Roberto
Gutman es Director de Salud Mental del municipio de Moreno. Nosotros tuvimos la
oportunidad de conocerlo allí, conocer la experiencia de una política pública
organizada desde cierta “inspiración psicoanálitica”. Como dice Roberto:
“propiciar lugares de la palabra es una lucha política”, lo que implica que
trabajar en el Estado es ocupar distintos lugares del discurso. Lo cierto es
que esta política es condición de posibilidad para, en la contingencia, “perder
esa palabra” en un trabajo análitico.
En su ponencia, nos muestra cómo él puede leer, desde sus atravesamientos clínicos, una política de segregación proveniente de otras instituciones del Estado; pero la respuesta que dá es política. No obstante, esta respuesta habilita a nuevas prácticas clínicas.
La experiencia de Moreno no proviene, como habitualmente sucede, del intento de copiar experiencias generadas en otras condiciones totalmente distintas. Tampoco cuenta entre sus filas esa progresía que se desimplica de la política en pos de la queja padeciente al “Estado”, mientras se acumulan papers, magistrales escritos de denuncia testimonial que se capitalizan individualmente. Más bien, es una experiencia llena de pintadas, donde se acerca una gorda que está vendiendo churros en la esquina de la unidad sanitaria, y recoje la brocha y algo pinta, porque sabe que eso es suyo. Donde la barriada se suma a bailar con los locos del “Pata-pata”, recuperados, no de su locura, pero sí de las vejaciones que proponen ciertas experiencias de “salud” por fuera del campo de los derechos humanos. Donde si se precisa algo, la lógica política muestra que hay tres tipos de reconocimientos: la legitimidad, la legalidad, y el reconocimiento económico -que, desde luego, es el más difícil.
“Donde hay una necesidad hay un derecho”. Pero también hay una invención con otros. Entonces se inicia un “centro de día en la calle”, vienen los talleristas a hacer sus residencias, se organizan torneos de fútbol, muchos dispositivos de trabajo, se realiza una jornada donde acuden multitudes. El hecho político rinde sus frutos. El gobierno reconoce el “centro de día” y construye un edifico para tal fin. El ministro de Salud se asombra de que, en lugar de inaugurar cosas que no se sabe si funcionarán, se asiste a la inauguración de algo que ya funciona.
Roberto dice: "¡dejen de decirles casa de medio camino a las casas de la gente!" Nos habla de la regularidad y la irregularidad, como algo íntimamente ligado a los modos de vivir. Por lo tanto, no desvinculados de los efectos del neoliberalismo enla Argentina.
Se pregunta cómo opera, pero nos dice “trabajamos con la irregularidad”. No es cuestión de que los amos universitarios crean que hay modos y que si el paciente no se adapta, éste no sirve. Se trata de construir una transferencia imaginaria con la institución para generar condiciones para un trabajo singular. Porque la institución es, desde luego, ¡también la que producimos!... y se hace con lo que se tiene.
Nos encontramos con un discurso que apunta a trasmitirnos una experiencia. Pero que no olvida que ninguna experiencia particular se puede sostener en el tiempo sin la consistencia de un movimiento político de salud mental; una herramienta que interpele los modos de pensar el Estado, que invente nuevas formas de habitarlo.
En su ponencia, nos muestra cómo él puede leer, desde sus atravesamientos clínicos, una política de segregación proveniente de otras instituciones del Estado; pero la respuesta que dá es política. No obstante, esta respuesta habilita a nuevas prácticas clínicas.
La experiencia de Moreno no proviene, como habitualmente sucede, del intento de copiar experiencias generadas en otras condiciones totalmente distintas. Tampoco cuenta entre sus filas esa progresía que se desimplica de la política en pos de la queja padeciente al “Estado”, mientras se acumulan papers, magistrales escritos de denuncia testimonial que se capitalizan individualmente. Más bien, es una experiencia llena de pintadas, donde se acerca una gorda que está vendiendo churros en la esquina de la unidad sanitaria, y recoje la brocha y algo pinta, porque sabe que eso es suyo. Donde la barriada se suma a bailar con los locos del “Pata-pata”, recuperados, no de su locura, pero sí de las vejaciones que proponen ciertas experiencias de “salud” por fuera del campo de los derechos humanos. Donde si se precisa algo, la lógica política muestra que hay tres tipos de reconocimientos: la legitimidad, la legalidad, y el reconocimiento económico -que, desde luego, es el más difícil.
“Donde hay una necesidad hay un derecho”. Pero también hay una invención con otros. Entonces se inicia un “centro de día en la calle”, vienen los talleristas a hacer sus residencias, se organizan torneos de fútbol, muchos dispositivos de trabajo, se realiza una jornada donde acuden multitudes. El hecho político rinde sus frutos. El gobierno reconoce el “centro de día” y construye un edifico para tal fin. El ministro de Salud se asombra de que, en lugar de inaugurar cosas que no se sabe si funcionarán, se asiste a la inauguración de algo que ya funciona.
Roberto dice: "¡dejen de decirles casa de medio camino a las casas de la gente!" Nos habla de la regularidad y la irregularidad, como algo íntimamente ligado a los modos de vivir. Por lo tanto, no desvinculados de los efectos del neoliberalismo en
Se pregunta cómo opera, pero nos dice “trabajamos con la irregularidad”. No es cuestión de que los amos universitarios crean que hay modos y que si el paciente no se adapta, éste no sirve. Se trata de construir una transferencia imaginaria con la institución para generar condiciones para un trabajo singular. Porque la institución es, desde luego, ¡también la que producimos!... y se hace con lo que se tiene.
Nos encontramos con un discurso que apunta a trasmitirnos una experiencia. Pero que no olvida que ninguna experiencia particular se puede sostener en el tiempo sin la consistencia de un movimiento político de salud mental; una herramienta que interpele los modos de pensar el Estado, que invente nuevas formas de habitarlo.
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