto
supuesto saber es, precisamente, supuesto, es decir, sub-puesto, puesto debajo,
es que ya está definido por su caída, por su caída abajo del significante de la
transferencia. Los términos correctos son destitución subjetiva y des-ser.
(21)En verdad, tampoco
hay ningún Otro por barrar... en el Otro. El Otro está barrado por estructura,
y no conviene confundir la estructura con la subjetivación que se haga de ella.
En este sentido, el Otro no barrado es fantasmático.
(22)Jacques
LACAN, «Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de l’École», en
Scilicet, nº 1, Éditions du Seuil, Paris, 1968. La
versión castellana de Diana S. Rabinovich no carece de problemas ? cf. Jacques
LACAN, «Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la
Escuela», en AAVV, Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial,
Buenos Aires, 1987.
(23)La versión
castellana citada sustituye en todos los lugares el superíndice por el
subíndice.
(24)Jacques LACAN, «La
instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud». En Escritos
1, Siglo Veintiuno Editores, México, 1984. Cf. p. 496: [en alusión al algoritmo
de pp. 476 y ss.] "Este franqueamiento expresa la condición de paso del
significante al significado cuyo momento señalé más arriba confundiéndolo
provisionalmente con el lugar del sujeto".
(25)Jacques LACAN,
Seminario 12, Problemas cruciales para el psicoanálisis. Clase del 5 de Mayo de
1965: darle su estatuto al síntoma como "definiendo el campo de lo
analizable" quiere decir que en el síntoma mismo hay "la indicación
de que ahí es cuestión de saber".
(26)He desarrollado
extensamente esta cuestión en un seminario auspiciado por la Secretaría de
Extensión Universitaria de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional
de Buenos Aires, en 1992. Cf. Patricia RAMOS y Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, Las
dit-mensiones del síntoma. Se encontrará su texto en la Biblioteca de la
E.F.B.A.
(27)Me gustaría agregar
que la certeza no es patrimonio exclusivo de la psicosis, una vez que uno deja
de hacer de la primera un "estado de conciencia". El obsesivo se
tortura con la duda acerca de si ha cerrado efectivamente la llave del gas,
pero es del orden de la certeza lo que lo compele a levantarse quince veces
durante la noche a comprobarlo otra vez.
(28)La eventual
publicación de esta charla me llevó a suprimir algunas porciones de la misma,
particularmente algunos detalles del caso, y también a agregar pormenores que
en ese momento dejé de lado. El caso, en verdad, lo fui construyendo en
sucesivas exposiciones de ese año, indicadas en la nota 1 de este texto, lo que
me lleva a agradecer a mis sucesivos interlocutores, especialmente a los primeros,
de Rosario, dado que cuando fui ahí a hablarles no tenía en mente hablarles del
mismo. Algo del clima interesado y afectuoso que me proporcionaron entonces me
llevó a extenderme en lo que, a lo sumo, hubiera sido un pequeño ejemplo dado
al pasar. Con lo que recordé de esas reuniones lo expuse más detalladamente en
la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, de la que me quedó el registro
magnético.
(29)op. cit. en nota 19,
p. 51.
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