lunes, 4 de marzo de 2013

Carta abierta a la comunidad Psi de Rosario




“…si lo saben, ¿por qué no lo dicen?”
Sigmund Freud

Nuestra carrera de psicología tiene una historia repleta de secretos, olvidos programados, pactos de silencio, festejos de aniversarios nefastos… A su vez la consagración de un statu quo que día a día suma más y más adeptos, que incorpora incluso a mucha gente impensada en otros tiempos.

Se trata de una política de disimulación, de pasillos mascullantes de historias que no llegan a ningún recinto. Correciones políticas al continuum de los ´90, políticas del olvido, que no pugnan por ninguna reparación. Y digámoslo, esto es grave.

Vayamos por partes. En cuanto a la reparación, hay al menos tres momentos de nuestra historia que deben ser nombrados y problematizados. Se trata de encrucijadas que muestran la obscenidad a la que también podemos llegar los pulcros universitarios.

A) Fundación de la Carrera en el año ´55 desde un gobierno elegido por las mayorías populares. Luego viene el golpe de septiembre, que previamente había masacrado a cientos de personas en los bombardeos a la Plaza de Mayo. La dictadura de la masacre José de León Suarez, de la opresión y la negación de derechos y libertades. Desde esa usurpación del Estado se (re) “inaugura” la carrera de psicología en el año ´56, borrando aquella historia anterior.

B) Posterior a la intervención de Onganía en la Universidad (1966), con  la renuncia masiva de una gran mayoría de los docentes, muchos de ellos regresan a sus funciones en el inicio de los 70, en un clima de discusión de orden político-institucional propio, que a la vez participaba de un clima de época mayor que lo integraba. Allí, nuestra práctica adquiere una relevancia totalmente distinta al destruir el statu quo que sostenía el psicoanálisis como propiedad de los médicos de la Apa y al psicólogo como auxiliar del médico.

El terror pone fin a esa experiencia, tanto en la facultad, como en los espacios colectivos como el C.E.P. (Centro de Estudios de Psicoanálisis) ya desde el año ´74, con la “primera intervención” de la facultad. Este período, que incluyó la desaparición de estudiantes y psicólogos, contempla a profesores colaboracionistas que confeccionaban listas negras, la eliminación de autores y textos -como siempre-, y la simbólica inauguración de aulas bajo nombres de militares, acompañados de la consabida frase de San Martín: “Cuando la Patria está en peligro, todo está permitido, excepto, no defenderla”. Sólo que, como no podían defenderla -el peligro eran ellos-, únicamente les quedó que “todo esté permitido”.

C) La tercera escena, tiene que ver con el retorno a la democracia en el año ´83. No vamos a entrar aquí en la discusión sobre los dos modelos de currícula que se discutieron en aquél tiempo -tema interesantísimo-, cuál era mejor, cuál peor, cuál se implementó mal… etc. Ni tampoco es éste el lugar para analizar el comportamiento del sector político que hegemonizó la discusión –interna-, ni el grado de pauperización que sufrió en el transcurso de los años. Como este período, básicamente, compuso la letra que establece el cursado, las clases, y el orden de las cosas desde hace… apenas… ¡30 años! diremos que los aspectos negativos fundamentales los encontramos en lo que llamamos “Universidad-Isla”, y en la correspondiente privatización de lo público que de ella decanta

1) La “Universidad-Isla” deshistoriza un enunciado que tomaba su validez en un contexto particular de discusión, lo a-isla, y lo eleva a una función moral que ya no puede ser discutida bajo el régimen de la política de la “corrección” (política).

Tomemos un ejemplo: los concursos. En el ´83, había que expulsar a los profesores “procesistas” de la Facultad. Había que crear una nueva currícula por derecho propio y como táctica reparadora. Esto se inicia con las dificultades propias al momento posterior a siete años de genocidio, ¿se entiende? Hay un contexto… Pero resulta que 30 años después, hay docentes que se están jubilando sin haber tenido jamás la posibilidad de concursar -lo que entendemos que es un derecho- Y eso, ¿a qué obedece? Muchos años después continuaron los “modos de excepción”, ubicando gente en los cargos sin concurso -y ya eliminados los cargos ad honorem… Se da continuidad a un modo de trabajo, poniendo en el lugar de “la urgencia” algo menor, que no resistiría el más mínimo análisis sino fuese porque se apoya en una memoria-olvido anterior.
Y la “moral” se pronuncia alertándonos de que estamos hablando de “fuentes de trabajo”, como si eso clausurara la discusión, cerrando la posibilidad de pensar una perspectiva democrática que valga para todos; privatizándose lo público.

2)  La “Universidad-Isla”, luego de consolidar cierto statu quo, genera que la disputa de sentido, se reduzca a quién comanda ese statu quo. Lo más progresista que se puede ser, sin denunciar el funcionamiento corporativo, no va más allá de un chachismo-alvarez o de un frepasismo noventero. Lo que se enuncia como positividad es, si se logra, no más que cierta “higiene procedimental”.

Tomemos un ejemplo: ¿Qué canción tenemos que cantar los universitarios si queremos cantar todos juntos? ¡Oh!... ¡Más presupuesto! ¿Pero para qué proyecto?
El aumento en Educación Superior desde el 2003 al 2011 fue del 820%. Desde el aspecto de maquinaria de producción de matrículas profesionales a la que la facultad se fue reduciendo --en su aislamiento--, los números de graduados no se movieron ni un ápice.

Nuestro planteo es que sin la construcción de un proyecto que integre una realidad social mayor que las rencillas corporativas de universitarios --en general dispuestas para desviar nuestra atención de lo que es importante--, a mayor presupuesto y “autonomía de pocos”, más kioskos, más privatización de lo público y la oportunidad perdida de invertir “el capital de todos” en beneficio también de todos, lo que implica la permanente discusión respecto al sentido de la formación. 

3)  La Universidad-Isla interviene sobre el jardín, la escolaridad primaria y secundaria con un grado de “alma bellez” como pocas veces visto, un diseño de segregación en etapas aceitado como el mediocampo del Barcelona.

Esta Universidad-Isla no reflexiona sobre lo que ocurre en el complejo entramado social-cultural-político-económico que la sostiene, pero tampoco incorpora a su reflexión lo realizado por su “propio producido”: el graduado. Forma a los maestros, los médicos, los neurólogos, los comunicadores, los psicólogos… que van a intervenir sobre la infancia y la adolescencia en la escuela.

Combate de éticas distintas, cuando tenemos la suerte de que quién actúa lo hace desde fundamentos éticos. Entonces, primero tenemos la segregación económica, luego los que quedan “trabados” por los discursos profesionales, de allí sobrevive una clase media y alta que tiene investido que “la universidad le pertenece” (lo cual no implica necesariamente apropiación del espacio como de todos). Por último, una franja fundamental: la que se incorpora por primera vez a la Universidad y que resiste a irse.

En las universidades del conurbano, el 80% de los cursantes son la primera generación de sus familias que ingresa a una carrera universitaria. En las carreras tradicionales de la Universidad-Isla, este grupo entra en una proporción ínfima, viéndoselas con los dientes de una facultad llena de signos que le señalan que la misma no es para ellos. Desde la “bella” indiferencia. No se precisa más que eso.

Conclusión del texto:
Podríamos seguir adjetivando la Universidad-Isla, pero para cerrar, pensamos que quizá esté sucediendo que la apatía, el escaso entusiasmo en el cursado, la falta de participación, de discusión, provenga de que muchos compañeros identifican la Universidad-Isla, tal vez como la única universidad posible, con lo cual pierden cualquier interés en ella.

Entendemos que la historia nos muestra que otra universidad fue posible, y que estamos, en el tiempo donde lo público ha vuelto a quedar bajo signo de interrogación, lo que interpela nuestro lugar y nuestras prácticas en las instituciones públicas.

Frente a políticas que buscan la atomización, que no nos juntemos, que no haya encuentro, recuperar las instituciones para llenarlas de conflictos nuevos, de mal-estares de muchos, se hace –decimos, ahora sí, con prudencia-- necesario.


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