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Buscando bibliografía sobre técnicas de
estudio, en la biblioteca de la facultad de Humanidades me encontré con un
librito sucio y descuidado de tapa dura cuyo título rezaba: “Rendir un final:
Ermitaños y Porrónicos en la forja Rosarina, década del ´60”. A primera vista
me llamó la atención el título. Al entrarle al texto en cuestión se develó ante
mí una historia que, como suele suceder, había sido vedada por oscuros
intereses que no viene al caso comentar. Lo cierto es que, al parecer, en
aquellos años se enfrentaron dos modalidades de estudio de contrapuesta
tendencia. ¿De qué se trató esta extraña disputa? Lo diré brevemente.
Los primeros, llamados “ermitaños”, sostenían
que la mejor de forma de rendir era estar encerrados y solos, sin ver la
luz del sol hasta el día del examen. En
la facultad de Psicología uno de sus más excelsos representantes fue el
estudiante Gabriel Solón. Este solitario personaje, hacía uso y abuso de la
frase: “mejor sólo que mal acompañado” y solía despotricar contra todo aquello
que reuniera a más de dos personas. En su cuaderno de notas personales se
encuentran singulares reflexiones: “no hay mejor aliado para un estudiante que
el silencio” o “solo me dejaré acompañar por la soledad”. Lo último que se sabe
de Solón es que fue excomulgado de los ermitaños el día que se dejó tentar por
una señorita para tirar juntos el final de cierta biológica y enloqueció de
amor cuando ella le expresó con toda soltura la palabra “psiconeuroinmunoendocrinología”.
La otra tendencia en auge por aquellos años,
supo gozar de mayor éxito y repercusión. Se hacían llamar “porrónicos” –aunque
también fueron conocidos entre la gente de bien como “grupalistas”. Nunca
estudiaban solos. Sostenían que las ideas de a dos o más personas se
enriquecen, la angustia y la presión de rendir se comparte y nunca falta un
visionario en el grupo que suelte la frase: “che, y si tomamos un porrón
mientras tanto”. Promovieron sus métodos de estudio a trocha y mocha, y su
efectividad fue notable. En el año ´68, se llevó a cabo una experiencia de
grupos de estudio con 50 alumnos de los cuales aprobaron 49 y se sospecha que
hubo 5 infiltrados del otro bando.
Cuenta la crónica que con el tiempo los
“ermitaños” se fueron integrando en diferentes grupos de una forma u otra,
quedando solo algunos pocos representantes.
La historia nos devuelve la misma pregunta de aquellos años. ¿Conviene encarar la proeza en la soledad del café para uno o es mejor enfrentársele en patota? Va en cada uno la respuesta, pero si lo tuyo es el porrónico grupalista, te propongo que te sumés a los grupos de estudio de la Masotta. Y quién te dice no te pasa como a Solón. Porque, como dice la canción: “si nos organizamos…
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