Para comenzar, un brevísimo relato:
El pequeño Camilo no entiende.
- ¿En serio no le dan ni una manzana?
- No, pero vos le vas a dar una porque te la van a dejar pasar –responde la tía, rumbo al barrio de Villa Devoto. También le explica que lo van a revisar, mucho, pero que nadie lo puede tocar. Él no entiende a qué se refiere, pero no le importa, son más las ganas de ver a su mamá.
Una reja separa a los visitantes de las reclusas. Por las manos y los besos, se cuela también la manzana. Alicia (su mamá) la muerde y la pasa.
- ¡Eh má, era para vos!
-Acá compartimos todo, ya vas a entender.
Y así fue.
Este es el relato que Camilo dejó en marzo del 2011 en el blog de Angela Urondo Raboy y es uno de los tantos que figuran compilados bajo el título “Infancia y dictadura…”
A quienes integramos la Cátedra Libre Oscar Masotta nos interesa especialmente en esta ocasión poder compartir una apuesta, un compromiso: no soltarnos de las luchas que nos vieron nacer.
Sabemos que el genocidio y los crímenes sistemáticos llevados adelante por la junta militar que usurpó el gobierno, entre los años 1976 y 1983, tuvieron como función la implementación de una política neoliberal tanto en los aspectos económicos más decisivos, como en los aspectos culturales que aún circulan en abundancia en el “sentido común” de la época que nos toca vivir; destruyendo el aparato productivo, los sindicatos combativos, aquellos ejes de distribución de la riqueza que conformaban lo que se conminó en llamar Estado de Bienestar.
Su política se afirmaba a través del uso del terror, favoreciendo a los grandes capitales, tanto extranjeros como del propio país, a los que no llamamos “nacionales” porque cuidamos las palabras que utilizamos. Aquella camada de pseudo-aristocracia, devenida en tal desde la repartija de las tierras por el genocidio comandado por el General Roca, los siempre “amigos de los cuarteles” devenidos con la televisión en “ricos y famosos”, aquellos como Blaquier, que “apagaron las luces” para que se llevaran a todos los compañeros que dejaban de lado sus apetencias “individuales” en función de una conquista colectiva que los perfumara de dignidad.
La eliminación de sus “oponentes políticos”, que conjugaba la clandestinidad, la gesta de campos de concentración, los vuelos de la muerte, el secuestro de identidades, les permitió posponer una condena internacional protegidos por los medios de comunicación (que tenían los mismos dueños que hoy); todo el accionar que llevó a que la palabra “desaparecido” tuviera un sentido único, intraducible e intransferible, esa ominosidad que podía presentarse en cualquier momento, esa política de la delación que procuraban extender al conjunto social, combinado con el accionar en lo público que disfrazaba la represión clandestina con fútbol y “festejos” en la calle.
Desde el odio que deshumaniza, cobijados por sectores de la Iglesia Católica cómplice y colaboracionista, impusieron paulatinamente modelos identitarios que promovieron el individualismo, en detrimento de la construcción colectiva de sentido. Cabe destacar que ante esto, ante 30.000 compañeros que no están, ante las leyes de obediencia debida y punto final, ante los indultos, ante la espera interminable por justicia, por una reparación a la verdad histórica, no hubo un solo caso de “revancha”, término mediático con el que se llenan la boca los verdugos de la tinta de ayer y hoy. Una piña, sólo una piña puesta al asesino Astiz en aquél frío de Bariloche en la larga noche de los 90.
Rescatamos la anécdota de Camilo en su lugar de hijo de una generación que supo sostenerse a través de proyectos de vida, políticos, colectivos, aquella búsqueda de un bien social, de lazos de solidaridad con el otro, de la idea nacional y latinoamericana, de las éticas de emancipación.
Como muchos, nosotros, nos negamos activamente a quedar ajenos a esta trama. Desde la intemperie, desde la fractura de las seguridades que ofertaban los “ismos” de otros tiempos, pero con la seguridad de que el proyecto de emancipación de los 70 está lleno de verdades, que requieren de nuestro compromiso, de nuestra sensibilidad y de nuestra inteligencia.
Creemos que reivindicar el lugar de militantes políticos de los compañeros es recuperar la voluntad transformadora de toda una generación y proyectarla en nuestro futuro.
Los organismos de Derechos Humanos, todos ellos, han mantenido viva en la memoria colectiva el reclamo por justicia y verdad, desde el primer día, aún en plena represión. Sin la presencia incansable de las Madres en las rondas de los jueves, reclamando por la aparición con vida de sus hijos, sin la valentía de las Abuelas que todavía hoy buscan a sus nietos, sin el coraje de los familiares que denunciaron las desapariciones de sus seres queridos, sin el trabajo de las generaciones de hijos de desaparecidos tendiendo puentes generacionales e integrando a toda la población a participar contra el olvido y el silencio, sin la fortaleza de los sobrevivientes y ex presos quienes pudieron dar testimonio de lo ocurrido, la impunidad y la "verdad" oficial se hubiera impuesto.
Desde La Masotta propusimos colocar en el ingreso de nuestra casa de estudios una placa donde hacer presente con nombre, apellido e identidad política a cada uno de los compañeros desaparecidos que pertenecieron a nuestra institución que hoy nosotros transitamos. Este proyecto fue unánimemente aprobado en el Consejo Directivo de nuestra Facultad, y se convino desde aquella resolución una tarea que entendemos respetuosa y seria respecto a cómo incluir a quienes más directamente están involucrados en la colocación de esta placa.
Invitamos a todos aquellos que se sientan convocados a hacernos llegar su acompañamiento a través de una firma y su presencia a lo largo de la construcción del referido proyecto.Aspiramos de este modo a colectivizar un movimiento que entendemos necesario en la historia de nuestra institución, como también de nuestro país y que sabemos podrá ser más fuerte en tanto y en cuanto sean más los protagonistas dispuestos a anudar un lazo en esta, nuestra historia…
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