“…si lo saben,
¿por qué no lo dicen?”
Sigmund Freud
Nuestra
carrera de psicología tiene una historia repleta de secretos, olvidos
programados, pactos de silencio, festejos de aniversarios nefastos… A su vez la
consagración de un statu quo que día
a día suma más y más adeptos, que incorpora incluso a mucha gente impensada en
otros tiempos.
Se trata de
una política de disimulación, de pasillos mascullantes de historias que no
llegan a ningún recinto. Correciones políticas al continuum de los ´90, políticas del olvido, que no pugnan por
ninguna reparación. Y digámoslo, esto es grave.
Vayamos por
partes. En cuanto a la reparación, hay al menos tres momentos de nuestra
historia que deben ser nombrados y problematizados. Se trata de encrucijadas
que muestran la obscenidad a la que también podemos llegar los pulcros
universitarios.
A) Fundación de
B) Posterior a
la intervención de Onganía en la
Universidad (1966), con
la renuncia masiva de una gran mayoría de los docentes, muchos de ellos
regresan a sus funciones en el inicio de los 70, en un clima de discusión de
orden político-institucional propio, que a la vez participaba de un clima de
época mayor que lo integraba. Allí, nuestra práctica adquiere una relevancia
totalmente distinta al destruir el statu quo que sostenía el psicoanálisis como
propiedad de los médicos de la Apa
y al psicólogo como auxiliar del médico.
El terror pone
fin a esa experiencia, tanto en la facultad, como en los espacios colectivos
como el C.E.P. (Centro de Estudios de Psicoanálisis) ya desde el año ´74, con
la “primera intervención” de la facultad. Este período, que incluyó la
desaparición de estudiantes y psicólogos, contempla a profesores
colaboracionistas que confeccionaban listas negras, la eliminación de autores y
textos -como siempre-, y la simbólica inauguración de aulas bajo nombres de
militares, acompañados de la consabida frase de San Martín: “Cuando la Patria
está en peligro, todo está permitido, excepto, no defenderla”. Sólo
que, como no podían defenderla -el peligro eran ellos-, únicamente les quedó
que “todo esté permitido”.
C) La tercera escena, tiene que ver con el retorno a la democracia en el año ´83. No vamos a entrar aquí en la discusión sobre los dos modelos de currícula que se discutieron en aquél tiempo -tema interesantísimo-, cuál era mejor, cuál peor, cuál se implementó mal… etc. Ni tampoco es éste el lugar para analizar el comportamiento del sector político que hegemonizó la discusión –interna-, ni el grado de pauperización que sufrió en el transcurso de los años. Como este período, básicamente, compuso la letra que establece el cursado, las clases, y el orden de las cosas desde hace… apenas… ¡30 años! diremos que los aspectos negativos fundamentales los encontramos en lo que llamamos “Universidad-Isla”, y en la correspondiente privatización de lo público que de ella decanta.
1) La “Universidad-Isla” deshistoriza un enunciado que tomaba su validez en un contexto particular de discusión, lo a-isla, y lo eleva a una función moral que ya no puede ser discutida bajo el régimen de la política de la “corrección” (política).
Tomemos un
ejemplo: los concursos. En el ´83, había que expulsar a los profesores “procesistas”
de la Facultad. Había
que crear una nueva currícula por derecho propio y como táctica reparadora.
Esto se inicia con las dificultades propias al momento posterior a siete años
de genocidio, ¿se entiende? Hay un contexto… Pero resulta que 30 años
después, hay docentes que se están jubilando sin haber tenido jamás la
posibilidad de concursar -lo que
entendemos que es un derecho- Y eso, ¿a qué obedece? Muchos años después
continuaron los “modos de excepción”, ubicando gente en los cargos sin concurso
-y ya eliminados los cargos ad honorem…
Se da continuidad a un modo de trabajo, poniendo en el lugar de “la urgencia”
algo menor, que no resistiría el más mínimo análisis sino fuese porque se apoya
en una memoria-olvido anterior.
Y la “moral”
se pronuncia alertándonos de que estamos hablando de “fuentes de trabajo”, como
si eso clausurara la discusión, cerrando la posibilidad de pensar una
perspectiva democrática que valga para todos; privatizándose lo público.
2) La “Universidad-Isla”, luego de consolidar cierto statu quo, genera que la disputa de sentido, se reduzca a quién comanda ese statu quo. Lo más progresista que se puede ser, sin denunciar el funcionamiento corporativo, no va más allá de un chachismo-alvarez o de un frepasismo noventero. Lo que se enuncia como positividad es, si se logra, no más que cierta “higiene procedimental”.
Tomemos un ejemplo: ¿Qué canción tenemos que cantar los universitarios si queremos cantar todos juntos? ¡Oh!... ¡Más presupuesto! ¿Pero para qué proyecto?
El aumento en
Educación Superior desde el 2003 al 2011 fue del 820%. Desde el aspecto de maquinaria
de producción de matrículas profesionales a la que la facultad se fue
reduciendo --en su aislamiento--, los números de graduados no se movieron ni un
ápice.
Nuestro planteo
es que sin la construcción de un proyecto que integre una realidad social mayor
que las rencillas corporativas de universitarios --en general dispuestas para
desviar nuestra atención de lo que es importante--, a mayor presupuesto y
“autonomía de pocos”, más kioskos, más privatización de lo público y la
oportunidad perdida de invertir “el capital de todos” en beneficio también de
todos, lo que implica la permanente discusión respecto al sentido de la
formación.
3)
Esta
Universidad-Isla no reflexiona sobre lo que ocurre en el complejo entramado
social-cultural-político-económico que la sostiene, pero tampoco incorpora a su
reflexión lo realizado por su “propio producido”: el graduado. Forma a los
maestros, los médicos, los neurólogos, los comunicadores, los psicólogos… que
van a intervenir sobre la infancia y la adolescencia en la escuela.
Combate de
éticas distintas, cuando tenemos la suerte de que quién actúa lo hace desde
fundamentos éticos. Entonces, primero tenemos la segregación económica, luego
los que quedan “trabados” por los discursos profesionales, de allí sobrevive
una clase media y alta que tiene investido que “la universidad le pertenece”
(lo cual no implica necesariamente apropiación del espacio como de todos). Por
último, una franja fundamental: la que se incorpora por primera vez a la Universidad y que
resiste a irse.
En las
universidades del conurbano, el 80% de los cursantes son la primera generación
de sus familias que ingresa a una carrera universitaria. En las carreras
tradicionales de la Universidad-Isla ,
este grupo entra en una proporción ínfima, viéndoselas con los dientes de una
facultad llena de signos que le señalan que la misma no es para ellos. Desde la
“bella” indiferencia. No se precisa más que eso.
Conclusión del texto:
Podríamos seguir
adjetivando la Universidad-Isla ,
pero para cerrar, pensamos que quizá esté sucediendo que la apatía, el escaso
entusiasmo en el cursado, la falta de participación, de discusión, provenga de
que muchos compañeros identifican la Universidad-Isla ,
tal vez como la única universidad posible, con lo cual pierden cualquier
interés en ella.
Entendemos que
la historia nos muestra que otra universidad fue posible, y que estamos, en el
tiempo donde lo público ha vuelto a quedar bajo signo de interrogación, lo que
interpela nuestro lugar y nuestras prácticas en las instituciones públicas.
Frente a
políticas que buscan la atomización, que no nos juntemos, que no haya
encuentro, recuperar las instituciones para llenarlas de conflictos nuevos, de
mal-estares de muchos, se hace –decimos, ahora sí, con prudencia-- necesario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario