miércoles, 13 de febrero de 2013

Panel Salud Pública y Economía. Primer Jornada sobre psicoanálisis, salud y políticas públicas. Año 2011


Jorge Gómez (Psicoanalista)



Bueno. Muchas gracias. Antes que nada quiero agradecer la invitación de la Cátedra Oscar Masotta, con quienes, más o menos -supongo habrán deducido-, creo que se produjo un encuentro en aquél 2008, cuando yo estaba casualmente dictando un seminario, que se titulaba algo así como “Del consumo al consumismo y la clínica también”. Y, en realidad, ahí yo desplegaba una serie de interrogantes, que son históricos en mí. Y que hacían –digámoslo así- a temáticas de cruce que por cuestiones que no vale demasiado la pena explicitar, también me aguijoneaban, de alguna manera.
Y estalló este asunto del “Campo”, como una cuestión unitaria. Y era interesante, ¿no? Porque alguien que no tenía tierra ni en una maceta, con una camisa “Cardón”, se sentía Biolcatti. Y esto es importante, porque, digámoslo así: uno puede verlo con claridad en el otro. Pero lo interesante es que allí aparece una matriz discursiva, que es –y mucho más que discursiva-… que es sumamente eficaz. Y que puede percibírsela en uno mismo, a condición de dar un salto al costado.
Quiero decir: a mí no me iban a encontrar con una cacerola, acompañando la entente rústica. De ninguna manera. Pero no quiere decir que uno esté por fuera de esa cosa sutil, pesada, seductora, que en última instancia tiene que ver con el goce de integrar una masa. Y el goce de la masa nos habita a todos, digamos. Entonces, me parece que por allí venía la cosa.
Es desde ahí que se produce el encuentro con estos compañeros.  Tuve además el placer de tener a algunos de ellos como alumnos ese año.
Una cuestión general: pensaba, y pienso –y lo escribí así, rápido, como para no delirar- que en buena medida –y a esto lo creo, ¿eh?-, somos las palabras que usamos para narrarnos lo vivido. “Que en buena medida”. No digo “en toda medida”. “Somos las palabras que usamos para narrarnos lo vivido.” Y que al hacerlo, constituimos una faceta de nuestra experiencia. Es decir, nos lo representamos –a eso-, como un reflejo verdadero de un contacto directo con el mundo. Es decir, sentimos que estamos diciendo las cosas como son. Esto es un efecto potente, que nos pasa todo el tiempo.
Obviamente que esto es cuestionado por un montón de discursos, entre ellos, buena parte de la discursividad psicoanalítica.
Pero, durante los ´80, y en mayor medida en los ´90, se había naturalizado, por decir algo, uno escuchaba, por ejemplo una idea interesante, y te preguntaban “Bueno. ¿Vos la comprás?“¿Cómo te parece que la vendo?” Como si una dimensión allí, de la mercancía, estuviera presente. Lo cual no tiene en sí mismo nada de malo, pero hacía ruido. No se hablaba tanto de “Propuesta educativa”, sino más bien de “Oferta educativa.” Y podríamos seguir, ¿no? Pero el colmo de la exasperación se me produjo cuando, iniciándome en la práctica como psicoanalista, leo un reportaje a un analista de nota digamos, francés él, y dice una frase que es la siguiente: “El psicoanálisis es solidario del  mercado, porque disuelve las identidades.”
Yo pensaba todo lo contrario. Y he afianzado ese pensar más aun. Pienso hoy que, por el contrario, lo que ahí aparece nombrado como mercado, solidifica las identidades. Pero no creo que vaya a tomar esta deriva. Voy a ser esquemático, y voy a ir a los fundamentos. Es decir, lo que voy a plantear son cuestiones que tienen que ver, fundamentalmente, con interrogar frases como esta. ¿Qué estamos diciendo con “identidades”? ¿Qué estamos diciendo con “mercado”? Una afirmación absolutamente masiva, que la podemos encontrar en un montón de lugares, y que hace que, entre otras cuestiones, se empiece a cualificar, estimo que acríticamente, la época que estamos viviendo, que estamos transcurriendo; o la que veníamos transcurriendo. Pero esta es mucho más interesante que los ´90. Lo que pasa es que hay una maldición china, que dice: “Ojala te toque vivir una época interesante.” Interesante para los sociólogos. Pero bueno.
Trataré entonces de arrancar planteando que inclusive había otra terminología que estaba muy presente –y lo sigue estando-, y que es, no ya solamente esta terminología tomada del discurso de la economía clásica (la que se inaugura con el propio Smith, Ricardo, o ¿por qué no? con algunos aspectos del primer Marx, que es en última instancia, según mi parecer, que no soy economista, el último de los clásicos. El que en todo caso plantea al menos una posibilidad de superar esa economía clásica, partiendo de ella).
Pero, bueno, como no soy economista, no voy a hablar estrictamente de economía, ni de psicología. Corro el riesgo de, como escribió alguien -refiriéndose a la angustia-, no tener domicilio fijo en ninguna disciplina. Pero bueno. Vamos a arrancar. El “entre” no es un mal lugar para intentar pensar algo.
A mí me parece que hay, aquí, unas cuestiones –digámoslo así-, muy potentes, que interpelan la presencia del psicoanálisis, la potencia del psicoanálisis, o la pertinencia del psicoanálisis en el ámbito universitario, en el ámbito público. Y una de las cuestiones, me parece, que se escucha -por lo menos yo lo escucho, y lo caracterizó muy bien Wanda [Donato] en la charla de recién-, tiene que ver con que, acá en la Universidad (el psicoanálisis) ha devenido un discurso imperial. Y los sometidos tienen todo el derecho del mundo a oponerse a un discurso imperial. La pregunta es: “¿Puede el psicoanálisis ser un discurso imperial?”
Me parece que no. ¿Qué ha devenido, acá, en la universidad? En fin. Queda para un debate.
Pero, si nosotros nos detenemos a pensar de dónde nos viene a nosotros el acicateo, percibiremos que tiene que ver con la velocidad: es una práctica larga, lleva tiempo, etc, etc, etc. Y, además, la época ha cambiado de manera tal que este dispositivo inventado al calor de los inicios del siglo XX, en contacto con la discursividad clásica del XIX, etc., no tiene demasiado qué hacer en esta época.
Y como justamente hablaba de experiencia, y a mí me parece que lo vivido es narrado -y hay que tener en cuenta los modos en los que se narra lo vivido, digamos- a mí me producen incomodidad algunos discursos que plantean la novedad, la novedad, la novedad. Y que bueno, es de la modernidad, que “ya estaría superada”, de lo que se trata. Se sabe que ya no estamos más en la modernidad. Los escenarios de la modernidad son cosas del pasado. Y el pasado es cada vez más lejano… en fin, la novedad es lo que prima.  Cosa por lo demás perfectamente ubicable en cierto momento histórico europeo: Habermas, siguiendo a Jauss, señala el iluminismo francés como un momento de reconfiguración del campo semántico del término “Moderno”. Quedando a partir de allí sinónimo de lo nuevo que supera lo anterior. Ahí encontramos la tal “novedad”.
Entonces, comenzaba a aparecer en trabajos de algunos alumnos (en seminarios anteriores al que hice referencia; de otras temáticas incluso), la cuestión de una referencia a una modernidad líquida, por ejemplo. Y bueno, fui a revisar eso. Y para salirnos de lo obvio leería fragmentos de escritos de los siglos XVIII y XIX donde la temporalidad “ahorista” (more Bauman), la velocidad inusitada con que lo nuevo se hace añejo o la proliferación exasperante del delito debido al caótico crecimiento urbano y a la aparición de caras extrañas en la polis… en fin, parecen escritas ayer a la mañana. Esto, claramente, no es lo nuevo de lo nuevo. Es una serie de novedades apolilladas…
Pero, pensé, como para empezar, ubicar, el consumo, en el seminario, como un momento de la economía que relanza la producción. Y pensar el consumismo como una ideología. Y ubico el consumo como elemento de la modernidad.
Cuando hablo de ideología ustedes dirán: “Este tipo va a hablar de Marx.” No. ¿Saben qué? De puro jodido, hablo de Pareto. Que es justamente un economista que se inscribe en lo que se conoce como la escuela “Marginalista” de economía. Es decir, aquella escuela que plantea el valor, no ligado al trabajo, sino a la satisfacción, “medible”, al nivel de satisfacción que obtiene el consumidor al incorporar un bien. Lo que se conoce como la teoría subjetiva del valor. Y que es, obviamente, desplegada en modelos matemáticos. Entonces, cuando ves el modelo matemático decís: “¡Caramba! Esto es ciencia”… aunque lo que no está interrogado es el principio, el fundamento sobre el cual toda esa matematización se monta. Pero Pareto, intelectualmente brillante a mi criterio, no hablaba de ideología. Hablaba de derivaciones- nombro esto, porque probablemente no circule tanto esto en la facultad de Psicología-. Y decía que las derivaciones eran una suerte de autojustificación de acciones emprendidas por determinados grupos. Y que en realidad, ¿se originan donde? En impulsos, decía él. Impulsos que no pueden explicarse racionalmente.
Fíjense. No es analista. No viene de este campo. Dice, en realidad, estas derivaciones suelen tener una presentación, propósitos e intenciones racionales. Por lo tanto las derivaciones son racionalizaciones. En realidad, lo que desconocen, es su origen en los impulsos.
Cualquier similitud con alguna cuestión freudiana es pura coincidencia, evidentemente. Y no se debe a un espíritu de época. (Ironía)
Son, dice, conjuntos estructurados, sistemáticos, pero a menudo confusos, de ideas. Aquí es donde plantea: las derivaciones son no científicas, no descriptivas de la realidad, sino justificativas, prescriptivas. Y esto, creo, es el discurso de la economía clásica, o neoclásica, y también, en buena medida, el discurso de algunas psicologías. Es por eso que yo creo que el psicoanálisis tiene una pertinencia en esta coyuntura.
¿Por dónde continuar? Bueno. Me parece que hay un punto de intersección entre varias disciplinas, todas, obviamente, de la modernidad. Este núcleo en común que podríamos ilustrar así, pero corre el riesgo de que se confunda con Real, Simbólico e Imaginario. No, no, no. Es un diagrama de Venn, donde podríamos colocar Biología, Economía y Psicología y, en la intersección de los tres conjuntos, la noción de satisfacción. Y, obviamente, la noción de necesidad.

Necesidad





















Cuando uno aborda desde el ámbito de las psicologías, la necesidad, en general, y he recorrido años ese campo –me toca dar clases de psicología, en un ámbito superior no universitario, algo que me divierte muchísimo-, uno encuentra un planteo que es biológico. En el fondo de la definición de la noción de necesidad, en el ámbito de las psicologías, se encuentra la vieja y querida noción de “homeostasis”. Aquella de Claude Bernard, ¿se acuerdan? La conservación del equilibrio de un medio interno. Es decir que hay un supuesto de base que es que los organismos -o más modernamente vamos a la teoría de los sistemas-, los sistemas –y el organismo sería un sistema- …pero quedémonos con los organismos, más manejable, por lo menos para mí-, tienden al equilibrio. Cuando ese equilibrio se rompe, se produce una tensión. Y esa tensión, lleva- inevitablemente, en algún momento y a partir de cierta potencia, de cierta intensidad de esa tensión- a buscar incorporar el objeto que permite anular esa tensión. Y ahí tenemos la desaparición brusca de la tensión denominada satisfacción. La satisfacción se obtendría merced a la incorporación del  objeto.
Esto, digámoslo así, es “lo nuevo de lo nuevo”, para oponer a la categoría un tanto más problematizadora, “vueltera”, como la de deseo tal cual la intentan desplegar de distintas maneras, las diversas modalidades del psicoanálisis.
Claro. Esto es lo nuevo de lo nuevo. Yo, por lo menos, encontré una matriz similar en el Filebo de Platón. Ahí parece hacer su entrada esta perspectiva que, luego, encuentra su versión reducida.
Es un poco el punto de partida de Freud. Es decir, fíjense, si nosotros lo traemos al ámbito de las psicologías, lo que encontramos es que hay que incorporar una cuestión un poco más compleja para empezar a decir cuál sería la especificidad de lo humano en el mundo de lo orgánico. Y lo que empieza a aparecer es la dimensión de la representación, de la representación psíquica. Entonces te lo complejizan los muchachos. Y te dicen: “La necesidad es lo que se produce como desequilibrio, partiendo de un equilibrio originario, al que se tiende a retornar.” De modo que en la medida que crece la tensión, llega un momento en que  es tan intensa que comienza a sentir, el organismo, incomodidad; y el sujeto a representar en su conciencia una imagen más o menos difusa -que luego se hace clara-, del objeto. Que al ser incorporado produce la descarga de la tensión, ergo, la satisfacción.
Tenemos Biología, y Psicologías. Ese es el punto de partida de Freud, que de entrada no cierra. No voy a aburrirlos a ustedes con la “Experiencia de satisfacción”. Lo que involucra la cuestión del objeto imaginario, por la vía de la representación, por un lado; por la introducción del placer, por el otro; y por la vía del análisis de la satisfacción sexual, donde la elevación de la tensión, en lo preliminar, es placentera en sí misma. Esto comienza a estar desbordado por todas partes.  Pero hay un punto de partida común.
¿Y en la economía? ¿por dónde la abordamos? Porque yo dije que la noción de necesidad está en el centro de estos tres registros, que no son R(eal) S(imbólico) I(maginario). Son tres conjuntos.
Bueno, vamos a abordarlo por el lado de la mercancía. En el último de los grandes clásicos: en Marx. Bueno ¿qué nos dice Marx de una mercancía? Supongo que muchos de ustedes lo conocen, pero tal vez algunos no, así que hago una explicación somera. Dice que una mercancía es una cosa, que, antes que nada, ha de satisfacer una determinada necesidad humana. Ahí tienen el par necesidad satisfacción en la definición de mercancía, que por otra parte, no lo escribe Marx por primera vez, sino que lo toma del discurso de la economía clásica. Esto lo van a encontrar en el trabajo inaugural de Adam Smith. Pequeña disgresión: no sé si ustedes saben pero, Adam Smith, además de escribir “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” escribió una “Teoría de los sentimientos morales”. Fue el heredero de Hutchinson en la clase de Moral, en la Universidad de Glasgow, y discípulo del que inaugura la perspectiva emotivista en Ética, que es David Hume. Un caporal si los hay, pero al que no me voy a referir. Habría otros que se podrían referir a él mucho mejor que yo. Y sin embargo Adam Smith nunca estableció puentes explícitos entre su teoría de la autoregulación de la conducta ética en un conjunto de individuos que intentan maximizar su satisfacción con cada acción, al mismo tiempo que de eso -de la concurrencia libre de la satisfacción de cada cual-, se logra un estado global, social, colectivo, de satisfacción.
Esto que está presente, todo el tiempo, pulsando, en el discurso de la economía clásica, y no solo de la economía clásica -inclusive en algunas de las perspectivas económicas que pueden aparecer como relativamente críticas, y a las que hay que retomar, e implementar, etc, etc-, está tomado de esta perspectiva ética, que, en todo caso, estimo, aparece mejor explicitada en Bentham. En quien leemos claramente esa equiparación entre Utilidad, Placer, Satisfacción, Bien. Pero esto no está dicho claramente por todas partes. Es decir, es Smith el autor de estas dos obras, y estas dos obras hablan en un punto de lo mismo: hay una explícita psicología en la economía de Adam Smith. Y se encuentra mucho más explicitada en  “Teoría de los sentimientos morales” que en la “…riqueza de las naciones”.
Volviendo a la mercancía. Además de satisfacer una determinada necesidad humana, podría decirse “el aire satisface una determinada necesidad humana” pero no es una mercancía, porque tiene que cumplir con dos condiciones más. La segunda condición es que esté destinada al intercambio. Es decir que no sea algo que consuma yo solo. Para mí. Sino que lo produzca para el intercambio.
¡Ah! Y ahí entra la tercera condición: Que sea producto del trabajo humano.
Entonces, uno diría, si yo hago mi propia mesa de trabajo es una mercancía. No. Tengo que hacer una mesa para intercambiarla por otra cosa que tenga otro valor de uso.
Hasta acá tenemos las dos definiciones, las dos perspectivas a partir de las cuales aparece la mercancía en el ámbito de la economía clásica. Y me parece que sigue esto vigente en el ámbito de un montón de economías.
Decimos que una mercancía tiene valor de uso, y a esto lo llamamos utilidad. (Perdonen que me ponga escolar. Yo soy medio maestro ciruela, y a lo mejor a alguno le viene bien, y otros van a decir “¡Uh! Qué boludo este. Vuelve sobre esto que ya lo sé”. [Risas] Vos Fernando, en un ratito, podés volver. Pero tengo que hablarlo porque desconozco realmente el auditorio).
Entonces, está claro: algo es útil si, antes que nada, satisface una determinada necesidad humana. Y a posteriori, podrá manifestar un valor al ser intercambiado por otra mercancía.
En este segundo momento, que es el momento del mercado verdaderamente, el momento del intercambio, allí las mercancías aparecen no –digámoslo así- bajo un aspecto cualitativo, dice Marx, yo no puedo comparar un lápiz con un reloj. ¿Por qué es más un lápiz que un reloj, o un reloj que un lápiz? El lápiz sirve para escribir, el reloj para dar la hora, son incomparables. Sin embargo, cuando aparecen en el mercado, yo necesito diez, quince, veinte lápices para comprar un reloj. Y ahí las mercancías aparecen entre sí en una relación de cantidad: tanto de esto, por tanto de esto otro.
Claro, todos sabemos para dónde va Marx, ¿eh?, algo que muy rápidamente se olvida, y a lo cual llamó “El fetichismo de la mercancía”. Pero no voy a tomar esta perspectiva, sino ¿qué es lo que plantea Marx? Cuando yo establezco equivalencias entre dos términos disyuntos, entre dos términos cualitativamente diferentes, tiene que haber un tercer elemento, presente en ambos, que permita la comparación. Y ahí es donde elabora que, lo que hay presente, o lo que tienen en común las mercancías -todas las mercancías-, es que todas son productos del trabajo humano. Y es, continuando la línea inaugurada por Adam Smith, y por David Ricardo, donde sutiliza el análisis de las teorías del valor trabajo. Y ahí está, podríamos decir, la muy discutida, y lo bien que está que esté discutida, teoría.
Pero hay un núcleo que está retornando muy fuertemente por estos días. Y creo asimismo que no debemos olvidar. Para mí -y en esto tal vez sea dogmáticamente marxista-, hasta nueva orden, la única sustancia productora de valor sigue siendo el trabajo. Todo lo demás es tomar valor producido por el trabajo de otros, en algún lugar. Solo que es invisibilizado. Y esto me parece que es un eje central de nuestros tiempos. “Ojalá te toque vivir en un época interesante.” Esta es una época interesante.
Entonces, uno podría plantear por dónde va él, y -ustedes saben- la deriva que toma es: el tiempo de trabajo que lleva la producción de la mercancía. No el tiempo absoluto, sino el tiempo de trabajo socialmente necesario. (No me voy a meter con esto, además hay un economista acá; sería una grosería. Yo me gano la vida como psicoanalista. Y como docente.) Y en tanto y en cuanto hay un proceso, dice Marx, de abstracción, cuando vemos el trabajo, tal cual se presenta en la mercancía considerada desde la perspectiva del mercado, allí, hablamos de un trabajo abstracto, determinable en el tiempo, homogéneo. Este es el tipo de trabajo socialmente necesario.
Bueno. Uno podría plantear que acá tenemos delineado todo un campo, ¿eh? Es decir todo un campo donde las disciplinas que estuvimos evocando se hacen préstamos y ninguna termina de definir, no solo al interior de su campo, sino en el otro campo, esta noción que es central: la noción de necesidad.
Eso sí, tal vez para comprender, digámoslo así, algunas cuestiones básicas, tendríamos que recurrir a la historia. Cómo van surgiendo estas disciplinas, en esta época que llamamos modernidad. Y como se produce una mutua, simultánea, paralela, simétrica constitución de distintos campos, vuelvo a decir, totalmente disyuntos en su presentación.
Uno podría plantear que, en la modernidad, este proceso, digamos que se inicia a partir del siglo XVI, en una larga transformación que tiene, fundamentalmente cabida en Europa; van apareciendo ciertas categorías que hoy, hoy, nos resultan completamente naturales. Es como respirar: Individuo, ciudadano.
Claro

. Hay un plegamiento de estas cuestiones. Fíjense, vamos saliendo -o se va saliendo en esa época-, de regímenes monárquicos, más o menos autocráticos, y se intenta producir una construcción de un régimen de representación republicana. Donde inclusive, se plantea –horror, ¿no es cierto?-, sustituir al soberano monarca, por un soberano al que le prestamos, le delegamos la representación, durante un lapso de tiempo: Los modernos presidentes de las repúblicas democráticas.
Y aparece esta representación, en lo social, del ciudadano, como individuo, que elige libremente, manifestando sus preferencias en materia de gobierno. A lo sumo podrá ser influido. Pero en última instancia, la decisión se constituye en su interioridad. Y esa interioridad se va a expresar en el voto. Una noción clara, absolutamente transparente, de la representación. Por lo tanto, cualquier influencia externa resulta perniciosa. Hay que dejar, por eso, la noción de cuarto oscuro, que constituye todo un tema.
Simultáneamente a esto, se producen un montón de transformaciones, en lo que hoy llamamos Europa, que las podemos seguir por distintos lugares. No me voy a extender, pero aparece la cuestión de la intimidad, del ámbito privado, este trabajo que hace Phillipe Ariés, que se los recomiendo calurosamente, “El niño y la vida familiar en el antiguo régimen”. Él sigue en el ámbito de la representación, en el ámbito de la representación pictórica por ejemplo, el nacimiento de la infancia; todo el campo de construcción, no solamente de la categoría de infancia como categoría de edad, sino de toda una sensibilidad y en cómo confluyen, causalmente, una serie de líneas, para ir sobredeterminando ciertas y determinadas cuestiones. Por ejemplo: las transformaciones arquitectónicas. La manera en que aparece la puerta, separando el interior burgués del exterior de la calle. Cómo las habitaciones van tomando, podríamos decir, funciones diferentes: la habitación de los padres, la habitación de los hijos. Cómo se construye el comedor con una mesa que funciona como lugar de reunión. Toda una serie que sería muy problemático de enumerar, pero donde aparece esta versión de la intimidad, y donde yo, en otro seminario, lo que encontré, fue el surgimiento de la pareja de occidente: la pareja madre-hijo. (De la que los varones dicen… no salimos nunca. O que salimos mal. O que las usamos a ellas (nuestras mujeres) para salir. En fin. Acá hay muchas mujeres, díganme lo que les parezca.)
Junto con esto, fíjense, aparece, paralelo a esto, algo que es destacado por un economista –para mi notable; yo lo amo, digámoslo así- que es Karl Polanyi, en “La gran transformación política y económica de nuestro tiempo” -un socialista no marxista, pero tampoco anti marxista-, donde hace todo un análisis de cómo, al revés de lo que se piensa (que la economía política liberal, parte de datos de la naturaleza, para construir, como una ciencia natural, su disciplina –y allí se habría producido el corte epistemológico que permite un tratamiento de ciencia de objeto discreto a la economía-). Él plantea por el contrario, muy por el contrario, que ha habido un trabajo –voy a usar una palabra tomada de la informática; no es la que usa Polanyi- de formateo de lo social en las categorías de la economía clásica. Y que este formateo llevó siglos y siglos y siglos. Hablamos con naturalidad de un mercado a nivel nacional, regional y mundial, y que lo bueno sería dejarlo funcionar, y que el Estado no intervenga; cuando él notó que históricamente, en el lugar donde surgen estas ideas, o sea en Gran Bretaña, vio cómo es que por la acción concreta del Estado de los Tudor, dedicando represión, fondos públicos, etc, etc, se va constituyendo a partir de los pequeños mercados de las plazas, devenidos mercados locales y regionales, un mercado a escala nacional que se abre a escala internacional. O sea: No hubo ningún origen endógeno de esto.
De acá me resuena alguna cuestión que estuvieron discutiendo en el panel anterior: Esto es causado desde el Otro. Luego se produce la clausura y tal origen hétero es olvidado.  Y cualquier intervención desde el Otro es tomada como un horror, que viene a interrumpir el natural curso de las cosas. Si: ese es el eje de la editorial de Escribano cuando el voto no positivo de Cobos pareció marcar una regresión que afortunadamente no se produjo. “El retorno al natural curso de las cosas”, eso escribió.
Y aclaro que nunca he sido peronista. Pero tal vez esté deviniendo kirchnerista, lo tengo que decir. Pero no soy peronista por tradición, por historia. Me cuesta cantar “la marchita”, no la puedo cantar. Quiero aclarar esto. Porque van a decir, “claro, ahora viene este muchacho y canta la marchita.” Y no, no, no. Créanme que no. No viene por ese lado.
Bueno. Junto con esto aparece la psicología, simultáneamente, que sobre ese mismo modelo de racionalidad se va constituyendo. Y ahí se produce –digámoslo así-, lo que aparece en el ámbito del sentido común. Se va constituyendo como categoría la “personalidad”, lo que la psicología del siglo XX toma como “Yo”: un conjunto de rasgos que de forma permanente marcan el estilo de cada cual, el ser de cada cual. Se produce una clausura, la construcción de la intimidad, y luego lo que vemos es que esa interioridad se expresa. Entre otras cosas, se expresa a través de los consumos, por ejemplo. Entonces yo me visto así porque soy de tal manera. Me parece que las cosas son un poquitito más interesantes que este relato mistificador.
Esto, evidentemente, configura un relato oficial. Pero esto no sería tan problemático, si no fuera una episteme –por decirlo de alguna manera- del siglo XIX, con la que nos están corriendo a los psicoanalistas en la carrera de psicología. ¡Como si fuera lo nuevo de lo nuevo! Y yo lo estoy planteando como una absoluta solidaridad de buena parte de las psicologías, lo sepan o no quienes lo enuncian –en general no lo saben quienes lo enuncian-, con un principio central de la economía política liberal. Que es una doble autorregulación, por la serie placer-displacer, satisfacción-insatisfacción, de la conducta de cada cual y del funcionamiento de la economía. Previo producir esa clausura que genera a cada individuo como autocausado. Y de la economía por la ley de oferta y demanda. Quedan muy pocos minutos, así que a esto lo voy a dejar acá; pero que también, en el fondo, en cuanto uno comienza a raspar –en el fondo y en la superficie-, de lo que se trata es pensar al mercado, como un conjunto de gente, oferentes y demandantes –es decir, los que van a ofertar y los que van a comprar-. Los que van a comprar intentan procurarse satisfacciones a través de la compra. Y están los oferentes que intentan vivir de lo que están vendiendo. Y que, si yo tengo un mercado, como el mercado de la plaza en la edad media, donde estoy a la vista de todos los oferentes, y soy un demandante, voy y le digo “A ver ¿a cuánto tiene las berenjenas Fulano, y qué tal son? ¿A cuánto las tiene Mengano?”. Entonces, dice el principio, yo voy a elegir al que me ofrezca más cantidad por menos precio. Claro, el otro oferente que está ofreciendo por más precio, dice “Si yo mantengo el precio no voy a vender nada de las berenjenas. Entonces bajo el precio.” Entonces se encuentra un punto de equilibrio en última instancia. Es un punto de equilibrio ¿por qué? Porque cada uno de los agentes, libres y en igualdad de condiciones, van, de alguna manera, y regulan esto, por la serie satisfacción-insatisfacción, para maximizar la utilidad (léase satisfacción, léase placer, léase bien). Toda esta serie es Bentham. Que es además, otro cronopio como pocos, un tipo brillante…  pero, escribió en el XVIII.
En esa época, los economistas británicos y los que hoy llamaríamos sociólogos, estaban considerando que la miseria era algo a lo que no había con qué darle. Cuanto más rico sea un país, más pobres va a haber, más miserables va a haber. Y lo decían con dolor. No lo decían como algo maravilloso. Eran humanistas. Pero decían “Bueno. Esto es así. Más rico un país, más pobres produce.” Me parece que es algo que, hoy, merece ser interrogado. No es un dato de la naturaleza. Y habría que ver qué corno es la naturaleza. Pero esto ya sería objeto de otra reunión.
Entonces, tenemos una autorregulación, según las leyes de oferta y demanda que, en última instancia, no es sino la vieja y querida “homeostasis”. Lo nuevo de lo nuevo. Y entonces, si el Estado no interviene, se va a encontrar el anhelado punto de equilibrio. Obviamente, ¡por allí pasaron Marx, John Keynes, los poskeynesianos, Galbraith…!
 Porque, si ustedes se ponen a pensar, entonces yo, consumidor, al tratar de maximizar mi satisfacción con cada acto de compra, lo que estoy haciendo es enviándole mensajes al mercado, y las empresas recaban esos datos, les estoy diciendo cómo quiero que me vendan el auto, en qué condiciones y en qué precio. En última instancia es de mi interioridad y mi intimidad de donde sale el diseño y el precio del auto.
¿A ustedes les parece realmente que es serio eso?
Yo tiendo a pensar exactamente lo contrario. Y Galbraith lo dice de una manera brillante cuando habla de la inversión de la secuencia clásica. Es que se trata de revisar las concepciones clásicas. La secuencia clásica es que el mensaje va de la interioridad del consumidor, para la maximización de su satisfacción, al mercado, del mercado a la empresa, y la empresa, para darle el gusto al consumidor, ofrece en el mercado el producto que el consumidor pide. ¿A ver si lo vamos viendo? A cada agujerito, su piecita. La cosa que cierra; la totalidad que anda. Esto es la economía clásica. Esto es la psicología.
Hay que decirlo así. A lo bestia.
Y desde estos discursos, se viene impugnando una potente crítica –que ya en Freud lo podemos leer, y con esto cierro-, a esta noción de demanda, planteada como una interioridad que se expresa. Cuando, por ejemplo, en un artículo de 1912, que era “Notas sobre el concepto de lo Inconsciente en Psicoanálisis” -que alguno lo debe tener presente- para hablar de lo inconsciente en el sentido dinámico, recurre, curiosamente, a la sugestión post hipnótica de Bernheim.
¿De qué se trataba esto? Bernheim, ustedes saben, tenía que ver con la teoría sugestiva, sugestión bajo hipnosis. Proponía hipnotizar a alguien, y en estado de hipnosis, darle una orden. Se le decía, por ejemplo, “Al despertarte, más o menos a la media hora, te vas a levantar y vas a abrir la ventana.” Se hacía con muchos, digamos, sujetos de laboratorio. Y daba resultado en un gran número de casos. Lo cual demuestra su eficacia. Entonces se hacía, se lo despertaba al tipo, y se le preguntaba “¿Te acordás qué pasó?”, “No, no sé. La verdad estaba dormido. Evidentemente me hipnotizaron.”  Pero al rato el hombre se paraba, y abría la ventana. Entonces lo interrogaban. Le decían “¿Qué pasó?” “No sé. De pronto sentí una incomodidad, sentí calor, sentí que me decían desde adentro, que yo tenía que ir a abrir la ventana.”
Claro, fíjense, detengamos un ratito en esto. Uno podría plantear, “Ir a abrir la ventana”, es algo, una acción, como la compra, ¿no?, que tiene cabida en el mercado, que está destinada a calmar una tensión que le aparece al individuo, si quieren. Supongamos: “Siento calor. Voy y abro la ventana.” Si uno pregunta por qué, “Porque a mí, desde el interior, me surgió una tensión, y voy a calmarla abriendo la ventana.”
¿Qué es lo que desconoce el sujeto que allí actúa? Desconoce que lo que aparece como un impulso interior, no es otra cosa, sino una respuesta a una orden que le fue dada, sólo que en estado de hipnosis. Ahí, el sujeto de la conciencia no estaba.
O sea: No es inconsciente la representación “Pararse y abrir la ventana.” Es inconsciente el hecho de que eso que, ante mi consciencia, se me representa como proviniendo de una incomodidad, de una tensión interior, en honor a la verdad es una respuesta a una demanda del Otro. Y esto, es una matriz muy potente, que permite entre otras cosas –y entre otras muchas cosas que podríamos tomar del psicoanálisis- cuestionar el principio básico de funcionamiento del orden económico.
Bueno. Tenía cincuenta o sesenta cosas para decir, pero hasta acá llegué.

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